Sumergirse, como yo he hecho, en la extensa entrevista ‘con ETA’ publicada por ‘Gara’ el domingo es un ejercicio desolador. Lo primero que se constata es la miseria intelectual y política (y por ende moral) de quienes se autoerigen en máximos defensores de los derechos del pueblo vasco con las armas en la mano. La incoherencia y la contradicción presiden estas ‘declaraciones’, que bien podrían ser las respuestas escritas a un cuestionario e incluso una autoentrevista.
La banda está más sola y desarbolada que nunca y la contestación a sus acciones armadas va extendiendose en el seno de la izquierda abertzale, en lo que ellos califican, con la boca pequeña, como “un debate enriquecedor”. El engendro de ‘Gara’ no es otra cosa que un intento de hacerse oir y respetar, de recuperar crédito tras la brutal metedura de pata que fue el atentado en
El fruto de ese empeño es, como decía, desolador, patético, inane. Sólo el discurso sonámbulo de algún caudillo tribal del África más profunda podría superarlo en mediocridad y gratuidad. Esa es la gente que tiene en vilo a la sociedad y al Estado: un grupo de delincuentes vaga e insuficientemente ilustrados que confunde el siglo XXI con el XX, a España y Francia con repúblicas bananeras y a sí mismos con el ‘Che’ Guevara.
Ellos son el problema, ellos son el conflicto. Euskadi Ta Askatasuna es quien frustra sistemáticamente la paz y el progreso que dice desear. Y dado que ellos no están dispuestos a entenderlo y obrar en consecuencia y siguen justificando la lucha armada con irresponsable desparpajo, la pelota está en el tejado de Batasuna. Si el lado político de la izquierda abertzale no rompe el abrazo mortal con el que ETA le atenaza no hay salida posible.
ETA ha demostrado hasta la saciedad y más su incapacidad política. Por mucho que se empecine no puede liderar ni tutelar ni vigilar un proceso político que ha de situarse, ineludiblemente, en el marco de
Es lamentable que un grupo de fanáticos embrutecidos domine el panorama político español y el vasco, pero aún es peor que quienes intentan representar políticamente el independentismo vasco se muestren incapaces de abjurar de la violencia como instrumento político y de negar toda legitimidad a ETA.
Estamos ante una trágica mezcla de empecinamiento, estupidez y cobardía. Una desoladora e inestable mixtura que acostumbra a estallar con extensos y graves daños colaterales.
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