30 abril, 2006

Revel y los 'liberales'

El escritor y periodista Jean-François Revel ha muerto hoy a los 82 años en el hospital Kremlin-Bicêtre (1), a las afueras de París. Para la mayoría de los españoles este nombre no significa nada, pero no hay francés ni ‘liberal’ español que lo ignore. Revel ha sido durante buena parte de su vida la ‘bestia negra’ de la izquierda francesa y por ende planetaria, un referente ineludible de una sedicente ‘filosofía’ liberal que ha vivido sus momentos estelares tras la caída del muro de Berlín y la eclosión neoconservadora, especialmente en Estados Unidos y Gran Bretaña.

Nacido Ricard -como la francesísima bebida- cambió significativamente su apellido por Revel, que no es -que yo sepa- francés pero evoca en su pronunciación francesa ecos sugestivos: “rebelle” (rebelde), “reveil” (despertar). Tenía un alto concepto de sí mismo Jean-François. Y tuvo un considerable éxito en lograr que otros compartieran tal valoración.

En buena parte de sus biografías se le considera un filósofo, pero yo, tras leer un par de libros y bastantes artículos suyos, niego la mayor. Es cierto que estudió Filosofía en la elitista Ecole Normale de París, pero la polémica y el panfleto efectista fueron en mayor grado que la ciencia del amor a la sabiduría su actividad.

Recuerdo que cierto filósofo alemán, probablemente filonazi, al que entrevisté con ocasión de una disertación suya en cierta universidad de verano en la que la ‘intelectualidad’ franquista flirteaba con los talentos traspirenaicos, casi me abofetea cuando la pregunté su opinión sobre la filosofía existencialista de Jean-Paul Sartre. ¡Eso no es filosofía!, me gritó al borde de la apoplejía.

Las mismas razones que (supongo) tenía el boche para negar que los existencialistas y específicamente Sartre fueran filósofos tengo yo para negar que lo fuera Revel. Tantas no, más. Buena parte de su obra no es otra cosa que una diatriba neoliberal y anti socialista en la que la argumentación no da para tapar la grosera manipulación previa de lo que presenta como real ni su insuperable debilidad por la frase redonda y contundente contribuye a su solidez y seriedad.

En febrero de 2004, con un pie en el estribo, José María Aznar entregó a Revel, uno de sus maestros, la Gran Cruz de Isabel la Católica. Y no me resisto a reproducir lo que Federico Jiménez Losantos, entre épico y funerario, escribió en su ‘Libertad digital’: “En un día luminoso de invierno madrileño, con Aznar viviendo sus últimos días presidenciales, todo tenía un aire de afecto y melancolía: el gran político que se va, el inolvidable maestro que pasa... y los liberales que nos quedamos. Ay, los liberales”.

Liberales, dice. ¿De qué liberalismo? ¿Del laissez faire, laissez passer? ¿Del ‘enriqueceos’, como si eso estuviese al alcance de cualquiera? ¿Del de la "Teoría de los sentimientos morales" de Adam Smith? Ya no hay liberales más que en el sentido económico de la palabra. Ahora hay neoconservadores (más propiamente, ultraconservadores), criptofascistas y oportunistas disfrazados de liberales. Suena bien ‘liberalismo’, mucho mejor que todo lo que tras ese término se oculta.

Dice Revel que “es improbable que seamos capaces alguna vez de construir un mundo mejor de lo que nosotros mismos somos”. Y es difícil no coincidir en esta lapidaria y obvia afirmación, que propende al pesimismo antropológico. El problema, como siempre desde que el mundo es mundo, es que el ser humano no puede ni debe resignarse a la vivencia permanente del dolor propio y ajeno. Ese dolor tiene Culpables, los mismos que siempre han predicado la resignación y pospuesto la felicidad a una improbable vida de ultratumba.

