19 junio, 2006

Estatut: El sentido del silencio

De los resultados del referéndum sobre el Estatut hay tantas lecturas como partidos. Todas ellas son interesadas, muchas hipócritas e incluso cínicas y algunas deprimentemente falsarias. No voy a tratar sobre ellas, sino sobre el sonido atronador del silencio, sobre el sentido de la abstención, que a fin de cuentas ha sido la gran protagonista.

Este examen no lo ha aprobado nadie. Todos han sido suspendidos por un pueblo harto de que jueguen con él. Si algo más de la mitad de los catalanes con derecho a voto no ha ejercido su derecho no es por que pase de la política, sino porque pasa de ‘sus’ políticos.

La partitocracia atraviesa sus horas más bajas, pero no a causa de la abulia ciudadana, como sentencian tantos, sino por el hastío, el hartazgo y la indignación de una parte considerable de la población catalana contra quienes dicen representarla.

Si repasamos la génesis y evolución del proyecto de Estatut podremos constatar que ha sido como un vulgar vodevil o una bufa comedia de enredo a la que algunos se han empeñado en dar aires de tragedia. Mucha intriga, mucho ruido, muchas puertas por las que entran y salen personajes, ora vociferantes ora sonrientes, intrusos bajo la cama o en los armarios... Y al final el público, que se sabe el argumento, no acude al estreno.

El personaje principal de esta comedia, que no es Zapatero, como sistemáticamente quiere el PP, sino Maragall, no estuvo a la altura de las circunstancias. Prisionero de sus socios de gobierno, concedió en la redacción del proyecto todo lo imaginable e incluso lo que no lo era. Retener el poder era lo primero. Evidente.

El segundo protagonista, que no es Carod-Rovira, como quisieran él mismo y el PP, sino CiU, actuó maquiavélicamente para hacer estallar las contradicciones del tripartito catalán, introduciendo más y más exigencias en el texto del proyecto estatutario hasta convertirlo en una explosiva carta a los reyes magos. Su cinismo es paradigmático en este caso.

El tercer protagonista, que es un Piqué patética presa de sus propias ambiciones y contradicciones y marioneta del centralismo feroz que su partido representa, osciló entre un posibilismo inicial, fulminantemente desautorizado, y la lectura impuesta del guión apocalíptico escrito en Madrid. España se rompe, ya se sabe. Volvemos a las andadas. Esto va camino de ser los Balcanes. El prejuicio y el miedo como cartel electoral. Más de lo mismo, pero sostenido por un actor que no se 'cree' su personaje.

Finalmente, la patata caliente resultante del delirio partidista catalán queda en manos del Congreso, que, coherente con la promesa hecha por el presidente del Gobierno cuando aún no lo era, la acepta a debate. Zapatero apela al PP para pactar de común acuerdo la corrección del texto, pero recibe la respuesta esperable de quienes practican con fruición el gamberrismo político: tu la has liado, es tu problema. Hasta en el carné de identidad le han dado con el texto del Estatuto que iba a 'romper el Estado'.

Finalmente Artur Mas y Zapatero hacen la escena del sofá en La Moncloa y desactivan la bomba a cuya virulencia CiU había contribuido esencialmente (¿cinismo dije?). El Estatut que finalmente sale del Parlamento está limpio de polvo y paja anticonstitucional, “cepillado” como dijo el inefable superviviente Alfonso Guerra.

El cuarto protagonista, esa ERC a la que todavía se le nota el pelo de la dehesa, se queda en un sinvivir. Si rechazan ese Estatut tendrán que romper su alianza con el Gobierno central y salir del tripartito. Perderán las poltronas, la influencia y... quién sabe lo que pueda ser de ellos en las próximas elecciones. La dirección apuesta por el voto nulo en un intento de salvar los muebles, pero las bases (asamblearios que son) reclaman el no, igual que el PP. Más sarcasmo.

¿Alquien se pregunta todavía por el sentido de la abstención, por el abrumador sonido del silencio?

Ese silencio es un grito y quienes lo provocan deberían tomar buena nota y no insistir en sus prácticas lamentables. Por su propio bien y por el de todos. El descrédito de la política es la desesperanza de la sociedad.

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