“La educación es la mejor política económica que existe”. Esta frase reza como introducción a la sintética biografía de Tony Blair disponible en la web del 10 de Downing Street. Ese 'pensamiento', tan evasivo como sugestivo, es un ejemplo típico de la dialéctica del primer ministro británico: marrullera, llena de fuegos de artificio y... sumamente eficaz. Si algo bueno cabe decir del hombre que rige los destinos de Reino Unido desde 1997 es que es un gran comunicador, de verbo fluido, claro y convincente. Otra cosa es que esa bondad se dedique al bien, que no.
Precisamente de educación (o sea, de política económica, permítaseme la ironía) trataba de hablar ayer T. B., que visitaba una escuela dentro de su campaña electoral, cuando la prensa le aguó la fiesta. La cuestión candente para los medios informativos no era la educación y mucho menos la política económica neoliberal del presunto “socialista” que aspira a su tercera reelección con amplias posibilidades de éxito, según las encuestas.
Lo que interesaba ayer a toda Gran Bretaña era saber qué tenía que decir el habilidoso y triunfante primer ministro sobre el sonoro portazo que el diputado Brian Sedgemore había dado al Partido Laborista después de 37 años de militancia, precisamente por culpa de la política de su “jefe”, y el demoledor contenido del artículo publicado por aquél en “The Independent”. Blair no entró al trapo. Vino a decir algo así como que todos tenemos nuestro propio trasero y nuestra propia opinión.
Ya se sabe que un diputado en una democracia al uso es muy poco más que un tipo que aprieta un botón a la orden de ya, para lo cual sólo son precisas tres cosas: estar presente en la Cámara, hallarse despierto y tener un estómago blindado (según cuales sean las circunstancias). Pero cuando una máquina de votar se harta de hacerle el juego a una política que no comparte puede provocar mucho ruido y ser muy perniciosa para el liderazgo del partido, especialmente en plena campaña electoral. Ese es el caso de Sedgemore.
El disidente no se conformó con anunciar su paso a las filas del Partido Liberal Demócrata, sino que pidió al electorado británico que le propine a Pinocho-Blair un fuerte puñetazo en la nariz, tan fuerte como para hacerle sangrar (“to give him a bloody nose” es lo que dijo en la lengua de Shakespeare). Pero dijo más. Calificó de “mentiras nauseabundas” las “clamorosas verdades” que Blair instrumentó para justificar la participación del ejército británico en la guerra de Irak. Y dedujo con lógica cartesiana que "si Blair está dispuesto a mentir para llevarnos a la guerra, está dispuesto a mentir para ganar unas elecciones". Obvio. Es más fácil y habitual.
El personal puñetazo en la nariz de Sedgemore coincidía con la divulgación de algo que Blair había tratado de mantener en secreto: el informe del Fiscal General, Peter Goldsmith, en el que exponía serias dudas sobre la legalidad de la intervención armada en Irak de acuerdo con el Derecho Internacional. Ambas cosas son un torpedo en la línea de flotación de la campaña laborista. Blair creía haber tenido éxito en sacar del temario su controvertida decisión de poner a disposición de Estados Unidos un nada pequeño contingente de tropas, pero es inútil ocultar los muertos bajo la cama. La guerra sigue, las tropas británicas no han sido repatriadas, las decenas de muertes causadas diariamente por la insurgencia aumentan, la democracia iraquí es una ficción. A la mentira se suma el fracaso.
Debería haber sido el propio Partido Laborista quien castigase a T. B., pero, pese a que el disenso respecto a la guerra de Irak es notorio en su seno, dista de ser mayoritario. Tras 18 años de abstinencia del poder, nadie quiere molestar y mucho menos retirar al ‘becerro de oro’ que lleva camino de marcar el hito histórico de una tercera legislatura en el Gobierno. Así pues, tendrían que ser los ciudadanos británicos quienes castigasen las mentiras, la manipulación y la traición del primer ministro.
¿Será posible llegar a ver a Blair con la nariz sangrante, como quiere Sedgemore? Ciertamente sí, pero no es muy probable. Los sondeos no dejan lugar a dudas sobre la distancia que separa la intención de voto a los laboristas de las restantes opciones. Paradójicamente el optimismo que se desprende de las encuestas no deja de inquietar a su beneficiario. Los laboristas temen que tales augurios “relajen” el voto útil, alejando de las urnas a aquellos de sus habituales votantes más descontentos con su política. Perder el voto útil puede equivaler a perder las elecciones.
Y yo digo amén, que quiere decir así sea. Si el voto no sirve ni para castigar a quienes gobiernan con mentiras contra la voluntad y los intereses de sus ciudadanos, a despecho de las vidas propias y ajenas, esta 'infantodemocracia' no sirve para nada. Blair es un paradigma del político farsante. Su éxito será nuestro fracaso, seamos británicos o no.
No hay comentarios:
Publicar un comentario