28 julio, 2009

La crisis no es sólo económica (III)

Es indiscutible que el neoliberalismo surgido en los años 70 de la mano de Thatcher, Reagan y la 'Escuela de Chicago', al que prefiero calificar como 'ultraliberalismo', está en el origen de la grave crisis económica presente. En aquellos años se impuso el criterio de que las medidas de regulación y control establecidas a partir de la gran depresión que siguió al 'crack' de 1929 estaban limitando las posibilidades de crecimiento económico; que los estados debían renunciar a su papel subsidiario y desviar los fondos destinados a fines sociales a obras públicas y estímulos específicos a determinados sectores industriales para generar riqueza; que el capital se 'autorregulaba', sin supervisión alguna. como consecuencia del libre juego económico.

Hoy podemos constatar dramáticamente hasta qué punto ese modelo está en el origen del fracaso sistémico al que asistimos impotentes. Y la gran e irónica paradoja es que los estados, a los que se quería lejos de la gestión económica y mirando hacia otra parte, han debido acudir en ayuda del sistema financiero inyectándole cantidades ingentes de dinero para impedir que el conjunto del sistema económico capitalista se hundiera en la miseria.

La incidencia que esa sangría tendrá en la elaboración de los presupuestos futuros y las dificultades previsibles para financiar el déficit generado está aún lejos de mostrarse en todas sus graves consecuencias, pero en Estados Unidos, epicentro del seísmo económico, el hundimiento de varios estados de la unión, singularmente la otrora paradigmática California, habla con elocuencia insuperable de la magnitud y gravedad de una crisis que no acaba de tocar fondo.

Pese a todo lo dicho el discurso ultraliberal se mantiene arrogantemente en todos sus términos. Incluso, aunque minoritarios, hay teóricos que consideran un gran error la intervención estatal para reducir las consecuencias de la crisis. La arrogancia en este caso no tiene su origen tanto en algún tipo de seguridad teórica que haga indiscutibles los dogmas ultraliberales como en la evidencia de que la política rechaza expresamente toda posibilidad de atacar al mal en su viciada raíz. En la confrontación Economía versus Política, incluso en esta grave crisis, la economía -es decir, el capital- exhibe y utiliza todo su poder de coacción sin complejos, exigiendo incluso el sacrificio de los últimos vestigios del Estado de Bienestar.

Parece muy singular que sean precisamente los políticos más conservadores los que promuevan y apoyen las políticas ultraliberales, pero la contradicción es sólo aparente. Lo cierto es que, políticamente, el liberalismo clásico murió hace mucho tiempo. Quienes ahora se autotitulan 'liberales' no muestran ni tienen interés alguno por las libertades y los derechos de los ciudadanos. Su idea de la libertad es, en muchos casos, extremadamente peligrosa pues se funda en lo que se ha denominado con discutible fundamento pero máxima eficacia expresiva 'Darwinismo Social'.

El descubridor de la evolución de las especies por selección natural es completamente ajeno a lo que se ha denominado históricamente darwinismo social. Charles Darwin era una persona compasiva y, en lo que se refiere a las relaciones humanas, partidario de la conciliación frente a la agresión. Eso no fue obstáculo para que a finales del siglo XIX y principios del XX el principio de la selección natural fuese trasladado a las más diversas visiones sociales, tan opuestas y enfrentadas como el marxismo y el fascismo.

Si al materialismo dialéctico de Marx el darwinismo le pareció una confirmación muy oportuna del carácter científico de su doctrina y más específicamente de lógica de la lucha de clases, el nacional-socialismo alemán apoyó su filosofía histórica y su razón de ser en la pureza de la raza, en la necesidad social de la eugenesia y en la esterilización o eliminación física de cuantos fueran ajenos a los parámetros raciales a privilegiar, que eran descritos como 'untermenschen' (infrahumanos).

Ya se tratase de alumbrar a la historia 'el hombre nuevo' o 'el superhombre' la teoría de Darwin, que explicaba la evolución y la supervivencia de las especies en razón a la lucha y a la adaptación al medio, tuvo un extraordinario éxito en los terrenos de la política y de la economía. En cuanto al campo capitalista y ultraliberal, alguien llegó a decir en su día que el típico multimillonario estadounidense era un ejemplo paradigmático de éxito evolutivo del más apto. Por su parte, el pope máximo del ultraliberismo, Milton Friedman, en su ensayo "En defensa de la especulación desestabilizadora" (1960) llega a sostener que el providencial darwinismo social se encargaría de eliminar a los especuladores más nefastos.

Raramente se verá en estos días a quienes se autodenominan liberales aludir directamente al darwinismo social. Son conscientes de que es una teoría polivalente y con connotaciones históricas muy negativas que prefieren eludir, pero lo cierto es que es entre ellos donde se ha instalado, tras su periplo por diversas utopías, esta interesada e impropia manipulación sociológica, política y económica de la teoría de Darwin. Como si el conjunto de las sociedades humanas respondiera a una ley evolutiva natural son ellos los que defienden el individualismo frente a lo colectivo y la omnímoda independencia de la economía contra toda consideración de carácter social.

Esa es la 'filosofía' que impera. Esa es la praxis que ha conducido a Occidente y a buena parte del mundo a la gravísima crisis que actualmente se desarrolla y que probablemente marcará las décadas sucesivas.

Nadie debería ignorarlo. Estamos ante la ley de la selva. No hay principios, sólo fines. Y estos son de una naturaleza profundamente egoísta e inmoral. Nada bueno ni sólido puede construirse sobre esa base.

Foto: Herbert Spencer, primer enunciador del darwinismo social.

Continuará

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