Hay quien ha fijado ya la fecha de defunción de la ‘Galaxia Gutenberg’. Philip Meyer, profesor de periodismo en la Universidad de Carolina del Norte, prevé en su libro 'Vanishing Newspaper' que la ‘especie en extinción’ que hoy constituyen los lectores de diarios se habrá desvanecido en 2043. Sea antes o después, lo cierto es que la perspectiva del final de los diarios es cada vez más compartida en los medios académicos estadounidenses, aunque bastante contestada aún -por obvias razones- en los medios profesionales.
Meyer cree en la salvación del periodismo y propugna soluciones para que éste mantenga la influencia social que le ha caracterizado, pero previene contra la inclinación a creer que la prensa en su soporte de papel vaya a sobrevivir. “Si vamos a preservar el periodismo y sus funciones de servicio social -escribe-, quizás lo inteligente sería no centrarnos demasiado en los media tradicionales. La espiral de muerte puede ser irreversible”.
No es la muerte de la prensa lo que inquieta a Meyer, sino la del periodismo serio, sólido, socialmente influyente. De cara a esa supervivencia ha elaborado una teoría bastante respetada profesionalmente, aunque no exenta de polémica, que se denomina ‘periodismo de precisión’ (libro online, en inglés), que nos retrotrae a la idea del periodismo de análisis de mi viejo profesor.
El periodista que debe salvar a la profesión sería, según Meyer, alguien capaz de emplear técnicas de investigación social y de informática que le permitan filtrar, contrastar, analizar y exponer con nitidez y autoridad realidades habitualmente ocultas, no sólo para el gran público, sino incluso para las élites. De ese modo, el llamado periodismo de ‘cejas altas’ se situaría a la altura de los tiempos, en lugar de ir a la zaga de los acontecimientos y utilizar para el análisis de éstos y de sus consecuencias voluntariosos instrumentos decimonónicos.
Nada más lejos de mis propósitos que internarme en el 'jardín' de las previsiones sobre la fecha de caducidad de la prensa escrita o sobre la forma en que la información pueda o deba evolucionar para mantener o incrementar su influencia social, o simplemente su penetración. En el horizonte de la información digital las posibilidades son extraordinarias y en buena medida imprevisibles, ya que estarán condicionadas por los avances tecnológicos, pero seguramente también por una creciente regulación y control, cuyas sombras ya han comenzado a proliferar.
El ritmo del relevo podría ser incluso más rápido que el que Meyer ha previsto, pero parece claro que también internet va a evolucionar y muy probablemente en un sentido no deseado por la inmensa mayoría. Suponer que la gratuidad que impera en buena parte de la red se va a mantener 'sine die' no parece muy realista, pero para ello las empresas tendrán que tomar decisiones delicadas y complejas y asumir riesgos que en un momento dado podrían ser el equivalente a una moneda al aire para su destino.
Son muchas las variables en juego y la de mayor peso es la rentabilidad. Actualmente los medios convencionales tratan de fortalecer su posición en la red y explotar toda la variedad de posibilidades que ofrecen las conexiones de banda ancha: audio, vídeo, infografía animada, aumento de la interactividad, apertura a la participación de los lectores... El objetivo es captar y fidelizar a los jóvenes. Los medios ensayan su potencial digital de cara a un futuro en el que sus beneficios deberán proceder fundamentalmente de la red. Generar adicción y familiaridad, demostrando fiabilidad, amenidad y facilidad de uso parece ser por ahora su estrategia.
Nadie cuestiona ya en serio que el futuro ha comenzado y hay que tener una buena posición en la línea de salida. Quienes no hace mucho se encastillaban en la defensa de la prensa y exhibían la portabilidad del diario como el último territorio en el que era imbatible han de asumir ahora que los PDAs tienen esa misma virtud y otras muchas añadidas. El tacto del papel y el olor de la tinta seguramente son sensaciones a las que a nadie le será difícil renunciar.
En el periodo de transición que sin duda se ha iniciado, tanto en el medio tradicional como en el digital se están generando iniciativas destinadas a prolongar cuanto sea posible la vida del diario sobre papel mientras se rectifica y afianza la oferta digital. Los diarios no pueden entrar en bancarrota antes de que internet sea rentable. Esa es la cuestión. Todos se espían y se copian entre sí a poco que una determinada innovación tenga éxito, pero la improvisación y el ánimo experimental parecen dominar la escena.
Nada tiene de extraño si se tiene en cuenta que se precisa redefinir y descubrir la forma más adecuada y eficiente de informar en un contexto totalmente nuevo y además en permanente evolución y progreso.
Continuará.
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