Son muchas las preguntas que se pueden formular acerca de Afganistán. La primera de ellas, desde la óptica española, sería inevitablemente ¿qué hacen nuestras tropas allí? ¿Qué se nos ha perdido en aquel territorio lejano e inhóspito desde cualquier punto de vista? Habría que decir, sarcásticamente que lo que se nos ha perdido es lo que “encontramos” con la retirada de Irak: la presunción de dignidad e independencia nacional. El aumento de la presencia militar española en aquel país fue una ‘compensación’ a Estados Unidos por aquella ‘defección’, como nadie ignora.
Otra pregunta nada gratuita es ¿qué hacen las fuerzas de la OTAN en un lugar tan apartado del Atlántico Norte, que es el marco natural del tratado militar al que España se sumó, no sin resistencias, tras un referéndum cuya campaña fue un paradigma de la manipulación?. ¿Cuándo y con qué consenso se dio la OTAN a sí misma el derecho a intervenir fuera del marco geoestratégico original? Y por ende, ¿es hoy en día este pacto militar otra cosa que la expresión del poder estadounidense y de sus intereses estratégicos, que tienen al petróleo como primera obsesión?
Pero la pregunta clave es esta: ¿Qué se ha conseguido hasta ahora mediante la intervención occidental? ¿Consolidar un sistema democrático genuino? No, como evidencian las irregularidades –de las que existen algo más que indicios candentes- en las últimas elecciones. ¿La pacificación? No en absoluto. Tras los bombardeos intensivos del principio, que aparentemente forzaron la retirada o la ocultación de los efectivos de Al Qaeda y de los talibán, todo ha vuelto al desorden original y la ofensiva contra los intrusos occidentales es cada día más virulenta. Las guerras -parece gratuito insistir en ello, pero hay que hacerlo- no se ganan en el aire, por grande que sea el daño infligido y el pavor generado. Irak lo demostró más allá de toda duda.
¿Tiene algún futuro razonablemente positivo la intervención de la OTAN en Afganistán? A corto plazo no. Y cinco años, que es el límite marcado por Alemania, al que se ha sumado España, es corto plazo. Se olvida, entre otras cosas, que Afganistán es uno de los países más pobres e iletrados del mundo, lo que no facilita ni la construcción de una democracia mínimamente funcional ni la existencia de unas fuerzas de seguridad –su formación es, según el Gobierno español, la misión que ha llevado allí las tropas- ni un ejército realmente sólidos, eficaces y fielmente volcados en el servicio del Estado.
Ahora mismo Barack Obama estaría reconsiderando el previsto aumento de las tropas de EE UU en el país. El 58 por 100 de los ciudadanos se declara contrario a esa guerra y los demócratas temen que Afganistán se convierta en una fuente de impopularidad y desafección en la política interior, lo que sumado a las consecuencias de la crisis económica, que sufren en toda su crudeza las capas sociales más modestas, podría ennegrecer súbitamente un panorama de por sí bastante oscuro. Y, por supuesto, en estas circunstancias sería absurdo que España aprobase el envío de nuevas tropas en el plazo ahora previsto.
Foto: Hamid Karzai: ¿Algo más que un títere?
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