12 febrero, 2010

De la 'ruina' española y sus causantes (y V)

"Lo que está en juego es el futuro de la democracia y de la Europa social; los griegos deben luchar por todos nosotros."
Costas Douzinas, profesor de Ciencias Sociales en la Universidad de Birmingham (Reino Unido)..


La cita de Douzinas es sólo una parte del corolario de un artículo suyo de lectura muy recomendable publicado recientemente en 'The Guardian' y que viene a confirmar lo ya apuntado aquí acerca de las segundas intenciones de la ofensiva contra el euro a costa de los paises de la UE gobernados por la izquierda. No hay paranoia cuando los argumentos se basan en hechos y reflexiones objetivas acerca de realidades evidentes. El neoliberalismo de la desrregulación y la financiarización, lejos de sentirse derrotado por las consecuencias ruinosas de la aplicación de sus principios, continúa su ofensiva implacable. Y todo indica que con mayor arrogancia que nunca.

La gravísima crisis económica no está conduciendo, paradójicamente, a la reforma y el control de la 'industria financiera' causante del desastre, sino a la imposición de sus planteamientos. Los planes de presunto relanzamiento que se quieren imponer a los PIGS (en desafortunada expresión del prepotente Financial Times) van en la dirección neoliberal de una desregulación que se plantea especialmente en el mundo laboral. Reducir los costes salariales y convertir los despidos en un paseo por el campo es uno de los objetivos. Rajoy admitió hace unos días, por primera vez, este objetivo, aunque se agarró oportunamente al documento que el "Grupo de los cien"   hizo público en abril de 2009.

Ahora que se habla de un pacto de Estado frente a la crisis, con un insólito protagonismo del Rey -supuestamente basado en un irreal vacío de autoridad-, el PP sigue sin hablar claro, pero sí ha sido terminante en una cosa. No participará en dicho pacto si se pretende subir los impuestos; lo que reclama es precisamente lo contrario. Tal rechazo, de base supuestamente neoliberal, asociado con la reducción radical del gasto público y el aumento previsible del desempleo -si se aplica la reforma laboral-, no haría otra cosa que agravar la situación socioeconómica a corto plazo y empeorar la economía a medio plazo. Si a eso le unimos la reforma del sistema de pensiones en el sentido ya apuntado, la huelga general empezaría a tomar visos de realidad.

La postura de la derecha no es algo que se pueda sostener seriamente, pero lo último que pretende el PP es ser constructivo. Dada su estrategia indecente de aprovechar la crisis para hundir al Gobierno, es evidente que lo último que hará es participar en un pacto conducente a mejorar las cosas. Eso debe ser lo que ellos llaman patriotismo. Si ellos achacan a motivos ideológicos la resistencia del Gobierno a asumir políticas impopulares, los motivos del PP para rechazar el pacto son bastante más ramplones y terrestres: ocupar La Moncloa tras someter al Ejecutivo a un cerco despiadado. Caiga quien caiga; incluso si es España la que cae más aún.

La culpa de la crisis no se puede achacar a la política económica del Gobierno o a su ausencia; tampoco a la supuesta improvisación, reacción impuesta por una situación permanentemente cambiante. Una economía tan dependiente como la española de la construcción -gran generadora de empleo directo e inducido- exhibe toda su debilidad cuando ese sector se despeña. Y el despeño es tanto más probable cuanto más se aleja la oferta de la demanda real, lo cual en el caso español llegó hasta el punto de ser la primera el doble de la segunda.

No va a ser fácil refundar la estructura productiva y situar al sector inmobiliario en su justo lugar, importante pero no el más importante. Eso requerirá un cambio radical de filosofía del empresariado español, parte del cual está excesivamente habituado al gran beneficio a corto plazo y no tiene la cultura creativa, innovadora y valiente que requieren las circunstancias y que caracteriza a las economías más sólidas. Cualesquiera que sean los estímulos oficiales que se activen la resistencia está garantizada. Esa y no los costes salariales es la causa de la falta de competitividad de la economía española, dramáticamente agravada desde la entrada en la Eurozona.

A nivel europeo, lo que la crisis está poniendo de manifiesto, además de la indudable seducción por las soluciones neoliberales que comparte la cúpula directiva con los responsables económicos de casi todos los países, es la fragilidad y las disfunciones que provienen de los principios adoptados en los diversos tratados de la Unión y en especial de la artificialidad de una unión que es meramente monetaria, no económica. La solidaridad real entre los miembros ha comenzado a ser sometida a una dura prueba, tanto más crucial cuanto la zona euro está integrada por países en muy diferente situación antes y durante la crisis. Algunos han respondido mejor, otros peor y otros sencillamente se han visto desbordados e inermes.

La opinión pública alemana contesta ahora mismo la decisión de su Gobierno de participar en la operación de salvamento de Grecia. Todo está bien cuando las cosas van bien; cuando no es así se ven las grandes grietas de un edificio hecho de retales y condicionado por una absurda idea de crecimiento permanente que la crisis hace crujir y trepidar sonoramente. Nos queda mucho por ver, sin duda. Esta crisis va a ser más prolongada de lo que muchos han dicho creer. Los famosos 'brotes verdes' no pueden limitarse al crecimiento del PIB, que además este último trimestre se ha estancado en la UE. Comienza a ser verosímil, por otra parte, la posibilidad de un rebrote de la recesión.

En lo que respecta a España, parece urgente que el pacto que se pretende alcanzar sume a los bancos al consenso. Su actitud es clave y por el momento sólo son parte del problema, no de la solución. Los esfuerzos deberían centrarse de modo prioritario en contener el desempleo, que no cesa de avanzar y que, cuanto más lo hace, más amenaza con la posibilidad de que millones de españoles sumen a su condición de parados la carencia de subsidios, lo que conduciría a una contracción excepcional del consumo y a un círculo vicioso de difícil salida.

Ese sería el auténtico fracaso del sistema, una tragedia que puede convertir la paz social en un grato recuerdo.

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