Pensaba que mi repugnancia y mi alergia hacia las campañas electorales eran algo muy particular mío, una especia de manía, y me autodiagnosticaba, para tranquilizarme, atribuyendo tal síndrome al hecho de que he vivido al pie del cañón (en la prensa, para ser exactos) todas las campañas y todas las elecciones que en España han sido.
La verdad es que soporto a duras penas esta orgía enloquecida de primeras piedras, cortes de cintas, inauguraciones de lo ya inaugurado o no terminado, promesas gratuitas y discursos demagógicos.
Hoy he podido constatar que estoy lejos de ser una excepción. Al menos dos blogueros que sigo habitualmente -Javier Ortiz y Marc Vidal (ver Blogágora)- expresan el mismo sentimiento y he de admitir que esa constatación me reconforta.
No padezco ninguna fobia especial, sino un virus circunstancial que probablemente está más generalizado de lo que yo pensaba. No voy a a entrar en lo que dicen unos u otros o en el modo en que son tratados éstos o aquéllos por según qué medios.
Mi alergia es tal en estas periódicas experiencias carnavalescas que llego a la inhibición casi absoluta, al menos en la medida -escasa- en que mi trabajo lo permite. Tengo muy claro desde hace mucho tiempo qué voy a votar y por qué e intento que los beneficiarios últimos de mi voto no interfieran en esa decisión con sus 'conciertos' y escenificaciones ante el gran público.
¿Llegará el día en que la 'clase política' se respete a sí misma? No lo sé. Pero el paso previo a esa conquista del autorrespeto es que nos respeten a nosotros; que dejen de tomarnos por idiotas y de intentar vendernos espejuelos y espejismos en espectáculos en los que todo tendría más sentido si fueran precedidos por un “¿Cómo están ustedeeeeeeees?”
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