20 julio, 2005

El carácter o el hombre

Quienes siguen “La Espiral” no ignoran la antipatía que me inspira el primer ministro británico, Tony Blair. Y he de admitir que tal antipatía es directamente proporcional al talento que cabe atribuirle, que es mucho. Bush o Aznar, compañeros de conspiración, me parecen, comparativamente, un paradigma de la mediocridad sobrevalorada, Sé que es una exageración, pero suelo decir que Blair casi fue más decisivo que el presidente estadounidense a la hora de convencer a los súbditos de éste de la conveniencia de invadir Irak.

Un ataque terrorista como el sufrido por Londres es una prueba de fuego para un político y Blair ha sabido afrontarla bastante bien en términos generales. Reaccionó con firmeza, prontitud y lucidez, no dudó en ningún momento en atribuir los atentados al fundamentalismo islámico, pidió a la UE la implantación de medidas -muy discutibles desde el punto de vista de las libertades, pero comprensibles- de control de la telefonía e internet e instó a combatir las causas del terrorismo islámico, dando por sentado que las tiene, lo cual es anatema para la empecinada derecha española.

¿Por qué entonces negar lo evidente? ¿Por qué rechazar la obvia realidad de que la participación británica en Irak es la causa de las causas? Cuestión de carácter, supongo. Blair está completamente persuadido de que posee dos dones nada comunes: carisma y suerte. Y el caso es que los tiene. Es su carácter, osado, aventurero, oportunista, el que le lleva a cargar la mano y -entre col y col lechuga- a mezclar con imprudencia mentiras evidentes con verdades incontestables. Si jugase al poker seguramente estaría en la ruina, pero es otro su juego y, tras salir indemne de las elecciones, aunque bastante deteriorado, sigue con sus tácticas predilectas. La zorra puede perder el rabo, pero no las costumbres.

Blair niega que Irak tenga nada que ver con el ataque terrorista porque teme que surja un clamor popular en demanda del retorno de las tropas. No es demasiado probable, vistos los precedentes, pero por si acaso. Las bajas británicas han sido escasas, gracias a que su presencia militar en Irak se ha centrado en un área chií comparativamente muy tranquila. Pero aunque no fuera así, el pueblo isleño -más pasota que flemático, pese a lo que se diga-, tiene una gran resistencia a cometer la ‘vulgaridad’ de movilizarse. Thatcher le puso el dogal en su momento y así sigue.

De todos modos casi el 70% de ese pueblo cree que Blair miente pues ese es, más o menos, el porcentaje de los ciudadanos que piensa que la participación en Irak es el motivo del ataque terrorista del 7-J. Y eso mismo creen los servicios de inteligencia británicos y el Real Instituto para Asuntos Internacionales y... cualquier persona que siga la actualidad y tenga la cabeza sobre los hombros.

Al igual que Aznar, Blair niega lo evidente y también, como en el caso español, cabe deducir en el suyo una nada pequeña responsabilidad política por haber levantado la guardia y haber minimizado el riesgo de un ataque del terrorismo islámico en base a supuestos informes de los servicios de inteligencia. Él no se ha montado falsas autorías ni inverosímiles conspiraciones internas. Tampoco lo necesitaba. Él sí cree que hay que preguntarse por las causas del terrorismo para combatirlo con eficacia, pero una vez pasadas las elecciones, cuando mayor se creía el riesgo de atentados, se relajó en exceso.

¿Por qué un tipo brillante, inteligente y carismático acaba incurriendo en los mismos errores que otro torpe, mediocre y zafio? El carácter, ya digo. Ese factor humano que no se forja en las escuelas y que sólo la experiencia vital rectifica en muy raros casos.

Eso es precisamente lo que no soporto de Blair: la cumbre de cinismo resultante de la mezcla de sus virtudes y defectos, su alegre arrogancia, su irresponsable confianza en la propia buena fortuna. En resumen, su profunda indecencia.


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