Para muchos ciudadanos el modo en que contemplan la realidad española ha cambiado de modo sustancial, para mal, a lo largo de la semana pasada, una de las más traumáticas de la democracia española. Los hechos se han desarrollado en dos vertientes alejadas entre sí, la económica y la jurídico-política, y lo han hecho de manera cruelmente paradójica. La paradoja se plasma en que, mientras en el caso de las duras medidas adoptadas para afrontar la crisis económica se ponen en evidencia con todo su rigor las consecuencias de la globalización, en el de la suspensión del juez Garzón se define como prevariciación su intento de aplicar a la guerra y la postguerra civil española la legislación internacional (es decir, global) sobre los Crímenes contra la Humanidad, que establece que este tipo de delitos no prescriben jamás.
Un aspecto que nadie -y menos que nadie el PP- parece tener en cuenta es que la crisis económica, que estalló con todas sus consecuencias hace más de un año y medio, sigue desarrollándose, extendiéndose y profundizando sus consecuencia casi a diario. La supuesta inacción e improvisación del Gobierno español no es tal. Todos los países, en mayor o menor grado, se ven forzados a un vaivén desconcertante, cambiante casi a diario, que dificulta la adopción de medidas y convierte las que se toman en insuficientes con frecuencia. La especulación de los mercados sobre la deuda pública de los países de la UE -elemento desastibilizador de aparición reciente en el contexto de la crisis- parte de una desconfianza sobre la posibilidad de impago que sólo estaba justificada en el caso de Grecia pero acaba extendiéndose a todos, elevando el importe de las primas de riesgo que cada país debe pagar por la hipotética falta de fiabilidad y logrando dificultar su pago, al encarecer la deuda en un círculo vicioso infernal y absurdo.
La consecuencia de esa situación es que el euro, convertido desde hace tiempo en la divisa de referencia internacional, baja hasta 1,243 dólares y la alarma se extiende a nivel global. Los ministros de Economía del G-7 (Alemania, Canadá, EEUU, Francia, Italia, Japón y el Reino Unido) han celebrado dos teleconferencias -algo inédito- los viernes de las dos últimas semanas. A partir de la primera, celebrada el pasado día 7, de la que nada ha transcendido, el temor a que el euro colapse genera una fuerte alarma y motiva, el domingo 10 un acuerdo de urgencia entre la UE y el FMI por un importe de 750.000 millones de euros, suma abrumadora en la que EE UU participa con más de 50.000 millones de dólares. El lunes el Banco Central Europeo (BCE) aprueba la compra, inicialmente, de 20.000 millones de la deuda de los países más amenazados por la especulación, entre ellos España.
La contrapartida a la costosa operación de rescate del euro es la implantación urgente de duras medidas de reducción del gasto público para todos los países de la Eurozona, tanto más duras como fuerte haya sido la especulación de los mercados contra su deuda. En ese contexto, la llamada de Obama a Zapatero en vísperas del anuncio de los severos recortes ante el Congreso no es para exigirle su implantación, a la que el Gobierno ya estaba decidido a hacer frente, sino para departir con él, en tanto que presidente de turno de la UE, y comentar la grave situación que la economía occidental atraviesa. La interpretación sesgada de la prensa sobre la llamada -desmentida ese mismo día por EE UU- permite al PP describir las medidas como "impuestas" -y sí lo son, pero por la UE- e "improvisadas", en una muestra rampante de deslealtad institucional, pues a Rajoy y los suyos les consta ya en ese momento la grave realidad de la situación y la firme determinación de la UE para controlarla.
Para Zapatero y su Gobierno ha supuesto una gran frustración verse obligado a adoptar decisiones tan impopulares como la congelación de las pensiones o la reducción del sueldo de los funcionarios, medidas mucho menos severas que las adoptadas en Grecia, pero contradictorias con el propósito anunciado de minimizar la incidencia social de la crisis. Puede debatirse si hay otros modos menos impopulares de controlar la especulación destructiva de los mercados sobre la deuda, pero lo cierto es que el margen de maniobra es muy pequeño cuando se pretende lograr una reducción de gastos fácilmente cuantificable y realmente eficaz. Eliminar los ministerios de Vivienda e Igualdad es algo que tal vez haya que hacer por razón de coherencia política, pero apenas significa lo que el chocolate del loro. Otro tanto se puede decir de la retirada de las fuerzas españolas en el extranjero y la reducción del presupuesto de Defensa: nada con sifón en términos económicos. .
