Otegui está que lo tira. Ante la inminencia de las elecciones ha iniciado -con el apoyo de la totalidad de su coalición, se supone- una temporada de 'grandes rebajas' que van desde la asunción de las limitaciones que la Constitución impone a los antojos territoriales abertzales al reconocimiento de que el Estado no debe pagar precio político alguno por la renuncia de ETA a las armas.
Son signos positivos, especialmente si se considera la delirante 'carta a los Reyes Magos' que eran sus anteriores exigencias, las que dieron lugar al alto el fuego que terminó de modo abrupto y brutal tras el atentado en la T-4 de Barajas. Aquello era pura y simplemente innegociable.
Sin embargo, tales gestos son notoriamente insuficientes. Lo que Otegui y los suyos no parecen comprender es que no es el momento de las buenas palabras, sino el de los hechos significativos y definitivos. El atentado de ETA ha situado el reloj cuatro años atrás, sino más atrás aún. Ni Batasuna ni -mucho menos- ETA ofrecen fiabilidad alguna acerca de su capacidad para sostener cualquier compromiso que puedan contraer.
Sólo hay dos cosas que esperar: por parte de Batasuna, la condena de todo tipo de violencia como instrumento de presión política; por parte de ETA, la renuncia a la lucha armada y la entrega de su arsenal.
Si Otegui no puede lograr que la coalición abertzale dé ese paso crucial es, obviamente, porque la organización política sigue en manos de la banda armada, es su rehén. Sobre esa base, sobre la intransigencia y la falta de realismo político de ETA, no hay ningún futuro que construir. Y menos aún a corto plazo, en un horizonte tan breve como las elecciones de mayo.
Se han equivocado gravemente. Y los errores se pagan.
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