Frente a los Culpables y a su servil cohorte de pensadores y publicistas supuestamente liberales somos legión los que aún defendemos el derecho a soñar y a que la especie camine hacia la auténtica libertad. Tal programa no es ni siquiera ideológico. Está escrito indeleblemente en el genoma humano.

(1) La historia es irónica. Kremlin se refiere ciertamente al palacio moscovita, aunque parece que tiene su origen en una taberna denominada “el sargento del Kremlin” que alguien creo tras la desastrosa invasión de Rusia por Napoleón. En cuanto a Bicêtre, era una siniestra fortaleza que sirvió como prisión y centro de tortura para todo tiepo de marginales antes de la revolución y transformado en hospital, tuvo entre sus distinguidos pacientes al marqués de Sade.

Leer online: www.tierradenadie.cc

23 abril, 2006

El peor presidente de EE. UU. (y II)

Rectificar es de sabios, dicen. Rectifico pues, no para pasar por sabio sino para parecer menos idiota: no continuaré la traducción, iniciada ayer, del artículo de Sean Wilentz en Rolling Stone sobre el peor presidente de la historia de Estados Unidos. La pereza (es domingo, hombre) es la razón principal de este abandono. No lo voy a negar. Además, no creo que mi esfuerzo fuera de mucha utilidad para el lector hispano, que tiene sus propias razones para calificar a Bush y en su mayoría se inscriben en el terreno de la política internacional. Finalmente, se me ha ocurrido pensar que podría cometer una infracción del copyright, aunque ésto confieso que, más que un inquietud real, es una coartada verosímil para mi decisión.

Quienes sepan inglés pueden pinchar aquí para leer el artículo. Quienes no lo sepan o no quieran tomarse la molestia, tal vez estén interesados en repasar las ocasiones en que ‘La Espiral’ ha evaluado o aludido a las actividades del ‘emperador’. En ese caso, introduzcan “Bush” arriba, donde pone “search this blog”.

Hay casos en los que una canción vale por diez sesudos ensayos. Por eso, como premio de consolación al lector defraudado por mi defección, he desviado mi entusiasmo traductor hacia “Dear Mr. President”, que interpreta la cantante Pink. Que ustedes lo disfruten.

Ver actuación en ventana de Youtube...

... O aquí mismo.


Querido presidente
Venga a dar un paseo conmigo
Finjamos que sólo somos dos personas y
Usted no es mejor que yo
Me gustaría hacerle algunas preguntas si podemos hablar sinceramente.

¿Qué siente cuando ve a todos los sin hogar en la calle?
¿Por quién reza por la noche antes de dormirse?
¿Qué siente cuando se mira al espejo?
¿Está usted orgulloso?

¿Cómo duerme mientras el resto de nosotros llora?
¿Cómo sueña cuando una madre no tiene oportunidad de decir adiós?
¿Cómo camina con la cabeza alta?
¿Puede siquiera mirarme a los ojos
Y decirme por qué?

Querido presidente
¿Fue usted un chico solitario?
¿Es usted un chico solitario?
¿Cómo puede decir
Que ningún niño queda abandonado?
No somos estúpidos y no somos ciegos
Todos están en sus calabozos
Mientras usted pavimenta el camino al infierno.

¿Qué clase de padre despojaría de sus derechos a su hija?
¿Y qué clase de padre puede odiar a su hija si es lesbiana?
Sólo puedo imaginar lo que la primera dama tiene que decir
Usted ha andado un largo camino desde el güisqui y la cocaína.

¿Cóno duerme mientras el resto de nosotros llora?
¿Cómo sueña cuando una madre no tiene oportunidad de decir adiós?
¿Cómo camina con la cabeza alta?
¿Puede siquiera mirarme a los ojos?

Déjeme hablarle del trabajo duro
Con el salario mínimo y un hijo en camino
Déjeme hablarle del trabajo duro
Reconstruyendo la casa que las bombas destruyeron
Déjeme hablarle del trabajo duro
Haciendo una cama de una caja de cartón
Déjeme hablarle del trabajo duro
Trabajo duro
Trabajo duro
Usted no sabe nada del trabajo duro
Trabajo duro
Trabajo duro Oh

¿Cómo duerme por la noche?
¿Cómo camina con la cabeza alta?
Querido presidente
Usted nunca daría un paseo conmigo
¿Lo haría?

