30 noviembre, 2003

Por más que se repita...

Ayer en Irak ocurrió lo peor para las fuerzas españolas, pero lo peor no es necesariamente lo inesperado y, lamentablemente, tampoco es lo peor de modo definitivo. Aún pueden ocurrir cosas peores. Ya son nueve los españoles que han muerto en esta guerra (no hay tal posguerra, por más que se repita) fundada en causas que, tal como se temía, han resultado falsas y que nada tienen que ver con el supuesto combate internacional contra el terrorismo.

No sólo no existe constancia alguna de que Sadam Hussein tuviera armas de destrucción masiva; tampoco se ha detectado el más mínimo indicio de que su régimen alentase el fanático terrorismo islámico. La de Irak es una guerra motivada por móviles económicos y estratégicos y afirmar otra cosa -por más que se repita- hace mucho tiempo que ha dejado de ser un defecto de interpretación para convertirse en una indecente muestra de cinismo.

En este contexto la lacónica comunicación institucional de José María Aznar, que acabo de contemplar por televisión, sólo me merece un calificativo: indignante. Y no sólo es indignante en su calidad de desafío a la inteligencia y la credulidad de un pueblo enajenado, sino porque suena a burla (solemne, como todo lo suyo) hacer tales afirmaciones sobre la sangre aún fresca, de unas personas que han encontrado la muerte lejos de su tierra en el cumplimiento de un deber que no debería serlo.

La intervención de las tropas españolas en Irak no es una misión de paz, ni de reconstrucción, ni de contenido humanitario por más que se repita. No admite comparación alguna con otras misiones internacionales en las que se haya intervenido, por más que se repita lo contrario. Es una tarea de complicidad -mínima, pero elocuente- con unos móviles depredadores totalmente ajenos a los intereses de España y que nos enfrenta de modo innecesario e imprudente a una comunidad cultural, política y religiosa con la que hasta ahora se mantenía una relación razonablemente buena.

Resulta evidente a estas alturas que el desplazamiento del eje de la política exterior española de Bruselas a Washington, inspirado por nuestro "clarividente" líder, ha sido un error de magnitud oceánica, como ponen de manifiesto el trato que España ha empezado a recibir de la UE y la carencia de beneficios tangibles procedentes del "amigo americano". Pero lo peor no son los perjuicios económicos y políticos que tal alianza nos depara, sino la pérdida irreversible de un valioso capital humano invertido en funciones que no son ni deben ser las suyas.

Aznar ha dejado claro que no hay vuelta atrás. Su hipotético sucesor, Rajoy, también. Parece claro que sólo hay un modo de liberarse de la dolorosa vergüenza en la que nos han sumergido por su "soberana" y omnímoda voluntad.

Vosotros mismos.


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