"No es razonable que, en lugar de aunar esfuerzos y fomentar la unidad, se siembre cizaña entre los españoles. Echaremos siete llaves a la tumba del sectarismo y la discordia". Lo ha dicho Rajoy en su discurso de cierre de la conferencia política (no congreso, que es una cosa demasiado seria; no convención, que fácilmente se confunde con una fiesta) que su partido ha mantenido durante tres días con el encomiable fin de dar a sus potenciales votantes una improbable imagen de unidad.
"Siete llaves", ha dicho el líder popular, tomando prestada la cita del regeneracionista Joaquín Costa, que las pedía para el sepulcro del Cid, en alusión a la necesidad de que España abandonase su ensimismamiento en el pasado y se plantease su futuro sin lastres anacrónicos. Siete llaves que en realidad no guardan el sepulcro del mítico guerrero de fortuna, visto otrora como ejemplo de las esencias nacionales.
Contrariamente al Cid, el sectarismo y la discordia carecen de tumba en este país. Siempre han campado (o campeado, por seguir con la referencia al de Vivar) a sus anchas por la ancha Castilla y la aún más ancha Península. Sin embargo, llevábamos unos años en los que ambas lacras aparecían minimizadas o dulcificadas por el clima democrático. Así era hasta que el PP llegó y perdió el poder.
Si me he quedado con esa frase es porque contiene en su sarcasmo sangrante la esencia de la inexistente honestidad política del partido de Rajoy. Que nombre la cizaña quien la ha sembrado por doquier ya es de por sí una muestra depurada de cinismo. Que diganostique y diga querer cerrar en una inexistente tumba las malas hierbas del sectarismo y la discordia quien ha contribuido más que nadie a su extensión roza lo inefable.
Sin embargo, a nadie puede sorprender que el Partido Popular, al encarar la recta final hacia las elecciones, insista en la estrategia que ha venido practicando durante toda la legislatura: denunciar, atribuyéndoselas al Gobierno, situaciones que sólo él ha creado desde la mentira y que incluso sólo existen en su imaginación; pintar un cuadro patético, caótico e incluso apocalíptico frente a las evidencias de una razonable normalidad; achacarle todos los males, los reales y los irreales, al Gobierno.
Perdieron las elecciones de 2004 por una gravísima mentira, que mantuvieron ante la nación frente a toda evidencia precisamente para ganar esas elecciones. Ahora pretenden recuperar el poder perdido por su mala cabeza rentabilizando no una sino una legión de mentiras que no resisten el más mínimo análisis racional.
Siete llaves, ha dicho, sí. Siete llaves, por lo menos, serán precisas para cerrar la tumba de la mentira como instrumento político el día que el Partido Popular se decida a cavar esa tumba.
Todo indica que deben pasar otra legislatura en el desierto, haciendo penitencia y exorcizando a sus demonios interiores, a sus cides próximos y lejanos, a su inquietante y fatal debilidad por la demagogia populista, a su falta de respeto a la ciudadanía...
Siete llaves, sí. Por lo menos.
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