25 febrero, 2008

Sarkozy, en picado


Un reciente sondeo, publicado ayer por el semanario galo 'Journal du Dimanche' , no deja lugar a dudas acerca de una realidad que, aunque intuida, no era conocida en sus proporciones reales: la popularidad de Nicolas Sarkozy está cayendo en picado nueve meses después de su clamorosa elección. Ahora está fijada en el 38%, tras una bajada vertiginosa de nueve puntos.

Mientras tanto, la popularidad del primer ministro, Fillon, sin duda beneficiado por el eclipse que sobre su figura proyecta el omnipresente 'rey sol' de la república (humorísticamente calificado como 'omnipresidente'), crece siete puntos, hasta situarse veinte por encima de su 'patrón'. ¿Se imaginan a dónde podría conducir esa situación en un caso -no infrecuente en Francia- de cohabitación política?

El supuesto carisma de Sarkozy se ha hecho añicos, pero nadie podrá atribuir tal hecho a los hados adversos y tampoco -contra lo que su partido, la UMP, aduce- a una conspiración de sus rivales políticos. El presidente galo no tiene peor enemigo que él mismo. Y todo indica que no le habita el más mínimo propósito de enmendarse.

So pretexto de romper el 'magnífico aislamiento' que -se supone- caracteriza a los presidentes de la V República, 'Sarkoyes' va de acá para allá provocando incendios y desatando cóleras en su declarado y fallido propósito de lograr lo contrario.

Cuanto más se acerca a los ciudadanos con el propósito de seducirlos más probabilidades hay de que estalle contra ellos su cólera aristocrática. Sucedió en su día con los pescadores bretones, con los que intercambió insultos, y ha vuelto a suceder cuando, ante el rechazo de una persona a estrechar su mano "porque le manchaba", le espetó "pues vete a la mierda, pobre mamón".

No es ese el talante que cabe esperar de la más alta institución de la república francesa, pero tampoco cuadran con la imagen que el presidente debería proyectar sus veleidades de supermillonario asociado a la jet set, en la que se integran sus principales amigos. Menos de recibo son todavía sus devaneos amorosos, que le han convertido en carne habitual del papel couché cotilleril, por mucho que eso le indigne. Si no te respetas no te respetan. Esa es la cuestión. Si actúas como un playboy cincuentón y exhibicionista, no esperes que te tomen en serio quienes piensas que deberían hacerlo.

Sólo lo enumerado sería bastante para explicar un descenso importante en la popularidad del presidente galo, pero hay más. Y más importante. Francia va mal. Su economía está estancada y los precios están subiendo como la espuma sin que los salarios puedan darles caza. En ese contexto, la propuesta electoral de Sarkozy de "trabajar más para ganar más" se convierte en una cruel ironía. Las huelgas se extienden en el sector público y privado y eso no es precisamente bueno para la economía.

La campaña electoral del actual presidente de la república estuvo cuajada de anuncios de reformas que a muchos les parecieron interesantes. Buena parte de esas reformas suponían alguna renuncia social -que alcanzaba incluso a libertades y derechos consolidados- a cambio de un hipotético progreso. Hoy es el tuétano mismo de esa filosofía reformista lo que ha empezado a oler a podrido, ante los signos de que sólo lleva camino de ejecutarse la parte correspondiente a las renuncias.

Sarkozy empieza a tomar el perfil de Berlusconi, un 'chevalier' nada caballeroso que odia todo aquello que obstaculiza sus propósitos y busca los caminos menos frecuentados o nunca hollados de la política democrática para llegar a su objetivo. Su presión al presidente del Tribunal Supremo para que actúe frente a las correcciones que el Constitucional cree necesario hacer a la ley por la que su Gobierno pretende encerrar de por vida a quienes sean declarados socialmente peligrosos es elocuente acerca de su desprecio a las instituciones y por ende a la Constitución. Lo que propone, simplemente, no es legal.

Es de temer que nos queda mucho por ver a lo largo de los cinco años en que Sarkozy ocupará el Eliseo. Mucho que, probablemente, nos llevará a no envidiar en absoluto la suerte de los franceses.

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