17 abril, 2007

Una matanza con enmienda


El virginiano Thomas Jefferson, fundador de la Universidad de Virginia y uno de los llamados en Estados Unidos ‘padres fundadores’ (de hecho, uno de los puntales fundamentales de la Constitución), creía firmemente en la conveniencia de que los ciudadanos dispusieran de armas, no sólo para defender el país de cualquier amenaza externa sino también para oponerse a una hipotética tiranía interna o a la simple vulneración de sus derechos individuales.

De esa convicción nace la polémica segunda enmienda de la Carta Magna americana, que establece la necesidad de “una milicia (civil) bien regulada” y prohíbe terminantemente la infracción del “derecho del pueblo a tener y portar armas”. Así, la venta libre y la posesión de armas, que ahora constituye un gravísimo problema de seguridad y orden público, deviene, en manos de los interesados defensores de la existencia de arsenales personales, una crucial cuestión política.

Cuando Al Gore se postulaba como candidato a la presidencia, uno de sus caballos de batalla -estaba reciente la matanza de Columbine- era la regulación de la venta y posesión de armas. La NRA (Asociación Nacional del Rifle), en la persona de su grandilocuente presidente, el actor Charlton Heston, se le enfrentó con contundencia. Sólo le arrancarían su arma “from my cold, dead hands" (de mis frias manos muertas). Su imagen, enarbolando su arma sobre la cabeza, dio la vuelta al mundo transmitiendo un mensaje patético.

En el instituto de Columbine hubo quince muertos el 20 de abril 1999. Ayer, en la Universidad Virgina Tech., 33. ¿Cuántos tiene que llegar a haber para que una norma anacrónica y absurda desaparezca?

El presidente Bush se declara horrorizado. La población estadounidense ha sufrido un nuevo trauma. El mundo entero se pregunta hasta dónde va a llegar el delirio de la violencia en la ‘cuna de la democracia’. No hay respuesta. El hecho es que en el estado de Virginia toda persona que supere los 18 años de edad puede comprar un arma. Y no sólo una pistola o un revólver, sino también fusiles de asalto como el mítico AK-47 o el Uzi, sin limitaciones en la munición y sin ningún permiso especial. La compra es intantánea. Uno entra en la armería y sale en minutos con el arma bajo el brazo.

La industria y el comercio del armamento privado gozan, como consecuencia de tanto libertinaje, de una extraordinaria prosperidad y también de un formidable poder. Sus ‘lobbies’ (grupos de influencia y presión) han demostrado una gran eficacia a la hora de parar todos los intentos de limitar la orgía de sangre que la fácil disponibilidad de armas de fuego propicia.

Tal vez ha llegado el momento de que la opinión pública estadounidense dé prueba fehaciente de que es el pueblo y no la industria ni sus títeres políticos la fuente de todo derecho. Estoy seguro de que Jefferson, hoy, estaría de acuerdo en que un arma, desgraciadamente, se emplea con mayor frecuencia para segar arbitrariamente vidas humanas que para defender las libertades que, por otro lado, están siendo impunemente trituradas por quienes dicen defenderlas.

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