En algún lugar del interior de América Latina, un indio de expresión compungida. que había viajado decenas de kilómetros desde su aldea, tendía una radio de transistores a un sonriente misionero de aspecto paternal.
- Espera aquí. Enseguida le devolvemos la vida.
Sin perder la sonrisa, el hombre de dios tomaba con unción la radio en sus manos, se perdía en el interior de la misión y regresaba al rato con el aparato lanzando su mensaje salvador a plena potencia. El “hombre de la cajita” había resucitado. El indio compungido estaba ahora maravillado y feliz.
La radio carecía de dial. Sólo funcionaba en la frecuencia de la emisora evangélica. Los misioneros habían distribuido miles de aquellos aparatos en un radio de cientos de kilómetros. Hacían visitas periódicas a los lugares más accesibles para reiterar su proselitismo y ‘resucitar’ al hombre de la cajita. La noticia de ese ‘milagro’ periódico se había extendido a los puntos más alejados, que los ‘padres’ visitaban con frecuencia más dilatada.
El indio de nuestra historia -que es real, o como tal la leí hace un montón de años- se había hecho adicto a aquella voz, a las historias de malos castigados y buenos premiados que contaba y a la música que difundía, llena de mensajes de amor: del amor a dios y del amor de dios por su creación.
Qué ingenuidad la de los indios, ¿verdad? Pues consideren hasta qué punto los habitantes de áreas más civilizadas somos vistos como indios remotos (el mítico Cuervo Ingenuo de Javier Krahe es aparentemente inmortal) por ciertas multinacionales. Pepe Cervera cuenta hoy en su blog la filosofía del negocio que tiene Apple y que aplica drásticamente a los compradores de sus Iphones.
Queridos indios: no trajineis la cajita para oir otras emisoras o el dios de los blancos os fulminará.
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