El augurio de los sondeos -los previos y los realizados a pié de urna- se cumplió ayer escrupulosamente en las elecciones de la Comunidad de Madrid. El PP logró la mayoría absoluta gracias al hudimiento del PSOE, castigado con la abstención por una parte notable de quienes lo apoyaron en Mayo.
Ninguna sorpresa. El propio Rafael Simancas fue reflejo fiel de hasta qué punto el PSOE tenía asumida de antemano su derrota al leer un matizado discurso, obviamente preparado de antemano, en el que la reconocía.
Lo sorprendente fue el "suspense" del escrutinio, que, hasta bien avanzado el porcentaje, permitió pensar que se había producido un vuelco y que la izquierda iba a ganar. Es difícil sustraerse a la sospecha de que, desde el centro de datos, regido por el representante del Gobierno en funciones Carlos Mayor Oreja (¿les suena?), se intentaba sumar a la victoria cantada del PP el escarnio del oponente, tentándole a incurrir en el ridículo de una celebración prematura. ¿Maquivélico? Sí, pero muy probable. Basta disponer de un mapa de la inclinación del voto por colegios electorales e ir procesando previamente los datos de los que más favorecen a la izquierda.
Otro factor sorprendente -si se conserva un mínimo de capacidad de sorpresa, claro- es lo relajado e incluso satisfecho que apareció Rodríguez Zapatero, al que las cámaras mostraron poco antes de su intervención junto a "Pepiño" Blanco, teórico responsable -en tanto que lo era de las listas electorales- de la crisis política que condujo a la repetición de las elecciones y tan sonriente como el propio secretario general. Parece evidente que en el PSOE no sólo se presagiaba la derrota sino que se temía la deblacle.
El ritual se ha consumado, el pueblo soberano se ha expresado, la representación continúa. Tutti contenti.
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