El 47 % de los encuestados a mediados de enero por el instituto de opinión galo CSA consideraba que las «relaciones políticas» entre la candidata a la presidencia de la república francesa, Ségolène Royal, y su compañero sentimental, François Hollande, secretario general del PSF, “no están claras”. El desarrollo de la precampaña, sin embargo, permite avanzar algo más, siquiera como especulación. Tales relaciones, en las que inevitablemente se mezclan lo personal y lo sentimental, tienen un carácter conflictivo y perjudicial para los intereses electorales de la candidata y su partido.
Gran parte del núcleo duro del Partido Socialista Francés no vio con buenos ojos desde el principio que Hollande cediera el sitio a su compañera, renunciando a participar en las primarias del partido. Y no es sólo que les pareciera absurdo que el secretario general se inhibiera de lo que se considera ‘su responsabilidad’, sino que no les gustaba (y todo indica que sigue sin gustarles) el ‘estilo Ségolène’, que juzgan distanciado del programa socialista. El problema para la ‘nomenklatura’ del PSF -e impensablemente para el propio Hollande- es que la ‘advenediza’ compañera del secretario general arrasó en las primarias con incuestionable contundencia.
Ségolène tenía -o eso creía- las ideas muy claras acerca de su relación con el partido y con el compañero-secretario-general. Conseguida la nominación y en cabeza en las encuestas sobre intención de voto, quería aplicar a su precampaña presidencial los mismos principios que utilizó en las triunfales primarias: dentro del partido, pero no necesariamente con el partido o a su servicio. En medio de chistecitos malintencionados y observaciones sarcásticas, es Hollande quien no tiene claro en absoluto cómo actuar en su triple papel de responsable máximo del PSF, compañero sentimental de la candidata e hipotético ‘presidente consorte’. El suyo es un papel muy complicado y muy desagradecido.
Parece claro que Hollande no quiere perjudicar a su compañera. Más bien al contrario. Pero tampoco quiere pasar ante sus compañeros de partido como un secretario general enmudecido, un calzonazos sin criterio. Los enfrentamientos entre secretarios generales y candidatos no son algo inédito. En el PSF hay precedentes, pero nunca había ocurrido que afectasen a una pareja de hecho, destinada -si la Royal ganase- a cohabitar en el Eliseo. El Estado, el PSF y la familia Hollande-Royal están implicados en un contencioso que es cualquier cosa menos baladí.
Cuando Royal y Hollande disienten en público sobre la necesidad de dar prioridad a la política fiscal, que la candidata rechaza, no estamos precisamente ante una pelea de enamorados, pero nadie puede ignorar la relación que les une ni que tienen cuatro hijos en común. Cuando el secretario general del PSF bromea en un contexto amistoso sobre reyes y reinas - el apellido Royal (Real) no es ajeno a la humorada- y atribuye a éstas un papel provisional en beneficio del rey no puede pretender que su 'ingenio' no transcienda y se hagan las lecturas imaginables sobre la ‘broma’.
El defecto de la candidata, el único, según el portavoz de ésta, Arnaud Montebourg, es “su compañero”. Así de claramente se produjo el ‘hombre de confianza’ de la Royal en declaraciones a una cadena de televisión. Hollande tardó 24 horas en reaccionar y lo hizo finalmente a instancias del partido, reclamando a su compañera un gesto elocuente ante esas declaraciones “hirientes y ofensivas”. Ségolène reacciona suspendiendo por un mes en sus funciones al ocurrente portavoz.
Ambos pretenden, inútilmente, dejar al margen de la politica su vida privada. Ségolène se mostró muy consciente de los riesgos implícitos cuando, con ocasión del anuncio de su candidatura, el pasado septiembre, aludió a ellos y señaló su propósito de “proteger a mi familia”. Resulta evidente que los riesgos les han sobrepasado cuando Hollande asegura que él seguirá viviendo en su casa si su compañera se convierte en la próxima inquilina del Eliseo. Tampoco resulta muy positivo que Hollande se entere por la prensa de que Ségolène está considerando la hipótesis de contraer matrimonio con él finalmente.
Inevitablemente, ni el PSF ni el electorado son indiferentes a las disputas de la pareja más política de Francia. Aunque de modo larvado, ambos compiten. Hollande subraya enérgicamente que es él “el general” (¿De Gaulle?) cuando alguien afirma que lo es su compañera tras la victoria en las primarias. Comparan celosamente el número de periodistas que siguen a uno u otro en sus desplazamientos y sus equipos respectivos se odian y confrontan como si pertenecieran a partidos diferentes. Las cosas han ido demasiado lejos y la consecuencia más elocuente es que en estos momentos Ségolène está seis puntos por debajo de Sarkozy y no porque Sarkozy suba como la espuma sino porque la candidata socialista pierde apoyo popular desde hace al menos dos meses.
El estado de ánimo en las filas del PSF evoca el trazado de una montaña rusa, tan pronto poseído de un optimismo entusiasta como hundido en la depresión. Cuando el 11 de este mes Ségolène Royal expone su discurso-programa y copa las primeras páginas y la apertura de los telediarios la ilusión desborda. Apenas cuatro días después, tras una agitada reunión en la sede del partido, el secretario para asuntos económicos, Eric Besson, presenta su dimisión, harto -se dice- de “los cambios de pie de la estrategia” y no menos harto de “la multiplicación de las reuniones sin coordinación”.
Todo indica que, de la mano de la ‘extraña pareja’, el PSF está hundido, precisamente en el peor momento imaginable, en una grave crisis de esquizofrenia. Demasiado tarde para convocar un Congreso extraordinario. Quizás ha llegado la hora de que Royal y Hollande se tomen unos días de vacaciones y debatan a tumba abierta sobre sus más que obvias diferencias, que resultan ser una cuestión de Estado.
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