17 octubre, 2006

¿Quién gana cuando la libertad pierde?


Foto AP

He had won the victory over himself. He loved Big Brother

(Frases finales de la novela '1984', de George Orwell)

En 1989, cuando caía el muro de Berlín y todo el mundo del 'socialismo real' entraba en un colapso irreversible, un entusiasta asesor de Reagan, el nipo-americano Francis Fukuyama, se apresuró a sentenciar el 'fin de la historia' (entendida en el sentido hegeliano, adoptado por el marxismo).

En 1991, George Bush padre, tras la exitosa guerra contra Irak provocada por la invasión de Kuwait, enunciaba un "nuevo orden internacional" cuya definición evitaba detallar pero que el buen entendedor no podía interpretar de otra manera que como la imposición universal de la hegemonía estadounidense. La formación de una gran coalición internacional contra Irak fue, entonces, un signo alentador para las ambiciones de Washington.

En 1992 Fukuyama, animado por los hechos que parecían confirmar su optimista teoría, amplía su ensayo para convertirlo en libro, bajo el título "El fin de la historia y el último hombre". El problema, sin embargo, era que, en diversos escenarios mundiales y especialmente en Oriente próximo, la lucha continuaba. ¿Cómo sostener la verosimilitud del fin de la historia en tales circunstancias?

En 1993 Samuel P. Huntington encuentra la solución para explicar la persistencia de los conflictos sin recurrir a Hegel ni a Marx. Lo que hay -y va a seguir habiendo- es un "choque de civilizaciones", sentencia. Así, con esta oportuna prestidigitación simplificadora, EE UU se dota de una 'weltanschaung' adecuada a sus necesidades de explicar la realidad sin tener que admitir que la 'derrota' de la URSS y sus satélites no era el fin de la reivindicación en el planeta ni la sumisión general a su hegemonía. Y mucho menos aún la afirmación de su superioridad moral.

Llámese "choque de civilizaciones" o "dialéctica histórica", lo cierto es que los conflictos no sólo continúan, sino que aumentan y se radicalizan. La razón fundamental de ello es la arrogancia y el abuso con que el 'primer mundo' se relaciona con los restantes y el coste está empezando a ser muy elevado para Occidente. No en términos económicos ni militares (al menos, no por ahora), sino en el terreno de libertades y derechos que hasta no hace mucho se consideraban indiscutibles e inviolables para todos y cuya validez universal se decía defender.

Apenas un mes después del 11-S, Estados Unidos aprobaba la 'Patriot Act', que supone un recorte muy notable de derechos y garantías para los ciudadanos. Dicho Acta Patriótica, que se suponía un instrumento transitorio ante la situación de emergencia y temor creada por el primer ataque exterior sufrido en el propio territorio, se ha 'enquistado' en el sistema tras su renovación en marzo de 2006 y convierte algunos derechos democráticos esenciales en letra muerta. A eso se le llama un éxito del enemigo

Hoy, el 'campeón de la democracia' ha dado una nueva vuelta de tuerca en su deriva antidemocrática al firmar el presidente Bush una ley que 'legaliza' las prisiones secretas de la CIA, 'normaliza' la tortura, aunque negándola, y somete a los acusados de terrorismo a tribunales militares, entre otras cosas. "Esta ley que firmo hoy -dijo Bush- ayuda a proteger a este país y envía un claro mensaje: esta nación es paciente, decente y justa, y nunca retrocederá ante las amenazas a nuestra libertad".

El grave problema, el sangrante sarcasmo, es que la mayor amenaza -a la libertad en singular y a las libertades en general- no procede del exterior, sino que se asienta en el despacho oval de la Casa Blanca y cuenta con amplio apoyo en ambas cámaras y entre el pueblo estadounidense. So pretexto de sostener dentro y fuera del país una eficaz guerra contra el terror, la Constitución del país está siendo vulnerada en mayor grado aún que durante la triste época del macartismo y la 'caza de brujas'.

Para colmo de males, Estados Unidos pretende exportar a todos sus aliados la psicosis de 'estado de guerra'. La pretensión británica de promover el espionaje de los alumnos en las universidades así lo prueba. Por no hablar de las medidas que, contra el respeto al derecho a la privacidad, pretenden controlar las comunicaciones de todo tipo, en especial las de internet, en el marco europeo.

Para defender nuestra libertad, frente al terror que él mismo ha generado, el Gran Hermano pretende negarnos libertades y derechos esenciales, precisamente aquellos por los que en nuestra cultura se ha luchado largo tiempo y se ha derramado la sangre de generaciones. Parece obvio quién va ganando esta guerra. Aquél que logra que renunciemos a nuestros valores, a las conquistas de nuestra civilización, so pretexto de combatirle.

Cuando estemos tan embrutecidos y seamos tan fanáticos y crueles como los peores de nuestros enemigos, cuando hayamos renunciado a los derechos que nos humanizan y dignifican para lograr su derrota, ¿a quién va a beneficiar el resultado de la confrontación? ¿A quién debería importarle ya?

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