Todo son malas noticias en este otoño casi intransitable, en este malhadado noviembre en el que la realidad parece tener un componente de pesadilla recidivante. Pero hoy no me voy a referir ni a la visita de Bush a Gran Bretaña, ni a los resultados de las elecciones catalanas, ni al cinismo israelí, que engloba bajo el estigma del antisemitismo el rechazo a su comportamiento criminal con el pueblo palestino.
Hoy quiero referirme a una ausencia, la del compañero periodista Jesús Delgado, que murió ayer, a los 81 años, en plena juventud del espíritu. Siempre pensé que superaría ampliamente los noventa años y que lo haría con la apariencia vital y casi juvenil con la que atravesó las últimas décadas, ejerciendo su profesión hasta el final (hace apenas un mes envió su última crónica a "El País"), pero el cáncer es un enemigo larvado que en muchos casos sólo evidencia su mortal designio cuando ya es invencible.
Delgado era un periodista de raza, expresión con la que pretendo designar una actitud vital caracterizada por la indesmayable curiosidad por todo lo humano, la vocación de certidumbre, la apertura de miras, la independencia y la voluntad de mejorar la sociedad. No era periodista a tiempo parcial. Lo era todo el tiempo. Supongo que incluso dormido.
Periodista de provincias -y de una provincia de tradición especialmente estreñida y reaccionaria como Cantabria- quiso y supo exceder ese marco limitado y limitante para -sin levar el ancla de su tierra- ejercer su inquisitivo magisterio en variados escenarios extranjeros, ayudado por su poliglosia, tan necesaria para un periodista y, paradójicamente, tan ausente en muchos casos, no sólo en aquellos tiempos oscuros del franquismo sino también en el presente.
Jesús hizo de sí mismo un valioso referente nacional del reporterismo en los tiempo más difíciles y mantuvo su independencia aún a costa de asumir riesgos, rupturas y desafíos que el resto de la profesión consideraba imprudentes y llegó a atribuir a una arrogancia que, por cierto, nunca le caracterizó, pese a su obvia superioridad sobre un entorno de mediocridad y sumisión.
Durante los años -no muchos- en los que ejercí el periodismo de calle me gustaba coincidir con él y observarle e incluso imitarle. De él aprendí, por ejemplo, que un periodista no debe conformarse nunca con la información limitada e interesada que se obtiene en una rueda de prensa y que iguala a todos los medios en el servilismo a un mensaje que les instrumenta para llegar a un público que, si pudiera, pediría información suplementaria sobre aspectos más o menos soslayados o ignorados. Él casi siempre hacía un aparte con el protagonista tras la conclusión de la "ceremonia" y seguía preguntándole. Así lograba información suplementaria que le permitía reenfocar su trabajo y evitar coincidir con los titulares "publicitarios" de los demás.
Inquieto, dinámico, apasionado, perspicaz, irónico, buen conocedor del género humano y -pese a los prejuicios ajenos- prudente, constructivo y dialogante, Jesús Delgado fue un ejemplo de periodista profesional que deberíamos tener como referencia permanente cuantos nos dedicamos a este ejercicio mercenario, complejo y sutil del que nunca ha desaparecido la censura y sobre el que con frecuencia recaen presiones intolerables.
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