Con el juicio con que juzguéis seréis juzgados
y con la medida con que midáis se os medirá.
Jesucristo en el Sermón de la Montaña
Debo admitir que nunca imaginé que llegase el día en que viera a la iglesia católica proponer la objeción de conciencia y la desobediencia civil con tanta decisión y nitidez como lo ha hecho en estas fechas. La afirmación del cardenal Ricard Maria Carles en el sentido de que "Obedecer antes la ley que la conciencia lleva a Auschwitz" me parece impecable, aunque yo habría añadido que también lleva a Hiroshima y Nagasaki, sólo para equilibrar mínimamente las referencias al horror en la guerra más despiadada que ha conocido la humanidad.
Todo lo que sea “obediencia debida” al mandato del Estado o a cualquier otro poder temporal ha sido, es y será una fuente permanente de males y desgracias. El hombre debe ser responsable de todos sus actos y no ampararse en la coartada de que fue obligado a hacer algo contra su conciencia. En eso consiste la libertad, o, mejor dicho, en eso consistiría si existiera. Totalmente de acuerdo con monseñor.
El problema es que, viniendo de donde viene la 'libertaria' afirmación y dada su limitada validez (se refiere sólo al derecho de los servidores católicos del Estado español a objetar frente al matrimonio homosexual) considero imprescindible hacer y hacerme unas cuantas significativas preguntas:
-¿Pretende monseñor Carles, y a través de él el Vaticano, dar validez universal a su afirmación de la supremacía que la conciencia personal tiene sobre las leyes del Estado?
-¿No es más cierto que cuando habla de conciencia se refiere sólo a la conciencia católica y, dentro de ella, a la caracterizada como más integrista y reaccionaria?
-¿Por qué nunca alentó ni dio apoyo a aquellos de sus fieles (o no fieles) que en este país objetaron frente al servicio militar obligatorio y conocieron las cárceles por ello? ¿No fue Jesucristo un pacifista? ¿En qué estaba pensando Pío XII cuando bendijo los cañones de Mussolini?
-¿No es cierto que la iglesia católica española mantiene una alianza estratégica con el Partido Popular hasta el ridículo extremo de hacer a Juan Pablo II pronunciarse, en sus últimos días, contra la política hidráulica del Gobierno actual?
-¿No tuvo ni tiene esta iglesia nada que decir respecto a la participación de España, por decisión exclusiva del PP, en la guerra de Irak, una de las más injustas que haya conocido la historia? ¿Acaso formaba parte de una Cruzada contra el infiel bendecida por el Espíritu Santo, al que atribuyen sus “inspiraciones”? ¿Debemos atribuir también al Espíritu Santo sus elocuentes inhibiciones y complicidades?
-¿Tiene algún sentido para esta Iglesia la afirmación “ninguno puede servir a dos señores” (Mateo 6, 24-33)?
Nada más. Por ahora.
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