Comentarios sobre la actualidad, reflexiones sobre la deriva histórica que nos conduce hacia viejas pesadillas y cualquier otra cosa que considere de interés.
22 abril, 2006
El peor presidente de EE. UU. (I)
Sean Wilentz, profesor de la universidad de Princeton, uno de los historiadores estadounidenses más prestigiosos, aporta a lo largo de un extenso artículo publicado en la revista 'Rolling Stone' los datos que sitúan a George W. Bush como el peor presidente de Estados Unidos. La tentación de traducirlo ha sido invencible, pero la tarea no puede ser concluída en una sola entrega -que además sería demasiado larga para leer en pantalla- por falta de tiempo. Este es, pues, el primero de los capítulos de un texto que la revista ha titulado en tono interrogativo y cuyo contenido lo transforma en afirmativo y difícilmente cuestionable: 'El peor presidente de la historia'.
La presidencia de George W. Bush parece encaminarse a un colosal descrédito histórico. Exceptuando un acontecimiento cataclísmico del tipo de los ataques terroristas del 11 de Septiembre, tras el cual el público pueda reconcentrarse otra vez en torno a la Casa Blanca, parece que no hay mucho que su administración pueda hacer para evitar ser clasificada en el rango más bajo de los presidentes estadounidenses. Y ese puede ser el panorama más halagüeño. Muchos historiadores se están preguntando ahora si Bush, de hecho, será recordado como el peor presidente de toda la historia americana.
De tiempo en tiempo, tras el trabajo, me reúno con mis colegas en Princeton para discutir ociosamente acerca de qué presidente fue realmente el peor de todos. Durante años, estos eternos debates se han centrado ampliamente en el mismo puñado de jefes ejecutivos que las votaciones de historiadores nacionales de todo el espectro ideológico y político citan rutinariamente como el fondo del barril presidencial. ¿Fue el pésimo James Buchanan, que, confrontado con la secesión sureña en 1860, titubeó hasta un punto que, como ha dicho su más reciente biógrafo, equivalía a deslealtad y que entregó a su sucesor, Abraham Lincoln, una nación ya en pedazos? ¿Fue el sucesor de Lincoln, Andrew Johnson, quien activamente se alineó con los antiguos confederados y saboteó la Reconstrucción? ¿Qué tal el amigable incompetente Warren G. Harding, cuya administración fue fabulosamente corrupta? ¿O, aunque tenga sus defensores, Herbert Hoover, quien intentó algunas reformas pero quedó aprisionado en su propia anacrónica ética individualista y se hundió bajo el peso del crack bursatil de 1929 y el comienzo de la Depresión? Los historiadores más jóvenes siempre proponen a Richard M. Nixon, el único presidente americano forzado a dimitir.
Ahora, sin embargo, George W. Bush se halla en seria contienda por el título de el peor de todos los tiempos. En 2004, una encuesta informal entre 415 historiadores dirigida por la imparcial History News Network concluyó que el 81 por ciento consideraba la administración Bush un "fracaso”. Entre los que definían a Bush como un éxito, muchos dieron alta puntuación al presidente sólo por su capacidad para movilizar el apoyo popular y lograr que el Congreso le acompañase en lo que un historiador describió como “aplicación de políticas desastrosas” de la administración De hecho, aproximadamente uno de cada diez entre los que consideraban un éxito a Bush estaba siendo guasón valorándole sólo como el mejor presidente desde Clinton, una categoría en la que Bush era el único competidor.
La inequívoca decisión de los historiadores debería dar qué pensar a todos. Contrariamente a los estereotipos populares, los historiadores son generalmente un gremio cauto. Evaluamos el pasado desde puntos de vista ampliamente divergentes y estamos profundamente interesados en ser vistos por nuestros colegas como justos y precisos. Cuando hacemos juicios históricos no actuamos como votantes ni como expertos sino como estudiosos que deben evaluar todas las evidencias, las buenas, las malas o las indiferentes. Sondeos separados, dirigidos tanto por quienes son considerados conservadores como por liberales, muestran notable unanimidad acerca de quienes han sido los mejores y los peores presidentes.
Como grupo, los historiadores tienden a ser mucho más liberales que el conjunto de la ciudadanía, un hecho al que los admiradores del presidente se han aferrado para desautorizar los resultados de la encuesta como claramente tendenciosos. Un historiador pro-Bush dijo que ésta revelaba más acerca de “la actual cosecha de profesores de historia” que acerca de Bush o de la eventual valoración de Bush. Pero si los historiadores estuvieran motivados simplemente por una fuerte tendencia liberal, podría esperarse que considerasen a Bush el peor presidente desde su padre o Ronald Reagan o Nixon. En lugar de ello, más de la mitad de los encuestados y casi tres cuartas partes de los que valoraron negativamente a Bush retrocedieron más allá de Nixon para encontrar un presidente tan lamentable. La nómina de presidentes más comunmente relacionados con Bush incluía a Hoover, Andrew Johnson y Buchanan. El doce por ciento de los historiadores encuestados, casi tantos como los que consideraron a Bush un éxito, le calificaron rotundamente como el peor presidente de la historia de América. Y esas cifras fueron alcanzadas antes de las debacles del huracán ‘Katrina’, el papel de Bush en el ‘affaire’ de la filtración sobre Valerie Plame y el deterioro de la situación en Irak. Si los historiadores fueran encuestados hoy los números serían más altos.
Incluso hay algo peor para el presidente. El público en general que una vez dio a Bush los más altos niveles de aprobación registrados nunca, aparece ahora volviendo en sí hacia la visión sombría que mantiene la mayoría de los historiadores. Ciertamente, el presidente conserva una considerable base de seguidores que creen en él y le adoran y que rechazan toda crítica con una mezcla de incredulidad y feroz desprecio: en torno a un tercio del electorado. (Cuando el columnista Richard Reeves difundió la encuesta de los historiadores y sugirió que era significativa, cosechó miles de réplicas insultantes llamándole idiota y alabando a Bush como, en palabras de un escritor, "un cristiano que realmente actúa sobre la base de sus creencias profundamente mantenidas”.) Pese a eso, las filas de los auténticos creyentes han adelgazado dramáticamente. Una mayoría de los votantes en 43 estados desaprueba ahora el modo en que Bush está haciendo su trabajo. Desde el comienzo de las encuestas fiables en los años 40 sólo un presidente reelegido ha visto su valoración caer tan bajo como Bush en su segundo mandato: Richard Nixon durante los meses anteriores a su renuncia en 1974. Ningún presidente de dos mandatos ha caído desde tal altura de popularidad como Bush (cercana al noventa por ciento, durante la marea patriótica que siguió a los ataques de 2001) tan abajo (ahora en torno al 35%). Ningún presidente, incluído Harry Truman (cuyos niveles se hundieron a veces por debajo de los nixonianos), ha experimentado tal virtualmente incurable declive como Bush sufre. Aparte de las bruscas pero temporales subidas que siguieron al comienzo de la guerra de Irak y a la captura de Sadam Hussein, y una recuperación durante las semanas anteriores y posteriores a su reelección, la tendencia de Bush ha tenido un perfil netamente estable de desencanto.
Continuará.
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