14 octubre, 2009

¡Joder, qué tropa!


Ha sido surrealista, bochornoso, ridículo, increíble. Y lo peor es que no ha sido, sino que es, sigue siendo. Creer que con el cese ‘temporal’ de ‘Ric’ Costa se ha cerrado la crisis generada en el PP de la Comunidad Valenciana por la difusión de menos de la tercera parte del sumario del ‘caso Gürtel’ es absolutamente ilusorio. Lo que se ha evidenciado en los últimos días, más allá de otras consideraciones más puntuales, es la falta de autoridad, de liderazgo y de narices de Mariano Rajoy. Esa es una de las cosas -y no la peor- que siguen siendo en el PP.

Anoche nos acostamos, asombrados y confusos, con la idea de que Camps se la había jugado a Rajoy, al que habría asegurado que, tal como se le pedía, había cesado a Costa cuando en realidad no lo había hecho. ¿Fue realmente así? Habría que conocer el ‘timing’ pormenorizado de los hechos para asegurarlo. Otra posibilidad es que Rajoy decidiera difundir la nota que daba por hecho el cese en un intento de atar a Camps de pies y manos ante la opinión pública.

Si así fuera, el asunto sería todavía más chusco, dado que el PP de Valencia, tras acordar la intocabilidad de Costa, respondió a la nota de Madrid con otra en la que aseguraba que “en ningún caso se ha puesto en tela de juicio” la continuidad de Costa al frente del Grupo en el Parlamento valenciano. Y por si había dudas acerca de la firmeza de la no decisión sobre Costa la nota decía lamentar “el malentendido provocado por otros comunicados”. ¡Órdago!

Los teléfonos han debido echar chispas la pasada madrugada y las admoniciones, advertencias y/o amenazas han debido ser de grueso calibre porque esta mañana Camps reunía a los suyos, incluido un lloroso Costa, para cambiar atropelladamente ‘digo por ‘Diego’. Gana Madrid, pírrica victoria.

Ricardo Costa podrá ser lo que sea, pero no se le puede acusar de no hablar claro. La declaración que hizo a mediodía de ayer fue concluyente en diversos aspectos esenciales: su negativa a asumir el papel de ‘chivo expiatorio’, su precisión de que no está imputado (aún) en ninguna causa, y su aclaración clave de que los contactos del PP con la trama de Francisco Correa eran previos a que él tuviera responsabilidad alguna en el partido.

Esa es la cuestión. Madrid exige a Camps que sacrifique a Costa, quien, según todos los indicios, es menos responsable de las consecuencias de la relación ‘especial’ con la trama que el propio Camps. Un brindis al sol, tan gratuito como arbitrario. Y con un resultado paradójico: situar definitivamente al presidente de la Generalitat valenciana bajo los focos de la sospecha pública. Un despropósito, en definitiva.

Mientras tanto, la esfinge Rajoy permanece sumida en el mutismo desde hace días. Ha sido Cospedal quien ha tenido que salir a la palestra a exhibir la autoridad que tanto duda en ejercer el presidente del partido. Y, como de costumbre, ésta ha sido contundente al amenazar con un proceso disciplinario a Costa si insistía en enrocarse. Ha afirmado también que el aludido no volverá ‘nunca’ a los órganos de dirección del partido, lo que contradice el supuesto carácter temporal del cese. Pero a la hora de explicar las medidas contra Costa ha vuelto, involuntariamente, a dejar la pelota en el tejado de Camps. Lo que condena al ex vicepresidente de la Comunidad Valenciana son las "compañías poco edificantes", según Cospedal.

Es Camps, sin embargo, quien en una grabación telefónica le dice al Bigotes, para general rubor, “lo nuestro es muy bonito” y “te quiero un huevo”.  Y cuando Costa quería entrar en el Gobierno valenciano se dirigió precisamente al Bigotes para que persuadiera a aquél de la conveniencia de aprobarlo. El asunto de las ‘malas compañías’ no puede estar más claro. Costa es sólo un aprendiz un poco acelerado y ansioso.

“¡Joder, qué tropa!”, dijo Rajoy en cierta ocasión refiriéndose a sus conmilitones. Razón tenía, pero no la tiene al excluirse. Quien es general y no ejerce como tal debería abstenerse de juzgar a quienes son obra o consecuencia de sus carencias o inhibiciones.

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