Si existe algo aún más triste e insoportable que desayunarse un día cualquiera, como el de hoy, con la noticia de un atentado de ETA es la idea de que esta repugnante experiencia se repetirá y de que, tarde o temprano, los heridos leves de hoy se transformarán en muertos.
Afortunadamente la banda terrorista ha fallado esta vez en su intento de producir una horrible masacre, de la que serían víctimas señaladas los menores hijos de los guardias civiles que habitan la casa cuartel de Burgos. A los terroristas no les importa el carácter o las circunstancias de sus víctimas. Menores o adultos, lo que les interesa es causar el mayor número posible de muertes. Ya lo hicieron en 1987 en Zaragoza (en la foto), en cuya casa cuartel murieron once personas, cinco de ellas niños entre los cuatro y los catorce años.
Más de veinte años después de aquel execrable atentado ETA sigue en su laberinto, sin acertar a salir de él con su pueril idea motor de que la violencia es el principal instrumento para lograr sus objetivos. En su huída hacia adelante se niegan no sólo a considerar que las circunstancias han cambiado de modo esencial y radical respecto al momento en que iniciaron su trayectoria en 1959, sino también que el apoyo social del que llegaron a disfrutar se ha ido esfumando.
Lo esencial para quienes dirigen la banda es conservar la capacidad de matar y, a medida que pasa el tiempo, cabe preguntarse hasta qué punto su monopolio de la violencia armada no está siendo utilizado también como instrumento de coacción respecto a los grupos que tradicionalmente han formado su entorno político. Son muchos los que han ido saliendo por la puerta de atrás a lo largo de los años. Generalmente en silencio. Todavía hoy los que se alejaron discretamente se niegan a pronunciarse. Para ETA es de importancia crucial que ese silencio se mantenga.
La banda no ignora que hay fisuras y que éstas son serias y profundas. En su entorno histórico son ya legión los que, progresivamente, han llegado a la convicción de que la lucha armada no sólo es inútil, sino también contraproducente. Especialmente tras la ruptura abrupta y trágica de la última tregua, el desánimo ha cundido, de la mano de la idea de que nunca más habrá otra negociación. No mientras ETA no la favorezca anunciando antes su renuncia a la lucha armada y entregando las armas.
El empecinamiento de las sucesivas direcciones etarras en utilizar la violencia como argumento político sólo conduce a la proliferación de los signos de su fracaso.
Ellos parecen ser los únicos incapaces de verlo.
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