Al fin hay tregua de las facciones radicales palestinas, pese a la ausencia total de buena voluntad demostrada por Israel. La pregunta del millón es cuánto va a durar. Israel ha optado por ignorar oficialmente el alto el fuego, como si no fuera con él. Ha hecho un gesto importante, eso sí: ha retirado sus tropas de la zona norte de Gaza, territorio palestino ocupado so pretexto de impedir o limitar las actividades de los terroristas.
Pero no nos engañemos. El gesto israelí no va dirigido a los palestinos, sino a Washington. Es a Estados Unidos a quien Israel quiere satisfacer, consciente de que le va mucho en ello. A los palestinos y a su tregua no les concede, deliberadamente, ningún crédito. Así puede tener las manos libres para seguir actuando de modo abusivo e impune contra los miembros de los grupos radicales, contra sus familias y contra sus vecinos, llegado el caso (ya ha ocurrido anteriormente).
El juego de Israel consiste en exigir a Mazen lo que es virtualmente imposible: que disuelva las organizaciones pàlestinas que practican el terrorismo, que las desarme, que impida su actividad. Y ello a sabiendas de que el "gobierno" (¿puede tener un gobierno digno de tal nombre un estado inexistente?) no tiene los medios para ello y que dichas organizaciones poseen poderosas raices en el pueblo palestino. Unas raices que Israel ha generado y fortalecido mediante una persecución feroz desde hace más de medio siglo.
Nada más frágil que esta tregua. Cuando no existen garantías ni compromisos sólidos de una de las partes beligerantes no cabe esperar milagros, especialmente si se tiene en cuenta que la situación es de tensión permanente y la provocación puede estallar en cualquier momento.
Isarel tiene como deuda pendiente tender la mano y dar un voto de confianza a la Autoridad Nacional Palestina. Si se limita, como siempre hasta ahora, a contentar circunstancialmente a su "padrino", todo puede volver a empezar en cualquier momento. Si EE UU quiere realmente asentar la paz en el área más conflictiva del planeta deberá mantener y aumentar la presión sobre su más conspicuo aliado. La voluntad de Israel ya es conocida y se ha puesto a prueba demasiadas veces. La de Washington es la gran variable de esta ecuación que sólo cabe contemplar desde el escepticismo.
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