22 abril, 2006

El peor presidente de EE. UU. (I)



Sean Wilentz, profesor de la universidad de Princeton, uno de los historiadores estadounidenses más prestigiosos, aporta a lo largo de un extenso artículo publicado en la revista 'Rolling Stone' los datos que sitúan a George W. Bush como el peor presidente de Estados Unidos. La tentación de traducirlo ha sido invencible, pero la tarea no puede ser concluída en una sola entrega -que además sería demasiado larga para leer en pantalla- por falta de tiempo. Este es, pues, el primero de los capítulos de un texto que la revista ha titulado en tono interrogativo y cuyo contenido lo transforma en afirmativo y difícilmente cuestionable: 'El peor presidente de la historia'.

La presidencia de George W. Bush parece encaminarse a un colosal descrédito histórico. Exceptuando un acontecimiento cataclísmico del tipo de los ataques terroristas del 11 de Septiembre, tras el cual el público pueda reconcentrarse otra vez en torno a la Casa Blanca, parece que no hay mucho que su administración pueda hacer para evitar ser clasificada en el rango más bajo de los presidentes estadounidenses. Y ese puede ser el panorama más halagüeño. Muchos historiadores se están preguntando ahora si Bush, de hecho, será recordado como el peor presidente de toda la historia americana.

De tiempo en tiempo, tras el trabajo, me reúno con mis colegas en Princeton para discutir ociosamente acerca de qué presidente fue realmente el peor de todos. Durante años, estos eternos debates se han centrado ampliamente en el mismo puñado de jefes ejecutivos que las votaciones de historiadores nacionales de todo el espectro ideológico y político citan rutinariamente como el fondo del barril presidencial. ¿Fue el pésimo James Buchanan, que, confrontado con la secesión sureña en 1860, titubeó hasta un punto que, como ha dicho su más reciente biógrafo, equivalía a deslealtad y que entregó a su sucesor, Abraham Lincoln, una nación ya en pedazos? ¿Fue el sucesor de Lincoln, Andrew Johnson, quien activamente se alineó con los antiguos confederados y saboteó la Reconstrucción? ¿Qué tal el amigable incompetente Warren G. Harding, cuya administración fue fabulosamente corrupta? ¿O, aunque tenga sus defensores, Herbert Hoover, quien intentó algunas reformas pero quedó aprisionado en su propia anacrónica ética individualista y se hundió bajo el peso del crack bursatil de 1929 y el comienzo de la Depresión? Los historiadores más jóvenes siempre proponen a Richard M. Nixon, el único presidente americano forzado a dimitir.

Ahora, sin embargo, George W. Bush se halla en seria contienda por el título de el peor de todos los tiempos. En 2004, una encuesta informal entre 415 historiadores dirigida por la imparcial History News Network concluyó que el 81 por ciento consideraba la administración Bush un "fracaso”. Entre los que definían a Bush como un éxito, muchos dieron alta puntuación al presidente sólo por su capacidad para movilizar el apoyo popular y lograr que el Congreso le acompañase en lo que un historiador describió como “aplicación de políticas desastrosas” de la administración De hecho, aproximadamente uno de cada diez entre los que consideraban un éxito a Bush estaba siendo guasón valorándole sólo como el mejor presidente desde Clinton, una categoría en la que Bush era el único competidor.

La inequívoca decisión de los historiadores debería dar qué pensar a todos. Contrariamente a los estereotipos populares, los historiadores son generalmente un gremio cauto. Evaluamos el pasado desde puntos de vista ampliamente divergentes y estamos profundamente interesados en ser vistos por nuestros colegas como justos y precisos. Cuando hacemos juicios históricos no actuamos como votantes ni como expertos sino como estudiosos que deben evaluar todas las evidencias, las buenas, las malas o las indiferentes. Sondeos separados, dirigidos tanto por quienes son considerados conservadores como por liberales, muestran notable unanimidad acerca de quienes han sido los mejores y los peores presidentes.

