Todo indica que los norteamericanos están comenzando a experimentar en Irak el síndrome del enemigo invisible y omnipresente (y por lo tanto invencible) que les hace manchar los pantalones en memoria de su derrota en Vietnam. Las guerrillas les descomponen. No hay modo de cargárselas desde un avión, con o sin daños colaterales. Por eso, el negro más blanco, el "Tío Tom" más eficaz de los republicanos, Colin Powell se fue a ver al paciente y desbordado secretario general de la ONU, Kofi Annan, y le propuso redactar una nueva resolución sobre Irak que aliente la participación en el conflicto de efectivos militares de otros países. Y, claro, bajo el mando único estadounidense.
No, no era una broma pesada. Era el típico cinismo de la administración Bush, que, desde que se planteó invadir Irak, so pretexto de la amenaza que suponían unas armas de destrucción masiva inexistentes y la colaboración del régimen con Al Qaeda, nunca probada, está empeñada en implicar a la ONU, organización a la que -por otra parte- desprecia, boicotea y ningunea cuanto puede en otros terrenos.
La propuesta se formulaba, significativamente, horas después del brutal e incomprensible atentado sufrido por la delegación de la ONU en Bagdad, ataque que ni siquiera la delirante Al Qaeda rubricaría y que ha sido reivindicado por un desconocido grupo terrorista que se autotitula Vanguardia Armada del Segundo Ejército de Mahoma. Lagarto, lagarto.
Afortunadamente, parece que la maniobra no prospera. Si lo hiciera sería el colmo porque implicaría la complicidad de la ONU y de la comunidad internacional en la farsa estadounidense de intentar trasvestir sobre la marcha una ocupación militar pura y dura en una misión de paz y reconstrucción, mientras el objetivo sigue siendo el objetivo y el mando militar continúa en manos del chulo del barrio.
Que asuman tan vergonzante comedia países de "todo a cien", como la Españavabién de Aznar, bajo mando polaco en este caso, ya es suficiente vergüenza para quienes tenemos que soportarla.
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