Probablemente sobre los resultados de la pasadas elecciones europeas se han hecho ya todos los análisis que cabía esperar, especialmente en lo que respecta a la tradicional lectura partidista de los datos. El nuevo récord de absentismo ante las urnas no ha merecido, a los ojos de los analistas, ninguna consideración especial. Comicios europeos y abstención son ya, desgraciadamente, conceptos casi sinónimos. El hecho de que la indiferencia crezca se estima -interesadamente- como algo coyuntural, cuando no anecdótico.
Con la misma frivolidad se renuncia a hacer una prospectiva a la luz de las nuevas evidencias. La pregunta "a dónde va Europa" y la inquietud por el rumbo que está tomando lo que se denomina "la construcción europea" están ausentes en los medios de comunicación y no hay nada más revelador que esa ausencia, que no es en absoluto casual.
En ciertos países europeos, entre los que se hayan algunos de los socios más recientes de la UE, toda consulta que no alcanza el 50% de participación es declarada nula. ¿Exceso de escrúpulo o lógica demográficamente democrática? Sobre esta cuestión tal vez haya tantas matizaciones como opinantes, pero es un hecho cada vez más 'normal' e inquietante que el llamado sufragio universal está dejando de serlo, o, lo que es lo mismo, que la democracia está perdiendo credibilidad hasta el límite de 'virtualizarse', ya que su principal instrumento de legitimación (el voto) no alcanza un 'quorum' suficiente. Este es un hecho que no puede ser despachado frívolamente. Es significativo y merece ser estudiado.
El mero análisis partidista de los resultados de las pasadas elecciones europeas nos muestra un espectro ideológico europeo en el que es abrumadoramente hegemónica la derecha en sus más diversas e incluso variopintas versiones, desde el PPE, supuesto centro derecha democristiano, hasta la ultraderecha más rancia y xenófoba, pariente frecuentemente indisimulado del fascismo, pasando por los 'liberales' postmodernos y los populistas teóricamente ambiguos pero prácticamente ultraconservadores y demagógicos.
La socialdemocracia 'light' se bate en retirada y lo que podríamos llamar 'izquierda real' limita su presencia a lo meramente simbólico. Parece paradójico que esto suceda en medio de una crisis económica global sin precedentes. Tradicionalmente los ciudadanos se han dado gobiernos de izquierda (valga la expresión convencional) en las situaciones de crisis económica, hasta el punto de que llegó a ser asumido como algo 'de libro' que la izquierda está para gestionar las crisis, dada su mayor sensibilidad ante las implicaciones sociales, mientras que es misión de la derecha gestionar la prosperidad en favor y con la colaboración del capital.
El problema parece ser que, ante las dimensiones de la actual crisis económica, pocos creen que la izquierda 'irreal' pueda hacer alguna contribución útil para reducir sus efectos y aún menos para su superación. Los gobiernos, los economistas, los industriales y financieros, con la ayuda de los medios de comunicación social, han llevado a los ciudadanos a la convicción de que no se puede tomar otra actitud que la que cabe ante una sucesión de fenómenos sísmicos o de huracanes: esperar, protegerse (cada cual como pueda, si puede) y rezar.
No cabía esperar, dados los precedentes, que los partidos socialdemócratas o sus gobiernos allá donde los hay (España, por ejemplo) tomasen la crisis global como punto de apoyo para formular una crítica radical a un sistema económico abusivo hasta lo delincuente, irresponsable y fracasado. Del mismo modo que no cabe cuestionar la democracia, por muy irreal que se esté tornando, es totalmente descartable que alguien comprometido con el sistema señale al capitalismo como responsable criminal del 'crash' sistémico y exija su sustitución. El capitalismo liberal y la democracia formal son padre e hija y la hija es ciegamente sumisa al padre.
El panorama político que han dejado esta elecciones invita a preguntarse si es la construcción europea hacia lo que caminamos o la meta es la 'deconstrucción'. El mapa político de la UE que queda tras estos comicios se parece demasiado a la Italia de Berlusconi, un modelo cuya generalización es absolutamente indeseable.
Continuará.
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