Como grupo, los historiadores tienden a ser mucho más liberales que el conjunto de la ciudadanía, un hecho al que los admiradores del presidente se han aferrado para desautorizar los resultados de la encuesta como claramente tendenciosos. Un historiador pro-Bush dijo que ésta revelaba más acerca de “la actual cosecha de profesores de historia” que acerca de Bush o de la eventual valoración de Bush. Pero si los historiadores estuvieran motivados simplemente por una fuerte tendencia liberal, podría esperarse que considerasen a Bush el peor presidente desde su padre o Ronald Reagan o Nixon. En lugar de ello, más de la mitad de los encuestados y casi tres cuartas partes de los que valoraron negativamente a Bush retrocedieron más allá de Nixon para encontrar un presidente tan lamentable. La nómina de presidentes más comunmente relacionados con Bush incluía a Hoover, Andrew Johnson y Buchanan. El doce por ciento de los historiadores encuestados, casi tantos como los que consideraron a Bush un éxito, le calificaron rotundamente como el peor presidente de la historia de América. Y esas cifras fueron alcanzadas antes de las debacles del huracán ‘Katrina’, el papel de Bush en el ‘affaire’ de la filtración sobre Valerie Plame y el deterioro de la situación en Irak. Si los historiadores fueran encuestados hoy los números serían más altos.

Incluso hay algo peor para el presidente. El público en general que una vez dio a Bush los más altos niveles de aprobación registrados nunca, aparece ahora volviendo en sí hacia la visión sombría que mantiene la mayoría de los historiadores. Ciertamente, el presidente conserva una considerable base de seguidores que creen en él y le adoran y que rechazan toda crítica con una mezcla de incredulidad y feroz desprecio: en torno a un tercio del electorado. (Cuando el columnista Richard Reeves difundió la encuesta de los historiadores y sugirió que era significativa, cosechó miles de réplicas insultantes llamándole idiota y alabando a Bush como, en palabras de un escritor, "un cristiano que realmente actúa sobre la base de sus creencias profundamente mantenidas”.) Pese a eso, las filas de los auténticos creyentes han adelgazado dramáticamente. Una mayoría de los votantes en 43 estados desaprueba ahora el modo en que Bush está haciendo su trabajo. Desde el comienzo de las encuestas fiables en los años 40 sólo un presidente reelegido ha visto su valoración caer tan bajo como Bush en su segundo mandato: Richard Nixon durante los meses anteriores a su renuncia en 1974. Ningún presidente de dos mandatos ha caído desde tal altura de popularidad como Bush (cercana al noventa por ciento, durante la marea patriótica que siguió a los ataques de 2001) tan abajo (ahora en torno al 35%). Ningún presidente, incluído Harry Truman (cuyos niveles se hundieron a veces por debajo de los nixonianos), ha experimentado tal virtualmente incurable declive como Bush sufre. Aparte de las bruscas pero temporales subidas que siguieron al comienzo de la guerra de Irak y a la captura de Sadam Hussein, y una recuperación durante las semanas anteriores y posteriores a su reelección, la tendencia de Bush ha tenido un perfil netamente estable de desencanto.

Continuará.

14 abril, 2006

Más allá de la forma de estado

Es comunmente aceptado que la entidad política que conocemos como España nace en 1492. Como muchas otras cosas de nuestra tantas veces reescrita historia no es cierto, pues mientras los Reyes Católicos conquistan Granada, que según la leyenda Boabdil abandona entre sollozos, el reino de Navarra sigue siendo tal hasta que un golpe de mano de Fernando de Aragón lo incorpora a la corona castellano-aragonesa (alias ‘española’) una década después.

