27 marzo, 2006

Los pies de barro de la democracia

Que Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) atraviesa graves problemas de financiación no ofrece lugar a dudas. Que el contenido de sus misivas recaudatorias, consecuencia de la aplicación inmediata de la Carta Financiera que el partido aprobó en la reciente reunión de su Consejo Nacional, es un cutre despropósito con inquietantes resonancias mafiosas también ha quedado claro. Igualmente obvio es que el asunto, extensamente aireado y criticado, ha constituido un regalo inesperado para quienes quieren ajustar cuentas con el grupo de Carod-Rovira.

Pero más allá de su sugerente atrezzo vestimentario de camisas oscuras y corbatas a grandes bandas oblicuas de color, más allá de su inclinación a pasarse cinco pueblos y de su arrogancia, los republicanos catalanes son bastante menos mafiosos que ingenuos. Se les nota mucho el pelo de la dehesa propio de quienes no han tocado en serio el poder hasta ahora y se encuentran todavía tomando tierra. Ya quisiéramos que todos los partidos tuvieran estrategias de financiación tan ‘transparentes’.

Sin ir más lejos, como ERC ha argumentado ahora para devolver el golpe, hace poco más de un año se destapó en el Parlament (lo hizo el propio Maragall, que primero habla y luego piensa) el ‘tresporcientismo’ de CiU. Fue en su momento un gran escándalo que, tal como me atreví a ‘profetizar’, se ha quedado en nada gracias a una no escrita ‘ley del silencio y de la inhibición’ que supone una casi total impunidad para las vías irregulares (delictivas en realidad) de financiación de los partidos. De todos los partidos.

Ahí residen los pies de barro más ostensibles de la democracia formal, parlamentaria y partitocrática. El progresivo distanciamiento entre políticos y ciudadanos -salvo en campaña electoral, por supuesto- es contrarrestado mediante la creación de un proliferante ‘funcionariado’ de partido y operaciones gigantescas de ‘marketing’ partidista que superan con creces las capacidades ‘lógicas’ de autofinanciación. Los costes de las campañas rebasan habitualmente las previsiones y todo es insuficiente para engrasar una maquinaria desorbitada.

Existe, por supuesto, una normativa sobre la financiación de los partidos y un órgano fiscalizador, que es el Tribunal de Cuentas. La Ley de Financiación de Partidos Políticos nace en 1987, apenas una década después de las primeras elecciones, y ha sido ampliamente sobrepasada por la realidad. Dicha normativa admite las donaciones anónimas hasta un límite de 60.000 euros y prohíbe expresamente que sean destinadas a fines electorales. La limitación de la cantidad se supera de modo confortable e impune acumulando donaciones de la misma fuente nunca superiores a lo previsto. La prohibición de destinar lo recaudado a fines electorales es más bien una broma y como tal se lo toman todos los partidos.

José María Irujo, en un estudio publicado en El País el 18 de abril del año pasado, realizó un interesante estudio sobre el tema del que cabe destacar los siguientes aspectos esenciales:

- En el trecenio comprendido entre 1992 y 2005 los partidos políticos han recibido 90 millones de euros (15.000 millones de las antiguas pesetas) en donativos, la gran mayoría anónimos.
-Casi el 70% de esa cantidad ha entrado en las arcas del PNV y CiU.
- Los datos prueban que las donaciones al PNV, CiU y PP crecen al amparo de una ley que facilita la opacidad y las trampas.
- Los donantes son, en muchos casos, empresarios y constructores que buscan favores.
- El Tribunal de Cuentas exige que se ponga fin a la situación actual, favorecida por la normativa legal.

La situación es, objetivamente, una vergüenza para la democracia y para los partidos, cómplices y gestores de una situación en la que, fundamentalmente, se mueve ‘dinero negro’ e interfieren intereses que pasan de castaño oscuro.

Pero echemos un vistazo al dinero ‘blanco’. Entre 1997 y 1999 la banca condonó deudas a los partidos políticos por importe de 19,1 millones de euros. Asimismo, sólo en 1999, les toleró el impago de créditos ya vencidos (otros 26 millones de euros). Cuánta generosidad, ¿no? ¿Quién es tan ingenuo como para creer aún en la independencia de los partidos?

Poner coto a esta situación es una exigencia urgente para la limpieza y verosimilitud de un sistema ahora corrompido y condicionado. Sólo unas leyes lúcidas y exigentes pueden terminar con esta vergüenza que nos mancha y perjudica a todos.

Y ya es hora.

Leer online: www.tierradenadie.cc

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