La desinformación -cuando no intoxicación- acerca de la crisis y su evolución, practicada por los medios, tanto en España como fuera de ella ha sido y está siendo nefasta, al mantener a los ciudadanos en la ignorancia de sus realidades profundas y facilitar, en consecuencia, una interpretación superficial y demagógica, muy útil a la hora de evitar que se señale con toda claridad al auténtico culpable no sólo de la generación de esta crisis sino también de su progresivo agravamiento, que no es otro que el capital financiero. La ausencia de medidas de control -el mundo sigue esperando todavía a EE UU- que eviten o limiten la actuación irresponsable de la codicia (véase el caso de Goldman Sachs) no hace otra cosa que profundizar y agravar un caos que amenaza con barrer por décadas el relativo bienestar construído laboriosamente en Occidente incluso en tiempos más penosos que éstos.
Finalmente, en referencia exclusiva a Europa, hay que decir que la UE ha puesto desnudamente en evidencia todos sus defectos en esta crisis. A la larga resistencia ofrecida por Grecia para aplicar las medidas que se le exigían sin contar con el apoyo de la Eurozona hay que sumar el egoísmo y falta de realismo de Alemania, la inacción de Francia, enredada en el vacuo discurso de un Sarkozy sobrepasado por la realidad, y sobre todo la más que probada incapacidad del presidente del BCE, Jean-Claude Trichet, para evitar que las cosas llegasen al extremo que han llegado. Si en la UE hubiera que cortar una cabeza, sólo una, en relación con el agravamiento de la crisis, monsieur Trichet tiene todas las papeletas. Esperemos que no tarde en ser relevado por la cuenta que nos tiene.
Foto: Jean-Claude Trichet, el Nefasto.
Nota: Dada la extensión de este artículo, el tema de Garzón queda pospuesto a mañana.
Un aspecto que nadie -y menos que nadie el PP- parece tener en cuenta es que la crisis económica, que estalló con todas sus consecuencias hace más de un año y medio, sigue desarrollándose, extendiéndose y profundizando sus consecuencia casi a diario. La supuesta inacción e improvisación del Gobierno español no es tal. Todos los países, en mayor o menor grado, se ven forzados a un vaivén desconcertante, cambiante casi a diario, que dificulta la adopción de medidas y convierte las que se toman en insuficientes con frecuencia. La especulación de los mercados sobre la deuda pública de los países de la UE -elemento desastibilizador de aparición reciente en el contexto de la crisis- parte de una desconfianza sobre la posibilidad de impago que sólo estaba justificada en el caso de Grecia pero acaba extendiéndose a todos, elevando el importe de las primas de riesgo que cada país debe pagar por la hipotética falta de fiabilidad y logrando dificultar su pago, al encarecer la deuda en un círculo vicioso infernal y absurdo.
La consecuencia de esa situación es que el euro, convertido desde hace tiempo en la divisa de referencia internacional, baja hasta 1,243 dólares y la alarma se extiende a nivel global. Los ministros de Economía del G-7 (Alemania, Canadá, EEUU, Francia, Italia, Japón y el Reino Unido) han celebrado dos teleconferencias -algo inédito- los viernes de las dos últimas semanas. A partir de la primera, celebrada el pasado día 7, de la que nada ha transcendido, el temor a que el euro colapse genera una fuerte alarma y motiva, el domingo 10 un acuerdo de urgencia entre la UE y el FMI por un importe de 750.000 millones de euros, suma abrumadora en la que EE UU participa con más de 50.000 millones de dólares. El lunes el Banco Central Europeo (BCE) aprueba la compra, inicialmente, de 20.000 millones de la deuda de los países más amenazados por la especulación, entre ellos España.
