La matanza de ayer en Bagdad, seguida por la de hoy en Faluya -que quizás no sea el último atentado del día-, no deja lugar a dudas acerca de la clase de pantano en que, tras crearlo, se han metido los "redentores" países de la llamada "coalición" de la mano aventurera y avarienta de EE UU.
Uno se pregunta hasta qué punto esta explosión del Ramadán puede tener similitudes con la ofensiva del Teth (fiesta budista de fin de año) que, en 1968, avanzó cual sería el resultado de aquel otro fangal sangriento que crearon los americanos en Vietnam. Si aquella provocó un vuelco antibélico en la opinión pública de los Estados Unidos, ésta no sólo puede conseguir lo mismo, sino que también invita a reflexionar seriamente a los países "colaboradores" (en realidad sicarios) que creían que su participación iba a ser un paseo por el campo.
Hace tiempo que Estados Unidos ha comprendido la gravedad de la situación en Irak y su complejidad prácticamente inextricable. Su respuesta no ha podido ser más elocuente: tratar de que la comunidad internacional -de buena fe o con la vista puesta en el botín- envíe tropas que le permitan reducir los daños y dosificar sus fuerzas, sin recurrir a una movilización militar mayor, que tendría una negativa incidencia en la política doméstica.
El entusiasmo inicial de la opinión pública estadounidense se ha ido enfriando no sólo ante los indicios fervientes de que fue manipulada mediante mentiras para dar su apoyo a la intervención, sino también ante el goteo de muertes de compatriotas en un conflicto creado artificialmente.
El rumbo de las cosas recuerda también en ésto a Vietnam. Como entonces, ahora se han iniciado las deserciones. Al menos una quincena de soldados ha aprovechado ya sus permisos para "perderse". Nadie en el próspero y relajado Occidente quiere pinar las botas. Y menos por una causa que no comprenden ni comparten.
Ahora falta por ver cómo evoluciona la opinión pública y la actitud de los gobiernos -el español incluído- de los países que han comprometido su apoyo militar, por limitado que sea.
En cualquier caso, una proyección de lo sucedido tras el fin de la breve guerra convencional indica que las actividades de la guerrilla pueden aumentar exponencialmente a la vista de la incapacidad de la coalición para ofrecer al pueblo iraquí un futuro razonablemente deseable.
En ese contexto, la actividad exitosa e impune de la resistencia constituye un seductor banderín de enganche en un país al que, tras torturarlo con una década de embargo y ataques puntuales, se le ignora y humilla ahora, imponiéndole además un gobierno provisional cuyo nucleo duro está constituido por títeres que el pueblo rechaza y el resto variopinto ve con creciente preocupación la evolución, de mal a peor, de la situación.
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