Quien logra el poder con el auxilio de los grandes se mantiene
en él con más dificultad que el que lo consigue con el del pueblo.
Y no se crea impugnar la opinión que estoy sentando aquí con
objetarme el tan repetido adagio de que quien fía en el pueblo edifica sobre arena.
El Príncipe (N. Maquiavelo)
Hace poco más de un año, en agosto de 2004, apenas dos años después de sufrir un intento golpista que le apartó durante cuatro días del poder, el presidente venezolano Hugo Chávez sometió a referéndum su mandato para terminar con las acusaciones de ilegitimidad formuladas por la oposición y poderosamente amplificadas a nivel internacional. El resultado fue contundente. Recibió el apoyo del 58% de los votantes, frente al rechazo del 41%. La abstención fue entonces, en un contexto de fuerte movilización social, del 30%.
Las cuentas que los partidos de la oposición habían hecho a la hora de decantarse por el boicot a las elecciones legislativas celebradas ayer les daban, en el peor de los casos, un 71% de 'votos favorables', resultado de sumar su porcentaje de votos ausentes (41%) al 30% de abstención aparentemente estructural. Los resultados han sido aún más ‘positivos’ para sus fines, pues la abstención se ha situado en el 75%. Si a ello sumamos que el 11% de los que votaron no lo hizo por los grupos leales al presidente resulta que, según la oposición, la mayoría absoluta de los ‘chavistas’ es ¡ILEGÍTIMA!
Este rizo del rizo antidemocrático seguramente va a ser válido para cuantos, desde hace años, han decretado la caza y captura de Hugo Chávez, oveja negra del subcontinente americano y pésimo ejemplo de independencia e iniciativa para unos gobernantes forzados históricamente a asumir ‘de facto’ que Estados Unidos, sus poderosas multinacionales y sus no menos poderosos socios noroccidentales son los que realmente gobiernan sus países.
El frágil argumento principal de la oposición para justificar su ‘exitoso’ boicot fue la sospecha (gratuita) de fraude electoral. Cuatrocientos expertos (150 de ellos de la UE) han vigilado el proceso y hasta el momento no consta ninguna objeción relevante sobre su limpieza. De lo que sí hay constancia es de que los grupos de oposición rompieron su compromiso, afirmado ante representantes de la Unión Europea y de la OEA, de participar en los comicios.
Pretender convertir una derrota cantada en un victoria apabullante mediante el cómodo expediente de no participar en la confrontación es nuevo -o eso me parece a mi- en la nada edificante historia de la llamada ‘democracia formal’. Y si no lo fuera, no dejaría de constituir un muestra depurada de cinismo con escasas posibilidades de parangón histórico. No es el chavismo quien incurre en ilegitimación, sino quienes deliberadamente han renunciado al único instrumento que concede legitimidad en una democracia digna de tal nombre: las urnas.
En ocho ocasiones precedentes Hugo Chávez ha obtenido el apoyo de su pueblo. Nadie se ha plebiscitado tanto en tan poco tiempo y mucho menos con tal éxito. Eso es lo que resulta imperdonable para sus opositores nacionales e internacionales. ¿Cómo se le hinca el diente a un enemigo declarado cuando cuenta con el apoyo explicito y contrastado del pueblo?
Solucionado. Probando artificialmente que ese apoyo es reducido. Mínimo, insignificante, dirán los que han generado esta situación.
Lo cierto es que, hasta que una próxima consulta pruebe lo contrario, Chávez cuenta con el 58% de los ciudadanos activos de su país y quienes se le oponen, con el 41%. Intentar invertir los resultados de Agosto de 2004 sumando a las filas propias al 30% de los ciudadanos que se abstienen es un truco barato por más crédito que los anti-Chávez le quieran dar.
El 4% restante de abstención es fácilmente explicable:
1) Las elecciones estaban ganadas de antemano, lo cual no es precisamente muy movilizador.
2) Los venezolanos han sido llamados a votar con excesiva frecuencia, lo que, unido a lo primero, explicaría la inhibición.
3) Las elecciones eran legislativas. No era la presidencia de Chávez lo que estaba en juego.
El boicot antidemocrático de la oposición ha creado un grave problema. Y no sólo a Chávez, sino a Venezuela, a su sistema democrático. Y además constituye un grave precedente que, de aplicarse en otros lugares, (en Estados Unidos, sin ir más lejos), ‘deslegitimaría’ a muchos gobiernos vigentes o futuros. La comunidad internacional -empezando por la ONU y siguiendo por la OEA y la UE- deben tomar cartas en el asunto a fin de mediar para que en un futuro próximo se repitan las elecciones legislativas en Venezuela con participación de todas las tendencias.
De lo contrario se estará avalando la posibilidad de un golpe de Estado que sigue cerniéndose claramente en el horizonte venezolano tras el fracaso del que en 2002 encabezó el presidente de la patronal.
El mundo debe ahorrarse a toda costa una nueva vergüenza impune.
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