27 junio, 2003

De la mentira,verdad

La segunda guerra de Irak (si se le puede llamar guerra a un paseo triunfal contra un enemigo al que no se le permitió levantar cabeza tras su primera derrota) ha servido, inopinadamente, para hacerle un test a la libertad de expresión en el mundo denominado "democrático". Pero más allá de eso, ha puesto a prueba la independencia de los medios de comunicación y de sus trabajadores.

El resultado del test no ha podido ser más desalentador. La libertad de expresión, salvo en el ámbito estrictamente privado, se ha visto sometida a todo tipo de presiones y abusos, especialmente en Estados Unidos, patria putativa de la democracia y de todas sus bicocas. La verdad oficial se convirtió allí en la verdad absoluta e incontestable, o, lo que es lo mismo, la mentira más insostenible devino verdad incontestable.

Tal vez como consecuencia de ello, algunos medios (Fox News es el paradigma) y muchos periodistas decidieron sustituir la información por la ficción y la investigación por la complicidad. No quisiera extenderme mucho, pero el caso de The New York Times, otrora referente de la independencia informativa y de cierta línea de izquierdas (todo lo que de izquierdas cabe en EE UU, o sea, muy poco) es un exponente claro e inquietante de la pérdida de credibilidad y de la crisis consecuente de un medio de comunicación.

Que eso suceda en Estados Unidos no es demasiado sorprendente porque sobran referencias acerca de que, so capa de las barras y estrellas (barras de prisión, estrellas que se ven cuando uno es golpeado), se oculta una filosofía de cínico tiburoneo y canallería descarada que lleva un siglo contaminando a una población ingenua y casi iletrada que asume sin discusión ni matización alguna el barato patriot(er)ismo que le venden los recaudadores. La tierra de las oportunidades es la tierra de los oportunistas y es de temer que así será mientras las cosas les rueden a favor en su entusiasta carrera hacia la sima.

Había que apuntarse al carro de la verdad oficial y muchos periodistas y muchos medios demostraron un exceso de celo en esta tarea que no tiene precedentes en la historia de la desinformación conscientemente practicada desde los medios de comunicación. Sólo W.H. Hearst, retratado de cuerpo entero por Orson Welles en "Ciudadano Kane", llegó tan lejos a la hora de hacer de mentira verdad, en su caso respecto a la Cuba colonial que a toda costa quería liberar para él y sus amigos. Pero aquello fue casi infantil comparado con ésto.

La más grande de las insidias en aquel caso fue atribuir el hundimiento en el puerto de La Habana del buque de guerra norteamericano "Maine" a las tropas coloniales españolas, facilitando así la intervención de Estados Unidos en lo que no era en absoluto de su competencia. En el caso presente se trataba de convencer a todo le mundo -no sólo a la predispuesta ciudadanía norteamericana- de que Irak poseía armas de destrucción masiva y estaba estrechamente relacionada con Al Qaeda. Y todo valía. Es más, todavía ahora todo vale a tal fin.

Europa debería ser otra cosa. Y en general lo es, pero cuando se asiste a la confontación entre el primer ministro inglés y la cadena oficial de radio y televisión británica BBC, que denuncia presiones insólitas del Gobierno acerca de la verdad sobre Irak, está claro que la mierda también ha invadido Europa. Cierto es que la Gran (?) Bretaña de Blair estuvo metida hasta los ojos en la campaña de intoxicación global para justificar la invasión de Irak, pero una cosa es que el Gobierno mienta (¿Qué gobierno no lo hace si lo considera convenientemente patriótico?) y otra que pretenda que los medios informativos también lo hagan. La BBC tiene un bien ganado prestigio de servicio a la verdad y existe una especie de ley no escrita que hace que el residente temporal del 10 de Downing Street no intente instrumentalizarla para sus intereses. Blair no se ha dado por enterado de tal estatuto.

Este primer ministro, que más que un laborista parece un discípulo aventajado de la ultraconservadora Margaret Thatcher, las está pasando de todos los colores a propósito de la supuesta existencia de armas de destrucción masiva en Irak. Él fue el más caluroso y convincente divulgador de esa supuesta existencia, así como de la necesidad de invadir Irak y de invertir las vidas británicas que hiciera falta en defensa de la paz mundial amenazada, en la lucha contra el terrorismo y en la construcción de un Irak democrático.

La división de su partido y la progresiva divulgación de los detalles acerca de la gigantesca operación de intoxicación a la que prestó todo su esfuerzo le tienen contra las cuerdas y por lo tanto hay que silenciar al mensajero, al menos al que está en la nómina del Estado, o sea, la BBC.

Nadie sabe la firmeza que la cadena británica pueda mantener frente a la presión de Blair, pero en el fondo de su corazón uno espera y desea que sea tanta que haga saltar por los aires al Ejecutivo británico. Ello sería un ejempo de dignidad alentador para cuantos profesionales y medios en todo el mundo -por ejemplo en España- incluso se desconciertan si no reciben directrices, presiones y, mejor aún, amenazas de los poderes fácticos para que actúen de acuerdo con sus intereses.


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