En cualquier caso, 1492 no es sólo la fecha inaugural o convencionalmente fundacional. También tiene una clarísima significación augural. El mismo año de su supuesto nacimiento suceden en España dos hechos que marcarán fuertemente su futuro y sellarán su carácter. Dos hechos que, en alguna medida, la ‘desnacen’ y deshacen.

La intolerancia, que alcanza hasta nuestros días, se manifiesta estúpidamente ese mismo año con la expulsión de los judíos. Por otra parte, la dispersión y el centrifuguismo característicos de la ‘raza’ reciben en 1492 un estímulo definitivo. Colón descubre América, donde, durante siglos, España invertirá gran parte de su capital humano y de sus mayores y menos premiados esfuerzos.

Todo el oro y los bienes que España obtiene de su aventura americana se pierden, malinvierten o malgastan. La razón es muy simple. No es propio del espíritu del cristiano viejo dedicarse a actividades ‘especulativas’, como el comercio o la banca. Ni siquiera las labores artesanales se juzgan adecuadas para un buen cristiano. Si un español no era noble, sólo tenía tres destinos posibles en aquellos absurdos tiempos: la labranza, la milicia o la religión.

El destino de España habría sido muy distinto de haber tolerado al ‘diferente’, al judío, a quien de hecho se había prohibido ejercer los tres oficios ‘benditos’ y toda posibilidad de acceso a la aristocracia. Su conocida y ‘pecaminosa’ habilidad económica habría hecho del imperio que más tarde se describiría en términos de “donde nunca se pone el sol” algo muy diferente del caos y el agujero sin fondo en que se convirtió.

Cuando en 1808, apenas tres siglos más tarde, Napoleón invade España se encuentra un país desarbolado y rendido, que ofrece poco más que una resistencia anecdótica. La mayor parte de su potencial está al otro lado del Atlántico. Sin la ayuda -por supuesto interesada- de Inglaterra y sin la desastrosa campaña militar gala en Rusia, José Bonaparte hubiera seguido siendo rey de España ‘sine die’.

Mientras tanto, Cádiz resiste con éxito el cerco francés y las Cortes allí reunidas aprueban en 1812 la primera Constitución democrática que España conoce. Cuando regresa Fernando VII, ‘El Deseado’, tras firmar un vergonzoso tratado con el emperador francés, rechaza asumir esa Carta Magna. Estamos ante un absolutista convencido y uno de los monarcas más nefastos de la historia de España. Nadie sabe si hubiera podido ser de otro modo, pero la tentación del poder absoluto, bajo el impulso de una casi absoluta estupidez, seguramente era insuperable tras haber sido recibido por un pueblo entusiasta al grito de “¡Vivan las cadenas!”

Era el principio del fin. Mientras en la América hispana estalla una rebelión irreversible, que, protagonizada por los criollos (de origen español), abraza los principios liberales de la Constitución de 1812, ‘El Deseado’ refuerza la Inquisición, persigue con saña a los ‘afrancesados’ y destina a la muerte a cuantos se le enfrentan en nombre de los derechos del pueblo. El descenso de España a los infiernos se convierte en una realidad imparable de la mano de un hijo distinguido del espíritu reaccionario e intolerante que alumbró la patria en 1492.

El desastre se consuma en 1898, cuando el que ha de ser el nuevo imperio mundial estrena sus garras depredadoras sobre los restos coloniales españoles. La pérdida de Cuba y Filipinas supone el fin de un sueño, la hora de la verdad para un pueblo que se soñó grande y nunca pudo saborear las consecuencias de esa supuesta grandeza. Al igual que las colonias, Cataluña y el País Vasco se plantean seriamente abandonar el barco que se hunde. Los intelectuales del 98 sueñan con la regeneración y, paradójicamente, eligen a Castilla como referente. Mientras, las ideas socialistas y libertarias encuentran en un pueblo empobrecido y harto de abusos el adecuado caldo de cultivo.

