30 agosto, 2005

"Por una mentira"

En apenas unos meses las cañas se han tornado lanzas para el presidente Bush. El hombre que logró salir incólume de unas elecciones que fueron de hecho un referéndum sobre la guerra de Irak no está ahí, en el poder, por su buen hacer sino gracias a una sistemática intoxicación de la opinión pública y al estado emocional creado por el ataque terrorista del 11-S, propenso al éxito de la manipulación.

Si los comicios presidenciales diagnosticaron una dramática división de la sociedad estadounidense, prácticamente al 50 por 100, la evolución de la situación en Irak no sólo ha ahondado la sima, sino que también ha aumentado las críticas a una decisión injustificable y cuestionada desde el principio. Y ahora, para colmo de males de Bush y su banda, la contestación tiene un estandarte eficaz, una víctima indignada, la madre de un soldado de 24 años que ha muerto "por una mentira".

Cindy Sheehan y un número creciente de seguidores han puesto sitio al rancho de Bush en Crawford (Texas), pueblerino refugio vacacional del presidente en la América profunda, a la que él mismo representa de modo inigualable con su cazurra santurronería y sus aires de tipo sencillo y sin doblez. Ahora Sheehan y los suyos inician una gira de tres semanas que les llevará ante la Casa Blanca y la cobertura mediática alcanzada no deja lugar a dudas sobre el hecho de que el tesón de Cindy es cualquier cosa menos inocuo.

Las encuestas ya sitúan a Bush jr. en un nivel de impopularidad sólo superado por Nixon en los tiempos más agudos del escándalo del Watergate. Consciente de su impunidad, el presidente insiste en defender la presencia militar en Irak en un contexto general de guerra contra el terrorismo, por la democracia y por la estabilidad en el oriente próximo. Reclama paciencia y sacrificio y expresa su confianza en una positiva evolución de la situación en Irak.

Él parece ser el único que confía. Lejos de tener visos de pacificación, lo que empieza a vislumbrarse en Irak es una guerra civil, que de hecho ya existe desde hace tiempo de modo más o menos larvado, y que, en lo que concierne a la comunidad suní, ha encontrado en el rechazo a la Constitución su catalizador definitivo.

Interpretan razonablemente los suníes que el planteamiento federal de la Constitución promovida por EE UU, con autonomía para kurdos y chiíes, no sólo va en perjuicio directo de su comunidad sino que además prefigura una hipotética partición del país muy conveniente para los intereses occidentales, en la medida en que son los chiíes y los kurdos los que se asientan sobre territorios petrolíferos. Entre los chiíes sólo el carismático disidente Moqtada al Sadr comparte esa interpretación y ese rechazo.

La movilización popular suní tras el fracaso del consenso constitucional no se ha hecho esperar, con retratos de Sadam Hussein incluidos, y es previsible que, simultáneamente, la insurgencia acentúe aún más su virulencia. Mientras tanto, es cada vez más evidente el cortocircuito informativo que se está practicando, aprovechando la ausencia de medios informativos occidentales sobre el terreno.

Nadie explica, por ejemplo, quienes son esas decenas de personas que aparecen periódicamente ejecutadas en grupo con total economía de medios (un tiro en la cabeza), quién les mata y por qué. Nadie habla ya del peculiar general pelirrojo Izzat Ibrahim Al Duri, al que hasta hace apenas un año se atribuía la dirección militar de la insurgencia. Ahora se pone el acento en la figura de Abu Musab Al Zarqawi, un jordano vinculado a Al Qaeda. Y la razón es obvia: subrayar la presencia de la internacional terrorista islámica en Irak es más útil para defender la ocupación de ese país.

Por supuesto, se elude escrupulosamente mencionar que dicha presencia tiene como causa precisamente la ocupación militar. También se evita, por razones obvias, hacer distinción alguna entre las acciones que corresponden a la resistencia iraquí y las atribuibles a Al Qaeda. No se considera procedente. Todo se envuelve bajo el epígrafe de “terrorismo”, de infalible eficacia emocional.

Sin embargo, resulta evidente que la insurgencia iraquí tiene una organización, una dirección y unas tácticas inequívocamente militares y, asimismo, que cuenta con unos servicios de inteligencia muy bien informados. En consecuencia, existe también una dirección política. Sólo así se explica la elección nada aleatoria de los objetivos y la contundencia de los golpes que se suceden en los más diversos lugares, pero generalmente en la zona central (suní) y muy especialmente en Bagdad.

El fracaso en el intento estadounidense de sumar a los suníes -que ya boicotearon las elecciones en su día- al consenso sobre el borrador de la Constitución configura el peor de los escenarios para los intereses y expectativas de Bush y el ‘lobby’ energético. Según el reglamento del referéndum a celebrar el 15 de octubre, si dos tercios de la población en tres provincias iraquíes votan en contra de la ‘carta magna’ ésta deberá replantearse y volver a ser consultada. Y esa posibilidad puede considerarse ya como un hecho. Los miembros de la comunidad suní se están registrando masivamente para poder votar y no es precisamente para decir “sí”.

Eso significará prolongar indefinidamente la presencia militar estadounidense, una radicalización extrema de la violencia y una impopularidad aún mayor de Bush y de su guerra “por una mentira” a nivel doméstico. El riesgo de que tenga que asistir a una movilización clamorosa, de niveles próximos a los que motivaron la retirada de Vietnam, es ahora mismo una hipótesis altamente probable.

¿Y todo por una mentira? En resumen: sí. Los otros porqués de la guerra, conocidos por todos, aún siendo indecentes no son tan movilizadores. Nadie debería sobrevivir políticamente a una mentira en una auténtica democracia.

En España el PP no lo logró tras atribuir interesadamente a ETA el ataque terrorista del 11-M. En EE UU y Reino Unido Bush y Blair han salido indemnes, pero todo indica que el tiempo histórico no corre a su favor. A ellos, en su último mandato, no parece inquietarles. Esperan beneficiarse de una tradición de impunidad con la que habría que terminar para que las apuestas personales por aventuras falsarias y depredadoras como la guerra de Irak resulten imposibles en el futuro.

Existe algo que se llama responsabilidad criminal y nadie que incurra en ella debería disfrutar de inmunidad.

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