Por supuesto, Rajoy no dijo nada que se saliera del previsible guión de la convención del partido que preside (por delegación reversible de Aznar, como se pudo constatar más que nunca en esta ocasión). Su ‘sincera’ (¡) oferta de colaboración con el Gobierno en cuestiones sensibles fue de inmediato anulada mediante un ‘pero’ disuasorio (si el Gobierno rectifica).
Siguen fingiendo no haberse hecho a la idea de que ya no están en el poder. Si el Gobierno no atiende a sus exigencias (que saben de antemano inatendibles y por eso las formulan) lo traducen, de cara a la galería, como una ruptura (del pacto antiterrorista, por ejemplo) o como una injusta marginación (Estatuto catalán). Son ellos los que rompen, son ellos los que se automarginan, y la razón es que quieren tener las manos libres para seguir vendiendo su mendaz ‘Apocalipsis según Zapatero’.
Que los hechos desmientan sistemáticamente las razones de su alarmismo no parece inquietarles. Miente, que algo queda.
El resto es, como dirían ellos, “más de lo mismo”. El PP sigue donde estaba y la peculiar cuchipanda que organizó sólo sirvió para ratificarlo. El ´héroe’ de la convención no fue Rajoy, sino Aznar. Tampoco fue Rajoy quien concitó los mayores entusiasmos después de Aznar, sino Acebes y Zaplana.
Pobre Mariano, tan sobreactuado, tan fuera de su papel y, pese a sus esfuerzos, sin gancho real para la ‘hinchada’.
Más allá de todo esto, que no es grano de anís, lo que en última instancia resulta más significativo de la convención es su tono autodefensivo y autojustificativo, que, según todos los síntomas, no iba dirigido tanto hacia el potencial electorado como ‘intra muros’.
Eso delata que las críticas a su estrategia destructiva de oposición y la denuncia eficaz de las mentiras que emplean para instrumentarla están haciendo mella.
La omnipresencia de Aznar durante la convención tampoco deja lugar a dudas de que, ante la inquietud creciente en las filas y las llamadas a una rectificación hacia el centro, quien es el padre, la madre y el gran hermano de la formación ha decidido alejar toda duda de que realmente lo es, de que manda y de que, como en 1996, el camino hacia La Moncloa lo conoce él y sólo él. Ahora sólo falta que se decida a encabezar abiertamente la marcha.
¿Qué cesto se puede hacer con estos mimbres? Ellos sabrán, o, mejor dicho, él sabrá.
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