Por increible que parezca, Sadam Hussein ha logrado sacar de la prisión de más-que-alta seguridad en que se halla, en el portafolios de su abogado, Jalil Dulaimi, una carta abierta a los iraquíes. En ella asegura que la victoria está “al alcance de la mano” y pide 'magnanimidad' a la insurgencia suní, ejemplificando con su propio perdón a quienes colaboraron en la muerte de sus dos hijos, Uday y Qusay.
Reclama el ex presidente iraquí a sus leales que dejen a un lado las diferencias que ahora les enfrentan a los chiíes. "La victoria –dice- está al alcance de la mano, pero no olvideis que el primer objetivo es liberar al país de las fuerzas de ocupación. Recordad -insiste- que sois soldados de Dios, lo que significa que debéis mostrar auténtico perdón y dejar a un lado la venganza”.
Sadam se muestra preocupado por la posible fractura territorial de Irak en tres comunidades (chiíes, suníes y kurdos), y concede absoluta prioridad al objetivo de preservar la unidad. “Estáis sacrificando vuestras vidas por estos grandes principios y en la vanguardia está el gran Irak unido”, concluye.
Ignoro qué credibilidad pueda concedérsele a esta singular misiva. El hecho de que haya visto la luz ya constituye de por sí materia para especular sobre las intenciones de quienes han permitido (¿o promovido?) su redacción y difusión.
Nadie ignora que las fuerzas de ocupación contemplan la retirada en un horizonte mucho más próximo que el inicialmente previsto. Más pronto que tarde el sucesor de George W. Bush deberá tomar esa decisión, que será secundada con placer por el sucesor de Tony Blair. Para su vergüenza, no serán los autores del error quienes lo rectifiquen.
Pero hay algo que preocupa muy mucho en occidente: la posibilidad de una partición de Irak, a partir de la cual la comunidad chií -muy mayoritaria demográficamente- obtendría un amplio territorio de notable importancia estratégica. La alianza con Irán sería inmediata.
La consecuencia final de la aventura iraquí sería en ese caso más desastrosa de lo que amenaza ser, pues no sólo se habría perdido una guerra que nunca se debió iniciar y se habría propiciado el crecimiento del terrorismo islámico. También se habría destruido uno de los países árabe más laicos del mundo y se habría favorecido notablemente al integrismo chií, que tiene su máximo exponente en un Irán dispuesto a armarse hasta los dientes para, en el peor de los casos, morir matando.
Tal vez por eso, porque la derrota sería mucho más grave aún desde el punto de vista político que desde el militar y los invasores quedarían en evidencia como unos auténticos imbéciles e irresponsables, se ha dado curso a la conciliadora carta de Sadam, el hombre que desde prisión les derrota cada día. El hombre que en su momento fue un útil aliado frente a Irán y podría volver a serlo, pese a todo lo sucedido.
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