La contrapartida a la costosa operación de rescate del euro es la implantación urgente de duras medidas de reducción del gasto público para todos los países de la Eurozona, tanto más duras como fuerte haya sido la especulación de los mercados contra su deuda. En ese contexto, la llamada de Obama a Zapatero en vísperas del anuncio de los severos recortes ante el Congreso no es para exigirle su implantación, a la que el Gobierno ya estaba decidido a hacer frente, sino para departir con él, en tanto que presidente de turno de la UE, y comentar la grave situación que la economía occidental atraviesa. La interpretación sesgada de la prensa sobre la llamada -desmentida ese mismo día por EE UU- permite al PP describir las medidas como "impuestas" -y sí lo son, pero por la UE- e "improvisadas", en una muestra rampante de deslealtad institucional, pues a Rajoy y los suyos les consta ya en ese momento la grave realidad de la situación y la firme determinación de la UE para controlarla.
Para Zapatero y su Gobierno ha supuesto una gran frustración verse obligado a adoptar decisiones tan impopulares como la congelación de las pensiones o la reducción del sueldo de los funcionarios, medidas mucho menos severas que las adoptadas en Grecia, pero contradictorias con el propósito anunciado de minimizar la incidencia social de la crisis. Puede debatirse si hay otros modos menos impopulares de controlar la especulación destructiva de los mercados sobre la deuda, pero lo cierto es que el margen de maniobra es muy pequeño cuando se pretende lograr una reducción de gastos fácilmente cuantificable y realmente eficaz. Eliminar los ministerios de Vivienda e Igualdad es algo que tal vez haya que hacer por razón de coherencia política, pero apenas significa lo que el chocolate del loro. Otro tanto se puede decir de la retirada de las fuerzas españolas en el extranjero y la reducción del presupuesto de Defensa: nada con sifón en términos económicos. .
La desinformación -cuando no intoxicación- acerca de la crisis y su evolución, practicada por los medios, tanto en España como fuera de ella ha sido y está siendo nefasta, al mantener a los ciudadanos en la ignorancia de sus realidades profundas y facilitar, en consecuencia, una interpretación superficial y demagógica, muy útil a la hora de evitar que se señale con toda claridad al auténtico culpable no sólo de la generación de esta crisis sino también de su progresivo agravamiento, que no es otro que el capital financiero. La ausencia de medidas de control -el mundo sigue esperando todavía a EE UU- que eviten o limiten la actuación irresponsable de la codicia (véase el caso de Goldman Sachs) no hace otra cosa que profundizar y agravar un caos que amenaza con barrer por décadas el relativo bienestar construído laboriosamente en Occidente incluso en tiempos más penosos que éstos.
Finalmente, en referencia exclusiva a Europa, hay que decir que la UE ha puesto desnudamente en evidencia todos sus defectos en esta crisis. A la larga resistencia ofrecida por Grecia para aplicar las medidas que se le exigían sin contar con el apoyo de la Eurozona hay que sumar el egoísmo y falta de realismo de Alemania, la inacción de Francia, enredada en el vacuo discurso de un Sarkozy sobrepasado por la realidad, y sobre todo la más que probada incapacidad del presidente del BCE, Jean-Claude Trichet, para evitar que las cosas llegasen al extremo que han llegado. Si en la UE hubiera que cortar una cabeza, sólo una, en relación con el agravamiento de la crisis, monsieur Trichet tiene todas las papeletas. Esperemos que no tarde en ser relevado por la cuenta que nos tiene.
Foto: Jean-Claude Trichet, el Nefasto.
Nota: Dada la extensión de este artículo, el tema de Garzón queda pospuesto a mañana.
1 comentario:
Estoy de acuerdo en general con lo que dices. El Gobierno ha hecho muchas cosas; ha adoptado medidas muy razonables (algunas con retraso, es verdad)que, por alguna misteriosa razón, no han aparecido en ningún medio de comunicación.
El Gobierno, desde el principio, ha tenido un problema de comunicación gravísimo. En este momento, esa incapacidad de comunicar lo que está haciendo es clave.
¿Por qué han dejado la iniciativa de la comunicación al magma mediático seudofascista?
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