La operación de desalojo de los asentamientos judíos en Gaza, más allá de cualquier otro significado que se le quiera dar, ha sido una hábil y muy bien publicitada campaña de imagen por parte de Israel. Tras meses de especulaciones sobre lo que sucedería cuando se pusiera en práctica y un pormenorizado relato de lo que iba ocurriendo a medida que se acercaba la fecha, la evacuación, allí donde ha sido forzosa, se ha desarrollado parsimoniosamente, sin pegar un tiro, sin los suicidios ‘estilo Massada’ que alguien llegó a creer posibles y con las dosis justas de llanto, histeria y rasgar de vestiduras.
Ha sido una gran jeremiada, cuya paternidad se ha atribuido en exclusiva Ariel Sharon, el más sanguinario de los militares israelíes -ahora y siempre político- y uno de los menos ambiguos entre los sionistas. Son legión quienes juzgan que el desalojo de Gaza constituye una inequívoca muestra de buena voluntad. Eso es lo que transmiten los ‘media’ de consumo mayoritario (“mainstream”, que se dice) en los cinco continentes. Eso es lo que quiere hacer creer Israel, que en teoría estaría dando pasos firmes hacia el cumplimiento de la celebérrima ‘hoja de ruta’, que es papel mojado desde su alumbramiento.
Lo cierto es que “ceder” Gaza es sacrificar circunstancialmente un peón no esencial dentro de la larga y gran partida de ajedrez que Israel viene manteniendo incluso desde antes de su irregular nacimiento, aprobado por una ONU que aún no contaba entre sus miembros con los países más afectados por tal acuerdo ni con aquellos otros –los que se denominaron no alineados- que se habrían opuesto por obvias razones. La franja está totalmente aislada del resto de lo que se supone que será el estado palestino y en consecuencia es perfectamente controlable, especialmente si se cuenta –como es el caso- con la colaboración de Egipto.
Es Cisjordania y no Gaza la prioridad por excelencia de la política israelí. Es allí donde los asentamientos judíos salpican todo el territorio palestino y donde se han elevado y seguirán contruyéndose altos muros de hormigón que separan a la población entre sí y de sus tierras de cultivo. Es allí donde Israel desafía de modo más abierto y arrogante a la comunidad internacional. La contemplación del mapa del llamado “West Bank” con las zonas de muro ya construidas y las previstas no deja lugar a dudas acerca de los propósitos reales de Israel. Por un lado se anexiona ‘de facto’ territorios que no son suyos; por otro, forma ‘ghettos’ que a su vez encierran los propios ‘ghettos’ que son las colonias judías. En resumen, está extendiendo su territorio a costa del palestino y creando dentro de Cisjordania franjas o enclaves que prácticamente imposibilitan el funcionamiento autónomo de un hipotético estado palestino.
Mientras se desarrollaba la gran jeremiada de Gaza, Israel expropiaba terrenos palestinos al este de Jerusalén con el objetivo de anexionarse una extensa superficie que incluye Maale Adumim, uno de los mayores asentamientos judíos, dejando en su interior a miles de palestinos y sentando un principio de indiscutibilidad inaceptable respecto al destino definitivo de la ciudad, que Israel se apropió durante la guerra de los seis días y declaró capital política frente al criterio del resto del mundo. Es decir que, aunque en el caso de Gaza Sharon se cubra con la piel del cordero, lo que le mueve en realidad son la razones del lobo, que, como muestra la fábula de Esopo, resultan insostenibles.
En este contexto es toda una ironía el aplauso que la ONU ha dado a la “madurez” mostrada por el gobierno de Israel y casi ridículo su recordatorio de que “queda mucho por hacer”. Lo cierto es que en las condiciones actuales y teniendo en cuenta los planes respecto a Cisjordania, que Sharon considera irrenunciables, creer que se avanza hacia la paz es una alucinación pasajera, como indica el hecho de que la pasada madrugada los soldados israelíes mataron a cinco palestinos en el campo de refugiados de Tulkarem, tres de ellos adolescentes.
En esta cuestión, como en casi todo, sólo se engaña quien quiere. Y engañarse deliberadamente, como hace la inmensa mayor parte de la comunidad internacional en lo que concierne al contencioso palestino, es incurrir en una gravísima responsabilidad.
Que nadie sueñe con la más remota posibilidad de pacificación en la postura de la totalidad del mundo árabe-islámico mientras sangre a borbotones la herida de un pueblo que suma a todos los traumas sufridos desde 1948 el hecho de que cuatro millones y medio de los suyos están en el exilio y sin posibilidad de retorno por la oposición de Israel.
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