31 agosto, 2007

Capa magna, magnífica soberbia


Si, como quiere el proverbio, una imagen vale por mil palabras, la que aquí reproduzco sólo requeriría un pie austeramente informativo que rezaría más o menos así: “Monseñor Cañizares, cardenal primado de España, portó una capa de cinco metros de longitud en el acto solemne de ordenación de dos sacerdotes de la congregación ultraconservadora italiana ‘Instituto de Cristo Sumo Sacerdote’, la cual presidió".

Pero son muchas las imágenes -y esta es una de ellas- con un elevado contenido metafórico, simbólico y aun ideológico que están pidiendo a gritos algo más. En el contexto espacio-temporal (año siete del siglo XXI, tercer milenio de la cultura judeo-cristiana) esta fotografía chirría estridentemente (ver más del acto). En ausencia de toda información cualquiera podría creer que pertenece al rodaje de algún filme cuyo argumento se centrase en las centurias XVII o XVIII.

Y lo cierto es que el personaje que, con ayuda de un lacayo, porta la soberbia capa (o la capa de la soberbia) sostiene opiniones y posturas reaccionarias, premodernas, anticontemporáneas, integristas, intolerantes, beligerantes contra la naturaleza laica del Estado moderno. Es -y lo demuestra hasta la saciedad- un ‘príncipe de la Iglesia’ empeñado en volver al pasado, pasándose por salva sea la parte la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano y cualquier otro fruto de la larga lucha del ser humano por su dignidiad y emancipación.

Un pasado que en España le queda más cerca que en otros muchos lugares de Occidente, dado que apenas hace treinta años que concluyó la vigencia de un Estado teocrático y dictatorial que marcó a odio, sangre y fuego la historia de este país durante casi cuatro décadas. Ahora, en ‘santa’ alianza con el Partido Popular, la Iglesia de los Cañizares y los Roucos, la iglesia bronca y ‘trabucaire’, quiere recuperar sus privilegios medievales.

El largo pontificado retrógrado de Wojtyla, ratificado y subrayado ahora por un Benedicto XVI, que ama la pompa, el boato y el latín más que un tonto una tiza, ha tenido en España esa triste consecuencia, no tan evidente en otros países en los que el carácter laico del Estado se halla fuera de toda discusión o cuestionamiento.

El hábito sí hace al monje en este caso. Esa capa magna, de arrogante emperador o novia aristocrática, habla con elocuencia insuperable de la magnífica soberbia que habita bajo el solideo púrpura.

De soberbias cardenalicias, por cierto, sabe un rato este país, que en su día vio la figura impar de monseñor Pedro Segura, príncipe purpurado que se enfrentó primero a la República y luego al franquismo en defensa del Rey exiliado, que lo era -rey, no exiliado- ‘por la gracia de dios’. Naturalmente.

2 comentarios:

MAX Y LULA dijo...

El hábito hace al monje, sí, pero también, aunque la mona se vista de seda... Déjales a los pobres con sus jueguecitos de vestiditos y coreografías trasnochadas ¿no se sentirán ridículos? Hay que tener valor o ser muu tonto. Esta gente vive en el planeta piruleta. Les voy a tener que preguntar por su camello :-)

José Ramón San Juan dijo...

Si yo les dejo, lo juro. Son ellos los que no nos dejan en paz, empeñados en dictarnos nuestra vida privada y pública y en interferirse en la política.

En cuanto a la droga, el auténtico camello son ellos y la droga que intentan imponer es un dios que han fabricado a la medida de sus conveniencias, intereses y obsesiones. El problema es que, a la vista del descenso brutal de la demanda, están practicando un 'marketing' agresivo y coactivo que pone en evidencia lo peor de ellos mismos.