Probablemente una ciudad llamada Sacramento (California, USA) sea el lugar más adecuado para que los anfitriones de una conferencia y exposición internacional que ha reunido a 120 ministros de todo el mundo impongan la necesidad imperiosa (que viene de imperio) de comulgar con ruedas de molino.
Se trata de vender (envuelta en papel para regalo) la idea de que la tecnología de manipulación genética de las semillas es la solución frente al hambre mundial. Huelga decir que esa milagrosa y filantrópica tecnología está en manos de los Estados Unidos (Monsanto en cabeza). Y también es ocioso (¿o no?) subrayar que el auténtico propósito de la conferencia-exposición es promocionar el producto, que encuentra razonables resistencias en incontables países.
El presidente Bush consideró conveniente balbucear, vía vídeo, algunos argumentos redundantes: "los Estados Unidos -dijo- han identificado tres prioridades para la reducción del hambre global: aumentar la productividad agrícola, terminar con la hambruna y mejorar la nutrición".
¡Genial! Lástima que no considere entre sus inquietudes caritativas la posibilidad de dedicar el 10% del presupuesto de defensa norteamericano a tan fraternal meta. Según ciertas fuentes con ello bastaría para que todos los hambrientos del mundo comieran. Pero sigamos con el "espiche" presidencial: "La ciencia y la tecnología -continuó- consituyen una gran promesa para cubrir esas prioridades. Combinando la nueva tecnología y la buena política (comercial, le faltó decir) todas las naciones del mundo pueden trabajar juntas (a las órdenes de USA, supongo) para aumentar los niveles de vida".
Naturalmente en esta película de vaqueros generosos que tratan de salvar a indios depauperados no falta el "malo". El facineroso, como en todas los hediondos filmes de la factoría Bush jr., es "la vieja Europa" (Rumsfeld dixit), que rechaza todo producto agrícola manipulado genéticamente y con su egoismo y sus prejuicios dificulta terriblemente la tarea de los caritativos "cowboys". Por supuesto, la UE ha respondido de inmediato que dedica bastantes más medios a la ayuda a los países pobres que su cínico cuestionador. ¿Pero basta con eso?
Obviamente no.
-A mi me preocupa que 120 ministros se hayan dado cita en Sacramento para oir la palabra de Dios porque sé que el Altísimo imperio es muy persuasivo, que la carne es débil y que las zarzas que arden sin fin sólo pueden ser material genéticamente manipulado.
-Me preocupa que los países que pueden ser inundados con productos de la factoría de alteración genética carezcan de leyes que establezcan -como mínimo- la necesidad de que los mismos vayan marcados claramente con un distintivo que señale su artificialidad y el hecho de que pueden significar un riesgo ecológico y sanitario.
-Me preocupa que la factoría agrícola norteamericana esté arruinando con sus exportaciones subvencionadas a los agricultores de los países pobres, como se puso de manifiesto en México a través de las protestas campesinas.
-Me preocupa, ya en lo más cercano, no conocer el origen de los cereales con fibra, vitaminas y colesterol del bueno, generosamente sobrepreciados, que mi hija consume.
-Y me preocupa porque el imperio miente por sistema, compulsivamente; porque su falta de escrúpulos respecto a la salud o la vida de sus propios ciudadanos, y no digamos de los ajenos, se ha puesto de manifiesto en sobradas ocasiones y, sobre todo, porque subordina cualquier otro objetivo al interés económico, por encima de toda consideración ética, moral o política.
En resumen: a otro perro con ese hueso.
Hace ya tiempo que evito escrupulosamente el consumo de productos estadounidenses por coherencia con mis convicciones. Y si se trata de alimentos manipulados genéticamente, tal vez sea cuestión de tomar lecciones de cierto agricultor francés llamado José Bové.
No hay comentarios:
Publicar un comentario