Insensiblemente se va tejiendo la urdimbre de un escenario destinado a una confrontación mil veces eludida o conjurada entre las dos españas (en palabras de Machado, la que “ora y embiste” y la “de la rabia y de la idea”). Hoy hace 75 años, con la Constitución de la II República, España se ofreció la penúltima oportunidad de reconciliarse consigo misma y con la historia. Tal vez era demasiado tarde o quizás nadie fue consciente de lo que se jugaba en aquel envite crucial.

... Y estalló una de las más despiadadas guerras civiles de la historia de la humanidad. A ella siguió una dictadura interminable y siniestra, que condenó a muerte, cárcel o exilio a sus enemigos reconocidos y decretó el silencio, el asentimiento y la humillación para varias generaciones de españoles. Esa misma guerra entre autoritarismo y democracia y entre totalitarismos de izquierda (comunismo soviético) y de derecha (nazismo y fascismo) se resolvió en el mundo a favor de las democracias, pero éstas, como ya habían hecho con ocasión de la guerra civil, se lavaron las manos ante la pervivencia de una dictadura de corte fascista en nuestro país. Era una garantía contra el comunismo, el otro vencedor. La guerra fría había comenzado.

Todo este resumido -y pese a ello largo- repaso de la historia de España me ha venido sugerido por la efeméride del aniversario. Personalmente pienso que el mejor estado es el que no existe, pero para que esa utopía fuera posible la especie tendría que dar un salto evolutivo que nada hace previsible a estas alturas de la historia.

El conocimiento de la historia le hace a uno notablemente escéptico en el debate sobre la forma de estado. ¿Monarquía o república? ¿Qué monarquía: la sueca, la holandesa, la jordana? ¿Qué república: la estadounidense, la francesa, la cubana? Es de democracia de lo que debemos tratar y más concretamente, de la imprescindible profundización democrática que todos los estados, republicanos o monárquicos, eluden.

El estado, cualquiera que sea su forma, debe representarnos a todos por igual y servirnos adecuadamente, en lugar de servirse de nosotros. Esa debe ser, objetivamente, su razón de ser, la única que le justifica. En lugar de ello -y cualquiera que sea su forma, insisto- representa fundamentalmente los intereses de los poderosos y toma decisiones fundamentalmente en función de dichos intereses. Ese es el fracaso esencial de los estados, sean monarquías o repúblicas, democracias o dictaduras.

Mejor no perderse en discusiones bizantinas, no divagar en el laberinto de la identidad, no autohipnotizarse ante el propio ombligo. Hoy más que nunca corremos el riesgo -y no sólo los españoles- de perder, de la mano de la globalización económica, los derechos que han costado sangre sudor y lágrimas a muchas generaciones. No es el momento de preguntarnos, como los infelices conejos de la fábula, si son galgos o podencos los que nos acosan. El caso es que nos acosan.

No como siempre, sino más que nunca. Abramos los ojos.

Leer online: www.tierradenadie.cc

11 abril, 2006

Varia panorámica

Ayer por la tarde pasé largo rato ‘espiando’ la blogosfera neoconservadora estadounidense. Desde que me agencié el Feedreader es algo que, con mayor o menor inversión de tiempo, hago a diario, aunque sólo sea para deducir a través de sus títulos qué les preocupa a quienes se identifican con la avaricia del imperio y sostienen la ‘sabiduría’ de las leyes del mercado frente a cualquier otra ley, humana o divina.

Para mi sorpresa, la atención e inquietud de muchos se habían desplazado sensiblemente hacia Europa. Uno de los temas ‘estrella’ era la retirada del CPE en Francia. Alguien llegaba a sentenciar que ya no se podía hablar de la república gala como de un país con futuro. Yo, por el contrario, creo que si algún país puede afrontar el futuro sin despojar de sus derechos a los ciudadanos, sin convertirlos en meros súbditos servidores de la Máquina, ése es nuestro vecino del norte.

