02 agosto, 2003

Marbella apesta

Marbella es el paradigma, abigarradamente colorido, de la España postmoderna del pelotazo, la corrupción elevada a la categoría de arte y el apestoso petardeo. En poco más de treinta años, un pequeño y no precisamente próspero pueblecito encalado de pescadores se transformó en un peculiar cruce entre la aristocrática y elegante Costa Azul de los 60 y la hortera y delincuencial Miami. Su natural y tranquila belleza y su agradable microclima primaveral, con temperaturas mucho menos rigurosas que las del resto de la Costa del Sol durante el tórrido verano, constituían un importante capital de partida, pero en su promoción internacional fueron decisivos personajes vividores, oportunistas y muy bien relacionados, como el príncipe de Hohenlohe (Oleole para los marbellíes) o el supuesto pianista de jazz Jaime de Mora y Aragón, playboy de nota, con capa española y monóculo llegada la ocasión, hermano de la -entonces- reina de Bélgica.

Los años dorados de Marbella llegan de la mano de la aristocracia saudí y de la procedente de los diversos enclaves petroleros del Golfo Pérsico. El maná de los petrodólares riega generosamente Marbella y ésta crece, se ensancha y se autodecora de oropeles. El artisteo internacional comienza a dejarse caer por la zona, a veces genuinamente atraido por la nueva perla del Mediterráneo, a veces oportunamente "invitado" (a cambio de una generosa minuta) para darle lustre a algún sarao de los muchos que organizaban los "parvenus" de turno o los cazacomisiones que proliferaron como la mala hierba.

Pero como en el Egipto bíblico, a los años de vacas gordas les siguen los de vacas flacas. El mundo islámico es sacudido por el virus radical y puritano del fundamentalismo y, con buen criterio, los disolutos y derrochadores magnates árabes deciden fingir devoción, austeridad e interés por las fatigas de sus pueblos. Adiós a Marbella, a las jóvenes y rubias bellezas con las que protagonizaban generosas orgías; adiós al alcohol, a la droga y a la ridícula e insultante ostentación.

Marbella cae en picado. Y el derrumbamiento es tanto más vertiginoso en la medida en que la imagen que ha generado es la de un inaccesible turismo de lujo, que aleja de la tentación de la visita a todo aquel que no tiene una considerable liquidez económica. Magnífica ocasión para que un depredador sin escrúplos llamado Jesús Gil haga su desembarco.

Gil no llega avalado precisamente por un curriculum impecable. El constructor ya había conocido la cárcel por "imprudencia temeraria" después de que 58 personas encontrasen la muerte al derrumbarse un edificio construido por él en Los Ángeles de San Rafael en 1969. Pero la avaricia criminal de poner más arena que cemento era un pecado venial durante el franquismo y el dictador le indulta, paternal y discretamente, tras 18 meses en prisión.

Pelillos a la mar. A finales de los años 80 el "empresario" aparece fulgurantemente en la vida pública como presidente del Atlético de Madrid. Mamarracho, chocarrero, insultón y omnipresente, el adiposo personaje le cae en gracia a una considerable parte de nuestra desgraciada sociedad, seducida entonces por genios de las finanzas como Conde o De la Rosa, que, al igual que nuestro hombre, acabarán conociendo las incomodidades de la cárcel, merced a sus ingeniosas ingenierías financieras.

El caso es que, cuando el aventurero Gil, que ya tenía graves problemas con los regidores municipales de Marbella, por motivos urbanísticos, y una situación económica no precisamente saneada, decide postularse como alcalde de la localidad, los marbellíes (en su mayoría sólo de adopción, llegados al olor del "boom") ven en él a su potencial salvador. Que Santa Lucía les conserve la vista porque el olfato lo tienen definitivamente perdido.

Desde entonces hasta ahora (doce años) la administración municipal de Marbella ha sido un escándalo permanente. Gil, lanzado a una huida hacia adelante en abierto desafío no sólo a la Justicia, sino incluso al Estado, se ha visto sumergido bajo el peso de innumerables sumarios judiciales y ha revisitado la cárcel. Apartado finalmente de la Alcaldía, seguía intentando gobernarla en su propio beneficio con mano de hierro a través de sus fieles "gilistas", pero su teórico hombre de confianza y alcalde, Julián Muñoz, le ha salido respondón.

Al 'bueno' de Julián, archifamoso en toda la península gracias a su lío con Isabel Pantoja y también "empapelado" judicialmente, no se le ha ocurrido otra cosa que defenestrar al principal caballo de Troya de Gil en la Corporación, el gerente de Urbanismo. La respuesta contundente del "amo" apenas se demoró unas horas: moción de censura. Pero la mayor sorpresa no es la categórica e inmediata reacción, sino la singular compañía en la que se apoya y sin la que la moción no podría prosperar.

Efectivamente, que se sumen a esa moción a beneficio de Gil y de sus intereses urbanísticos los cinco concejales del PSOE, entre los que destaca Isabel García Marcos, otrora implacable perseguidora, ha dejado a todo el mundo boquiabierto. El intento de justificar tal postura como forma de favorecer la gobernabilidad o de asumir el mal menor, dado que los ocho gilistas que participan en la moción están menos marcados judicialmente, no es de recibo. Algo huele a podrido.

A la dirección del PSOE, ya traumatizada por la crisis de la Asamblea de Madrid, no le ha temblado la mano ni le han fallado los reflejos y ha advertido a sus ediles que deben considerarse expulsados si no recogen velas y regresan al puerto de la disciplina, renunciando a su extravagante y sospechosa aventura. A estas horas dos ya lo han hecho, pero no los otros tres, incluida la propia Isabel García Marcos. Todo indica, en consecuencia, que la moción va a seguir adelante y acabará prosperando.

Ante una situación tan flagrantemente escandalosa como la que viene escenificándose en Marbella uno se pregunta si un estado democrático no debería dotarse de los medios jurídicos necesarios para poder disolver la Corporación y convocar nuevas elecciones. Algunos objetarán que tal vez no sea democrático. Quizás no lo sea, pero sería higiénico.

1 comentario:

Natxo dijo...

Vivo en Marbella y soy prácticamente de aquí. Tienes toda la razón...ah, aprovecho esta oportunidad para quejarme de mi trabajo de mierda (en Marbella). Saludos.