Dirigiéndose a las juventudes del PP (Nuevas Generaciones) el jefe de la ‘leal oposición’ dijo que "hay que preguntarse por qué esto se ha roto de la forma que lo ha hecho en los tres últimos años, quién es el responsable y cómo lo podemos arreglar".
Contradictorio, como siempre, Rajoy primero hace el diagnóstico (deliberadamente falso) y luego invita a preguntarse cuál es el diagnóstico, a sabiendas de que se dirige a quienes no se preguntan nada, ni siquiera si se les toma por idiotas, porque comparten acríticamente la estrategia falsaria de sus dirigentes.
Si lo hicieran, si se preguntasen honestamente quién ha destruido “el gran espíritu de entendimiento” (no tan grande, si se repasa la historia), quién ha ‘encizañado’ la convivencia y desenterrado los enfrentamientos; quién, en definitiva, ha resucitado los fantasmas de las dos Españas, abandonarían la táctica indecente de atribuir el crimen a la víctima.
Pero hay un premisa bastante utópica en mi párrafo precedente. Escribí “si se preguntasen honestamente…" ¿Honestamente? He ahí el error. Cuando se han abrazado la deshonestidad política y la mentira sistemática como armas para recuperar el poder perdido plantearse algo honestamente es una tentación prohibida.
Echemos por un momento la vista al pasado. 16 de Junio de 1977. Los resultados electorales no dejan lugar a dudas acerca de la magnitud de la derrota de Alianza Popular, embrión del hoy llamado Partido Popular, formado por ex ministros de Franco que, a su vez, encabezan grupúsculos que se supone son sus proyectos respectivos de partido propio. Manuel Fraga es la cabeza visible, el caudillo al que siguen Gonzalo Fernández de la Mora, Cruz Martínez Esteruelas, Federico Silva Muñoz, Licinio de la Fuente y Enrique Thomas de Carranza, a los que se unirán más tarde el ex presidente Arias Navarro y el inclasificable José María de Areilza.
El inmoderado Fraga, que dice aceptar la democracia siempre que sea con ‘orden’ y con ‘autoridad’, recoge los frutos de su violencia verbal, de su falta de credibilidad democrática ante la ciudadanía. Incluso el ‘temido’ PCE obtiene mejores resultados: 20 escaños, cuatro más que la coalición de ‘los siete magníficos’.
Seguirá una larga travesía del desierto, bajo las denominaciones Coalición Democrática (1979) y Coalición Popular (1982) hasta llegar en 1989 a la ‘fundación’ del Partido Popular (de hecho refundación de AP), que termina con la coalición de partidillos irreales y se redefine como ‘centro derecha’, como ‘centro reformista’ (¡), según sus estatutos. En 1990 Fraga resigna la presidencia en José María Aznar y pasa a ser honrado como ‘Presidente Fundador’.
El resto de la historia es más conocido y no voy a evocarla. Se trataba sólo de aprovechar este 30º aniversario de las primeras elecciones para refrescar la memoria ciudadana acerca del ‘pedigrí democrático’ del PP y de su supuesto y nunca demostrado ‘centrismo’.
Durante los cuatro años de mayoría absoluta del Partido Popular muchos de los que tenemos edad para ello experimentamos deprimentes ‘flashbacks’ hacia los tiempos oscuros de la dictadura franquista, a la que la totalidad de la derecha española mostró ‘inquebrantable adhesión’ y a la que el PP todavía no ha tenido el valor de condenar como golpista e ilegítima.
Hoy vemos al PP, de nuevo en la oposición, como un partido capaz de las estrategias más torticeras e irresponsables en su afán por recobrar el poder. Es él quien ha roto los consensos y promovido la crispación en la idea de que achacársela al Gobierno, como tantas otras cosas que le ha imputado con falsedad deliberada, tendrá impagables réditos electorales.
El pasado martes Santiago Carrillo rendía homenaje al papel extraordinario que Adolfo Suárez -éste sí centrista reformista auténtico- había jugado para hacer posible la Transición que hoy se celebra. “Suárez fue crucificado por la derecha”, sentenció.
Yo pensé entonces y expongo ahora hasta qué punto no es el propósito del Partido Popular crucificar a Rodríguez Zapatero. El acoso, los infundios y la agresividad de la derecha con el presidente del Gobierno recuerdan inquietantemente a aquellos momentos históricos que hoy se evocan desde la autocomplacencia y la desmemoria.
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