Contra lo que opinan tantos oficiantes y mercenarios del nuevo orden, no se puede construir el futuro sin los ciudadanos. Y menos aún, contra los ciudadanos. Francia, y en especial su juventud, han mostrado una vez más que cuando el poder amenaza con arrasar las esperanzas hay que pararle los pies y que eso exige unidad, movilización y perseverancia. Ha costado más de dos meses lograrlo. Millones de personas a lo largo de ese tiempo se han echado a las calles ignorando la programación televisiva y cualquier otra posibilidad de ocio, alienante o no.

Otro de los temas que desvelaban ayer a la ‘blogocarcundia’ era la ’povera Italia’, donde los sondeos a pie de urna daban la victoria a La Unión, comandada por Prodi y su Olivo, frente a La Casa de las Libertades (¡!), cuyo mascarón de proa es el inefable tiburón Berlusconi con su Forza Italia. “¡Oh cielos!, se decían. La pérfida izquierda conquista Italia.”

Luego, a lo largo de la tarde, la noche, la madrugada e incluso la mañana de hoy se ponía de manifiesto que los sondeos habían fallado clamorosamente, lo que no impide que finalmente se haya confirmado la victoria de Prodi tras uno de los recuentos de votos más lentos de la historia reciente de Occidente. Vergogna!

Italia, con un pluripartidismo caótico enmascarado en dos frentes que engloban a 23 grupos políticos de todo pelaje, se merecía la oportunidad de replantearse el rumbo tras ir a la deriva durante la era de ‘il cavaliere’. El hundimiento económico no ha sido lo peor, contra lo que tantos creen. Lo peor es el escarnio que Berlusconi ha hecho de la democracia y el modo en que ha utilizado su mayoría parlamentaria para eludir la acción de la justicia.

Ciertamente, Bush pierde a uno de sus aliados más incondicionales, pero ni así se entiende la inquietud ‘blogocon’. Es de temer que centran su atención en la ‘vieja Europa’ para evitar referirse a las masivas protestas que han tenido y tienen como escenario las calles de muchas ciudades estadounidenses. La causa de esa movilización, de proporciones que casi carecen de precedentes en Estados Unidos, es el rechazo de una ley de inmigración restrictiva, represiva e injusta que el Gobierno de Washington pretende hacer aprobar.

Los demócratas acusan a Bush de pretender convertir a los hispanos en chivo expiatorio, mientras entre los republicanos aparecen signos de división respecto a un tema sumamente vidrioso y con importantes implicaciones económicas, sociales y políticas. Como aseguran los carteles que portan los manifestantes, en su inmensa mayor parte latinoamericanos, “nosotros somos vuestra economía”, “si dañáis a los inmigrantes estáis dañando a América”. Y es cierto.

Se estima que hay en torno a 12 millones de inmigrantes ilegales en EE. UU. Son la mano de obra barata por excelencia para los empresarios y para el Estado. Algunos llevan en el país décadas y a todos les corresponden moralmente unos derechos que no están contemplados en absoluto en el estatus de “guest workers” (trabajadores “invitados” o “visitantes”), eufemismo sarcástico mediante el cual Bush pretende regularizarlos.

No se puede negar el derecho a la ciudadanía a quienes construyen el país. Y menos aún en un país cuyos habitantes, en su inmensa mayoría, apenas tienen que retroceder tres generaciones en su árbol genealógico para situar su origen fuera de Estados Unidos. A los estadounidenses les resulta muy complicado asumir sus propias contradicciones y paradojas. Tal vez por eso tienden, por un lado, a las soluciones más terminantes y por otro, a callarse como muertos.

El problema es que las cosas no van nada bien en ‘el mejor de los mundos’ y no tienen pinta de ir a mejorar a corto plazo. Mejor ser europeo, aunque se sea un escéptico, pesimista o cínico italiano o un francés ‘sin futuro’.

