Hoy, mientras Sarkozy orquestaba en los Campos Eliseos la ‘emocionante’ escenografía de un desfile militar en el que han participado efectivos de los 27 estados de la Unión Europea (40 legionarios españoles entre ellos), con motivo de la fiesta nacional gala, Rusia anunciaba la suspensión del Tratado de Fuerzas Armadas Convencionales en Europa (FACE) en respuesta al empecinamiento de Estados Unidos por instalar un escudo antimisiles en Polonia y la República Checa.
“Es un símbolo, pero más que un símbolo”, decía respecto a la parada parisina el presidente de la Comisión Europea, Durao Barroso, muñidor de la reunión de las Azores, en la que se decidió la guerra de Irak. “Hay un sentido político muy fuerte: La Europa unida, la Europa de la Defensa, la Europa política. Solamente juntos se puede hacer frente a los grandes desafíos de la era de la mundialización”, concluyó.
- ¿Forma parte Rusia de los desafíos o amenazas que enfrenta la polimórfica y dividida Europa de los 27?
- ¿Cuenta el escudo antimisiles, teórica respuesta al peligro que pueden suponer Irán o Corea del Norte, con la aprobación de todos los estados europeos?
- ¿No debería ser sometida a referéndum tan grave medida, al menos en los países en los que se instalará el escudo?
- ¿Es el tratado de la OTAN, concebido como instrumento de defensa común frente a la pretérita amenaza soviética, algo cuya vigencia pueda ser defendida hoy en día sin revisión alguna?
- Yendo más lejos aún en las preguntas: ¿Tiene y/o puede tener la Unión Europea una política de defensa propia e independiente de la de Estados Unidos, condicionada siempre a sus propios y exclusivos intereses estratégicos?
Buena parte del drama de la Unión Europea tiene que ver con la falta de respuesta a las preguntas planteadas. Cuando recientemente George W. Bush realizó una gira por diversos países europeos, uno de sus caballos de batalla principales fue la independencia de Kosovo. Más allá de preguntarnos qué interés -nada filantrópico, por supuesto- tiene Washington en esa pequeña provincia ligada históricamente a Serbia, merece la pena considerar el alcance de la oferta que Bush hizo a cambio al país balcánico: la entrada en la UE.
No he leído un solo comentario en la prensa nacional o internacional que glose tan singular ofrecimiento. Y la razón de tal silencio es que se da por sentado que el presidente de Estados Unidos (sea quien fuere) tiene el poder suficiente sobre la UE como para realizar tal promesa. Lo mismo que tiene el poder de definir las fronteras de la Europa comunitaria, coincidentes exactamente con los límites occidentales de Rusia. Estados Unidos decide que Rusia no es Europa y nadie en la Europa de la Unión tiene nada que comentar. Eso no es un drama, sino una tragedia.
El escudo antimisiles es un gesto claramente inamistoso hacia Rusia y así lo viene subrayando Putin desde que tuvo conocimiento de los planes estadounidenses. Ante las evidencias de que Bush no se plantea reconsiderar sus planes a Rusia no le quedaba otro camino que el que ha tomado: suspender (que no romper) el tratado FACE, cuya entrada en vigor el 9 de Noviembre de 1992 produjo un suspiro de alivio en todo Occidente, en la medida en que ponía fin a “una confrontación militar que ha afligido a Europa durante décadas”, en palabras de Bush padre.
Rusia (entonces todavía la URSS, por poco tiempo) hubo de retirar más allá de los Urales un total de 40.000 tanques, 51.000 piezas de artillería pesada y 40.000 vehículos militares acorazados, entre otras cosas. Siete años más tarde, tras la disolución de la URSS, el FACE fue revisado para establecer las limitaciones por países, en lugar de por bloques.
A nadie se le oculta la gravedad de la decisión adoptada por Rusia, la grave posibilidad de que concluya el clima de distensión que tan benéficos efectos ha tenido. Nadie en Europa quiere un rearme ni mayor presencia militar de Estados Unidos en el continente. ¿No es hora, por tarde que sea, de decirle a Bush que renuncie a su gratuito y provocador escudo antimisiles?
Ciertamente lo es. Es hora y debería serlo en lo sucesivo de que la Unión Europea afirme su decidida voluntad de ser algo más que un apéndice de la política de Washington, sometida a perpetuo chantaje y a sistemáticas intrigas divisoras. Eso es lo que necesitamos en lugar de desfiles de opereta y declaraciones autocomplacientes como las del inquietante Durao Barroso.
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