18 abril, 2005

Cambio en Euskadi

La situación creada por la composición parlamentaria resultante de las elecciones en el País Vasco es ciertamente “compleja”, como ha dicho el candidato del PSE, Patxi López, pero no mucho más de lo que lo ha sido en algunas ocasiones precedentes. A cambio, los comicios han proporcionado una instantánea gráfica real del espectro ideológico vasco que sin la participación del PCTV, destinatario de los votos de Batasuna, no habría sido posible.

Las cosas están como están y no de otra manera. Y es bueno saberlo y asumirlo. Saber es siempre mejor que no saber; juzgar es mejor y más útil que prejuzgar; negociar es más razonable que romper la baraja o consentir que alguien haga trampas. Siempre he creído que la ilegalización de Batasuna, además de un exceso jurídico de difícil justificación, fue un error político. Las realidades no son abolibles y el silenciamiento político de un porcentaje nada insignificante del pueblo vasco redunda en el establecimiento de una situación antidemocrática que en nada facilita el diálogo ni la moderación.

Por otra parte, los intentos de rentabilizar la ausencia electoral de Batasuna han fracasado. Primero el PP vio frustrado su propósito de que los constitucionalistas sustituyeran en el poder a los nacionalistas. Ahora es el PNV quien fracasa en su intento de vender un sucedáneo soberanista inverosímil y pretencioso denominado “plan Ibarretxe”. Y digo el PNV, por que su socio de coalición, EA, ha conservado los siete escaños que logró en 2001. El castigo, pues, iba directamente destinado a Ibarretxe. Aunque fuera de farol, su desafío de convocar un referéndum “porque los vascos decidimos” ha inquietado a los nacionalistas moderados, que no quieren más bronca e incertidumbre de la que ya se han habituado a soportar

¿Cómo interpretar el crecimiento del voto a Batasuna, vía EHAK (o PCTV en castellano)?, se preguntan muchos. Desde luego no como un apoyo a ETA, que es la lectura deliberadamente alarmista que hace el PP, coherente siempre (¿quosque tandem?) con la política frentista instrumentada por Aznar. Ese crecimiento es, sobre todo, consecuencia de dos hechos: 1) el propósito dialogante y la insinuación de que las armas pueden callar para que se imponga el diálogo que Otegui planteó en Anoeta y 2) la reacción entusiasta a la libertad para votar precisamente esa opción política y fortalecer esa esperanza por parte de unos radicales cada vez más unidos en la convicción de que la lucha armada es un camino hacia ningún lugar y de que ese 'no lugar' se llama frecuentemente frustración, cuando no fracaso.

La expectativa de la paz ha sobrevolado la campaña electoral vasca en mayor grado que nunca. Los rumores, nunca confirmados, de que el diálogo ya se ha iniciado han generado esperanza incluso en quienes condenan ese diálogo. El cambio de gobierno en Madrid se ha dejado sentir profundamente en Euskadi. El ejemplo de Cataluña, aunque por ahora no sea más que teoría, ha sido estimulante. La esperanza ha empezado a tomar forma. Y el crecimiento del PSE, junto a la caída del PNV y el PP -anclados en la confrontación, como en la era Aznar- es muy elocuente al respecto.

A partir de aquí todo está por escribir, pero no parece inverosímil un pacto de Gobierno entre el PNV y el PSE, que facilitaría no sólo el escenario de gobernabilidad más sólido, sino también la posibilidad de una reforma estatutaria pactada por una amplia mayoría, como ha propuesto Rodríguez Zapatero, y la dificilísima negociación con ETA que se prevé, dada la insistencia de la banda armada y de su brazo político en obtener contrapartidas políticas que de hecho son innegociables a cambio del cese de la violencia.

Hay muchas cartas ocultas en el juego, muchas variables apenas enunciadas. Seguramente en los próximos meses empezarán a salir a la luz. Mientras tanto, paciencia y barajar. Eso es, probablemente, lo que se dice a sí mismo Rodríguez Zapatero, quien, tras su primer año de Gobierno, parece bendecido por la diosa Fortuna.

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