Leer online: www.tierradenadie.cc

07 abril, 2006

Justicia poética

Estaba claro que Bono desentonaba en el Gobierno. Estaba claro que era una piedra en el zapato, el enemigo en casa, un inquietante -aunque siempre sonriente y supuestamente bienintencionado- quintacolumnista. Cabe suponer que Rodríguez Zapatero le llamó más de una vez al orden para que sincronizase el paso con el resto del Ejecutivo y cantase en el tono preciso, pero él iba a su aire, marcando distancias, sacando pecho patriótico y castizo como una alternativa al presidente, que ya le había derrotado en la competencia por la secretaría general del PSOE.

El problema era que ni Bono estaba dispuesto a cambiar su discurso ni el Gobierno podía tolerar que siguiese desautorizándole con sus divergencias. Bono dice que se va porque quiere y que la vida vale más que la política, pero lo cierto es que la situación era insostenible, especialmente en la medida en que el saliente ocupaba una cartera de tanta importancia como Defensa en la perspectiva de un diálogo sumamente delicado y frágil con ETA. Zapatero no confiaba en él y tenía sus razones. Eso es todo.

Para el PP ha sido una muy mala noticia. Y no porque se vaya Bono, más afín en algunas cuestiones cruciales con los populares que con su propio partido, sino porque Pérez Rubalcaba entra en el Gobierno y lo hace como ministro del Interior. El político cántabro es la ‘bestia negra’ del partido de Rajoy. Les sale un sarpullido cada vez que le recuerdan pidiéndoles, cuando todavía eran Gobierno, que no mintiesen a los españoles sobre la autoría del 11-M. Creían que el PSOE se iba a tragar el sapo a raíz de la trágica jornada y resultó que, en sintonía con millones de españoles, les exigía la verdad. Imperdonable.

Le tienen atragantado. No le perdonan, por ejemplo, su demoledor discurso en el pasado debate sobre el estado de la nación, aquel en el que Rajoy se permitió acusar a Zapatero de “traicionar a los muertos” por el terrorismo. Rubalcaba no llegó a tanto con la oposición, pero le zurró la badana más allá de lo que su delicado umbral de resistencia a las verdades del barquero puede tolerar.

Y entonces le sacaron a los GAL. También lo hicieron cuando el partido del Gobierno propuso que el Congreso declarase “probado más allá de toda duda razonable” que Irak no tenía armas de destrucción masiva cuando, con la complicidad del Gobierno de Aznar, fue invadido. Reclamaron una declaración similar sobre la existencia real de los GAL.

Ayer Rajoy aludió, sin mencionar a los GAL, a “puntos oscuros” en la biografía del nuevo ministro del Interior, en una nueva referencia maliciosa a la presencia de Pérez Rubalcaba en el último gobierno de Felipe González. Hacen falta billones de puntos oscuros para formar una ‘marea negra’, pero ocurre que además nadie ha podido achacar nunca al aludido, de forma verosímil, relación alguna con los GAL. Ni por acción ni por omisión.

Lo que no les gusta de Rubalcaba es su carácter de interlocutor sutil, hábil y correoso. Su ironía les provoca acidez de estómago. Su memoria les enfrenta a las verdades del espejo. Su calma les confunde y su inteligencia les desarma.

En consecuencia, “no es una persona de la que el Partido Popular se fíe”. Tal vez eso es precisamente lo que le hace tan valioso en el puesto que el presidente le ha adjudicado porque si el PP no se fía de Rubalcaba el Gobierno tampoco se fía del PP. Y no puede ser de otro modo tras dos años de acoso de muy bajo estilo, basado en mentiras, manipulaciones, intoxicaciones, exageraciones y, sobre todo, irresponsabilidades. A Rubalcaba no le van a sacar de onda en las reuniones del pacto antiterrorista. Y si lo intentan él les sacará los colores.

Como por arte de una mágica justicia poética el Gobierno no sólo se ha librado de una molesta piedra en el zapato con el alejamiento de Bono sino que además, por mor de Rubalcaba, la ha colocado en el del Partido Popular.

Leer online: www.tierradenadie.cc