La noticia ha sido sorprendente y contiene un alto potencial significativo, por lo que hoy ocupa el lugar de honor en las portadas de todos los diarios. Los eclesiólogos se han quedado de palo, perplejos, desautorizados. Monseñor Blázquez no estaba en ninguna quiniela. Para empezar, es obispo y no arzobispo, como todos los que hasta ahora han presidido la Conferencia Episcopal en sus 40 años de existencia, y para continuar, se daba por sentado que Rouco iba a ser reelegido. La verdad es que faltó muy poco para que así fuera, pero la Iglesia es una institución compleja, sutil y no poco misteriosa.
La elección de Blázquez ha sido tan sorprendente como en su día lo fue la de Woityla como Papa, aunque -se cree- de signo opuesto. ¿Un polaco?, se decían. Ahora los especialistas, los curas y los fieles se pellizcan (a sí mismos, por supuesto) incrédulos: ¿El obispo de Bilbao? Sorpresas te da la vida, que cantaría Rubén Blades.
Pues sí, se diría que el vilipendiado talante zapateril es contagioso. Podría aventurarse que la Iglesia española tuvo ayer su particular 14-M. Incluso podría creerse que la Conferencia Episcopal es un órgano más permeable y menos esclerótico de lo que siempre -especialmente en la era Rouco- se ha venido creyendo. Exegetas tiene la santa madre...
Yo, ante todo cambio supuestamente significativo, evoco siempre el cinismo lampedusiano: “Cambiemos algo para que todo siga igual”. Esa es la filosofía profunda del poder temporal y, por supuesto, también de la Iglesia, que es el más antiguo de los poderes de la tierra. Conviene recordar que hubo una vez un Concilio Vaticano II, revolucionaria operación de “aggiornamento” (puesta al día), como se decía -en italiano- entonces. Conviene recordar también que la apisonadora Atila-Woityla no ha dejado piedra sobre piedra de aquellos frágiles cimientos de una ‘revolución’ tan tentadora como imposible.
La iglesia católica tiene una portentosa capacidad de adaptación, una cualidad pragmática que podría calificarse de mimética y que constituye la razón fundamental de su dilatada supervivencia. Del judaísmo reformado original, monoteista e iconoclasta, a la romanización trinitaria, politeísta (¿qué otra cosa son los santos sino pequeños dioses?) e iconófila. De las saturnales, a la Navidad. De las deidades femeninas imperantes en las religiones derrotadas, al paradigma sustitutivo de la virgen María. De los beligerantes estados pontificios y sus ejércitos, a la ínsula beatífica del “estado” Vaticano...
Resumiendo: la elección de Blázquez no va a cambiar nada esencial, lo mismo que el relevo de Aznar por Zapatero. Al autócrata y reaccionario Rouco/Aznar le sustituye el dialogante y moderado Blázquez/Zapatero. Eso sólo significa un cambio de talante, nada revolucionario. Pero no minimicemos la importancia de tal cambio. Que la iglesia española rectifique su rumbo de colisión con la sociedad y el Estado (eso es lo que se espera de Blázquez) no es grano de anís ni moco de pavo.
Entre la Iglesia y el PP han creado en los últimos tiempos un clima de permanente crispación que enrarece y tensa artificialmente el ambiente sociopolítico. El odio, el insulto, la mentira y la bronca se supone que no son precisamente cristianos. ¿Lo es la COPE? ¿Lo es la amenaza de sacar a la calle en manifestación a los padres católicos? ¿Lo es la arrogancia impositiva en nombre de un dios que no es el de todos? ¿Lo es la permanente injuria radiofónica o la intoxicación informativa sistemática? Y más allá de todo esto: ¿Es rentable para los intereses de la iglesia española su identificación incondicional con el PP? (*)
Pues eso, bienvenido sea el cambio de talante si se plasma en realidades palpables porque la sociedad española ya está harta de que la quieran llevar a una guerra que sólo una minoría asilvestrada siente como propia. No son tiempos de cruzadas, ni nacionales ni planetarias. Aunque digan lo contrario Bush, Woityla o el “sursum corda”. Que nos dejen en paz. Que nos dejen la paz.
(*) Sugiero la relectura de “La Espiral” del 25 de enero (Archivos/Enero) como complemento.
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