Admito que hay cosas en este país que me ponen de muy mala leche (¿y a quién no?, dirá usted por sus personales motivos) y cuando me hallo en ese estado de cabreo me abstengo de escribir por razones obvias. Intento evitar incurrir en lo mismo que pretendo criticar, que en definitiva es la irracionalidad a la que se está apelando en estos tristes momentos. De ahí mi más reciente silencio.
A medida que se aproxima la fecha electoral asistimos a un delirio progresivo, en el que, además del cansino juego de las ofertas y contraofertas programáticas, regresan los viejos fantasmas en torno a los cuales giramos permanentemente (nos hacen girar, para ser más preciso), cual burro de noria: la unidad de España y la forma de estado.
Paradójicamente, ni la unidad supuestamente amenazada ni el dilema monarquía/república les quitan el sueño a los españoles. Al menos, no todavía. De modo acaso intuitivo, o por simple sentido común, los ciudadanos, en su día a día, ignoran estas 'dramáticas' cuestiones y las sitúan en el terreno de las especulaciones políticas a las que tan dados son los profesionales de la representatividad y sus corifeos mediáticos, sin por ello representarnos de modo verosímil; ni a nosotros ni a nuestros problemas más reales y urgentes.
Si la ínfima minoría de acémilas que quema retratos de los reyes me causa una enorme repugnancia instintiva (me recuerdan a la incendiaria Inquisición, que a falta de reo lo quemaba en efigie), la untuosa beatería de algunos fiscales y de ciertos medios informativos en relación con esos gestos iconoclastas y simbólicos me provoca perplejidad y desasosiego. Son ellos los que dan a hechos irrelevantes e inscribibles en el marco de la libertad de expresión la dimensión transcendental que ansían quienes los patrocinan. ¿Se puede ser más estúpido?
El problema, sin embargo, es que en esa actitud, generalmente, no hay tanta estupidez (que la hay) como cinismo. Cuando personas con más de dos dedos de frente sobredimensionan hasta la caricatura realidades casi insignificantes están alentando deliberadamente el voto del miedo, el voto al PP, que es quien a lo largo de toda esta legislatura está empeñado en dibujar un cuadro tan caótico como irreal. Se trata de crear alarma de modo artificial, de afirmar que todo va muy mal, que España se rompe, que volvemos a las andadas (Aznar dixit) y que la causa es el Gobierno complaciente y errático de Zapatero.
Cuando Rajoy atribuye a la ‘frivolidad’ de Zapatero la insistencia de Ibarretxe en convocar referendos; cuando insiste en que se imponga a como dé lugar que la bandera de España ondee en todas las instituciones; cuando anuncia que propondrá una letra para el himno nacional que hable de la Monarquía queda claro en qué terreno se pretende deteriorar y derrotar al PSOE. Aparentemente, los anecdóticos ataques a la Corona también tendrían su origen en la nunca probada ‘debilidad’ del Gobierno. ¿El nacimiento del ‘plan Ibarretxe’ bajo un gobierno del PP se debía a la debilidad de estos incuestionables patriotas? La cosa sería de risa si no fuera tan penosa.
Ese es el juego diseñado. Miente que algo queda. Ya sólo faltaba el hierático bufón llamado Zaplana afirmando que la situación es tan grave como el 23-F para que el cuadro de patrioterismo delirante e indecente adquiera caracteres surrealistas. No cabe concebir un electoralismo de más baja estofa.
El paisaje nacional, sin embargo, no estaría completo si en él faltasen el risible Ibarretxe con su nuevo plan electorero y la falsa convicción de que la consulta que proyecta es legítima o la rampante demagogia que habitualmente exhibe ERC. Son gentes como ellos, con sus calculados delirios de economía electoral, los que contribuyen a alimentar las estrategias de tres al cuarto de quienes añoran aquella poética entelequia de la “unidad de destino en lo universal”, construida sobre el forzado silencio y el lavado de cerebro (el miedo, siempre el miedo) de la inmensa mayoría. Flaco favor le hacen a su propia causa, ¿pero quién se lo demandará?
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1 comentario:
Sí, la táctica del miedo es la que mejor funciona, mira sino qué bien le fue a Bush...
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