“Ha sido nauseabundo, repugnante y mezquino”, escribe en El País Olga Sánchez, la fiscal que investigó el 11-M. Y esos adjetivos no van dirigidos a calificar el brutal ataque terrorista, que fue todo eso y mucho más, sino las inadmisibles agresiones mediáticas que ha sufrido la firmante a lo largo de su actuación profesional en este caso y la irresponsable ligereza con que han actuado algunos periodistas y políticos.
Ella, discretamente, no da nombres, pero no hace falta. Al leer su artículo todos pensamos, inevitablemente, en la intoxicación permanente de la opinión pública realizada por El Mundo, en las delirantes diatribas de
Personalmente, creo que algo falla en el Estado de Derecho cuando es posible interferir en un proceso legal del modo deliberadamente torticero y manipulador en que se ha hecho durante todo el largo periodo de instrucción. Comprar el testimonio de delincuentes-confidentes, dispuestos a dar respuestas ‘a la carta’ de lo que les pide el medio que les paga no sólo no es periodismo de buena ley, sino que puede y tal vez debería ser calificado como delito o falta en buena parte de los casos. Renunciar a hacer información para poner en práctica auténticas campañas de intoxicación, con un goteo diario de nimiedades convenientemente engarzadas en un contexto prefijado y falso y que llegan a la portada con cualquier pretexto es algo más que una simple indecencia.
Sobre Jiménez Losantos y sus ‘homilías del odio’, mejor no nos extendemos. Este pseudoperiodista agitador e irresponsable pertenece a una fauna con la que las personas equilibradas sólo pueden adoptar dos actitudes: ignorarla (lo más recomendable) o verla por el lado cómico, dentro del género de la astracanada más vulgar en el que se inscribe. En cualquier caso, su pervivencia y su audiencia son un pésimo síntoma, en la medida en que acreditan que la derecha española, o al menos la parte más evidente de ella, no ha asumido ni interiorizado la democracia.
Lamentablemente, tras el conocimiento de la sentencia las insidias no han cesado. Todavía ayer,
Y sólo faltaba el lamentable ex presidente Aznar, autor intelectual de la mentira y de la derrota y poseído de un rencor sólo equiparable a su soberbia empecinada. Hoy ha vuelto a repetir la frase que le hizo famoso sobre los desiertos lejanos y la montañas remotas y ha reiterado que el objetivo de los atentados era “cambiar el curso político de España”.
Esto es una pesadilla permanente y ya nadie ignora los monstruos que la pueblan. Quien se engañe es porque quiere.
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