La realidad española se ha tornado surrealista, al menos en la vertiente derecha del espectro político. El 10 por ciento de diferencia que las encuestas sobre intención de voto atribuyen al PP respecto al PSOE, su presunta victoria en las autonomías 'enemigas', el veredicto negativo de la agencia de calificación Fitch, el bajón de la Bolsa... Todo, y sobre todo la paradójica alegría de que las cosas vayan mal para el país en el terreno económico, hace delirar al Partido Popular, que ya se ve con mayoría absoluta, listo para hacer y deshacer a su antojo. Como los más acendrados revolucionarios de los viejos tiempos, los populares están por el "cuanto peor, mejor", pase lo que pase y caiga quien caiga.
El "no" categórico, en sede parlamentaria, del PP a las medidas de emergencia propuestas por el Gobierno -a instancias de la UE- para atajar la especulación de los mercados contra la economía española y por ende contra el euro no dejó lugar a dudas acerca de una triste realidad, no por intuida menos lamentable. Al Partido Popular le interesa y preocupa más hundir al Gobierno que contribuir a salvar al país. Saben muy bien que su actitud tiene en los mercados una lectura negativa, que acentúa la desconfianza de las finanzas especulativas internacionales sobre la capacidad española de pagar su deuda, pero no les importa. Desoyeron llas llamadas del mundo financiero español a apoyar el plan del Gobierno y desoirían a Dios mismo si les pidiera que adoptasen la postura responsable que cabe esperar del segundo partido más votado en todo el Estado ante una situación tan grave como la presente. Como buitres avizorando la carroña no piensan en otra cosa que en el festín. El destino de la res herida les trae sin cuidado.
Incluso en el tema de la reforma laboral, que ha sido su caballo de batalla -sin precisar jamás los detalles de su proyecto- se proponen arremeter contra el Gobierno. Ayer, el portavoz del PP, Esteban González Pons (en la foto), afirmaba con alborozo apenas disimulado que Zapatero quedará en la historia como "el primer presidente que congela las pensiones y baja el sueldo a los funcionarios, y cuidado que no pase también por ser el primero que abarata el despido". Justo lo que ellos mismos pretendían en apoyo de los "pobres" empresarios.
La realidad -decía al principio de este post- se ha vuelto surrealista. En ese contexto ya no sorprende ver al PP oponerse a aquello que apoyaría con entusiasmo si estuviera en el poder ni subrayar que las medidas adoptadas son "impuestas", a sabiendas de que también lo serían si gobernasen ellos. Llama más la atención, sin embargo, el hecho de que, a mitad de legislatura, cuando quedan aún dos años para las elecciones generales, llamen a todos los ciudadanos a unirse al partido. "Este partido -dijo Pons ayer- quiere abrirse y agrandarse para que quepan todos. Es la hora de que salgamos adelante todos juntos".
Tremendo delirio, tan eufórico y ridículo como inquietante. ¿Pretenden reconstruir el Movimiento Nacional, resucitar el 'priísmo' mexicano, reeditar el peronismo? Les consta por experiencia que la única forma en que el electorado de izquierda les ha "apoyado" hasta ahora es mediante la abstención, la pasividad causada por la decepción. Si el PP ha de vencer próximamente será de nuevo a causa de la abstención de la izquierda, no de su adhesión a la derecha.
La decepción existe y es lógica ante la evidencia de un jefe de Gobierno forzado a traicionar sus promesas, pero queda tiempo para que la gente reflexione sobre la naturaleza virulenta y destructiva de la crisis económica y la presión extraordinaria que están sufriendo los países de la eurozona; sobre lo que era y es posible hacer contra esa crisis en un contexto globalizado, en el que toda medida no coordinada y coincidente con el resto de los países de la UE aumenta los perjuicios nacionales y comunitarios. Tal vez cuando mediten acerca de quién debe gestionar lo que queda de crisis -que es mucho, se diga lo que se diga- sin destruir lo que queda de la sociedad del bienestar ni alentar la conmoción social tengan más claro que quienes siempre han dado prioridad a lo privado sobre lo público son justamente los que deben seguir al margen.
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