Tal vez, en el fondo, no esperábamos que lo hicieran; quizás confiábamos estúpidamente en que al final prevaleciera el sentido común. El caso es que hasta que no ha sido aprobada la llamada ‘ley antitabaco’ no han surgido las criticas ni se ha abierto la polémica. En sus idas y venidas del Congreso al Senado y viceversa, el texto llegó a aparecer en algún momento desprovisto de sus rasgos más maximalistas y autoritarios y se generaron algunas esperanzas de que hubiera una reconsideración sobre dos aspectos cruciales de la norma legal: el establecimiento (o conservación allí donde ya existiera) de un área de fumadores en los centros de trabajo y la financiación pública de los tratamientos de deshabituación. No ha sido así.
Si en ‘La Espiral’ del pasado 5 de octubre calificaba el proyecto como “exhibición impúdica de hipocresía”, ahora, tras lo visto y oído, no puedo resistirme a describir a los patrocinadores de esta ley como cínicos desvergonzados e irresponsables. Las afirmaciones de la ministra de Sanidad tildando los tratamientos de deshabituación del tabaco (todos) de ineficaces y apelando a la voluntad de los adictos como única alternativa para abandonar su adicción no merecen otra cosa. ¿O sí? Sí, quizás cupiera apostrofarla de imbécil, pero me resisto a creer que la (o el) titular de una cartera de este o cualquier Gobierno pueda ser precisamente eso.
Anoche participé en un debate televisivo sobre la malhadada ley y con tal motivo consideré oportuno ampliar la documentación de la que disponía sobre el tema. Una parte esencial de la argumentación que me proponía realizar, sin embargo, no tuve oportunidad de plantearla, dado el esquema -lógico en ese tipo de espacios- que rigió el programa. En lo esencial, sostuve que no estamos ante una ley antitabaco, sino ante una normativa antifumador, autoritaria, apresurada e irresponsable, en la medida en que no arbitra soluciones para los problemas que va a crear y porque no toma ninguna medida de peso contra la producción, distribución y venta de la perniciosa droga conocida como tabaco. Se persigue al consumidor casi exclusivamente y se convierte en policía de la propia ley a las todas las empresas en general, en tanto que centros de trabajo que tienen en su plantilla a adictos (es decir, enfermos) y a las de hostelería en particular, en las que los adictos (y los que no lo son) pueden (o no) pasar una parte significativa de su tiempo de ocio.
Señalé la significativa paradoja de que mientras el consumo se persigue y se penaliza, la producción se subvenciona (la CE no tiene previsto poner fin a sus ayudas al sector hasta 2010). Indiqué que la aparición de nuevas marcas baratas de tabaco era la respuesta desafiante de las tabaqueras a la ley y que tales rebajas se financian en gran medida con la desaparición de un gasto que incidía considerablemente hasta ahora en el precio: el de la publicidad que ya no se les permite hacer. Comparé el espíritu voluntarista e irresponsable que alienta esta ley con el sofisma que sostiene que tirarse al agua es la manera más rápida de aprender a nadar (y también de ahogarse, claro). Esta ley empuja a los fumadores al agua a través de la prohibición terminante de fumar en la esperanza (gratuita) de que aprendan a nadar (a no fumar), pero no establece ninguna medida de auxilio para los que corran peligro de ahogarse.
Se quedó en el tintero, por ejemplo, mi escepticismo respecto a las tremendistas estadísticas de Sanidad, que mantienen que 50.000 personas mueren en este país anualmente a consecuencia del consumo del tabaco y que 700 de ellas son fumadores pasivos. La cuestión es que la estimación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) es de cinco millones de víctimas al año en todo el planeta. ¿Cómo es que a un país que tiene el 0,67% de la población mundial le corresponde el 1% de los muertos totales? ¿Qué parámetros sirven para declarar al tabaco culpable original y único de la muerte de 50.000 personas y en qué márgenes de edad se mueven? Y más inquietante aún, ¿cómo se demuestra por vía clínica y forense que un fallecido lo es como consecuencia de su experiencia como fumador pasivo?
Éstas, en caso de ser formuladas, habrían sido preguntas retóricas, dado que, aunque entre los contertulios había dos médicos, dudo que estuvieran en condiciones de responderlas con el detalle y la claridad necesarios. Por otra parte, expresar este escepticismo hubiera podido hacerme aparecer como un defensor del tabaco, cosa de la que me hallo muy lejos.
Mi escepticismo, sin embargo, subsiste. Creo que nos hallamos ante la deliberada voluntad de convertir al tabaco en causante único o fundamental de una serie de problemas sanitarios que podrían tener otras causas, en coincidencia o no con el consumo de tabaco. Hay una pregunta clave al respecto: ¿Por qué proliferan tanto las alergias en los niños nacidos durante las últimas tres o cuatro décadas? ¿Nacen con menos defensas naturales que las generaciones anteriores? Incluso yo puedo responder sumariamente a eso. La causa es que las criaturas de esas generaciones ingresan en un medio mucho más agresivo que las anteriores, lleno de elementos alergógenos que, en muchos casos, son desconocidos.
Del mismo modo, ignoramos el conjunto de sustancias perjudiciales a las que estamos sometidos a lo largo de nuestra vida, muchas de ellas cancerígenas. La IARC (International Agency for Research on Cancer) tiene catalogados, por ejemplo, 48 compuestos químicos cancerígenos de uso común, pero pueden ser miles los no censados. ¿Y qué se hace frente a ello?
Veamos cómo sale del paso la Comunidad Europea porque ello nos servirá de referencia acerca de lo que podemos esperar y explica en gran medida el fondo del asunto en lo que concierne a la actitud institucional, cínica e irresponsable respecto al tabaco.
Hace unos días el Consejo de Ministros de Industria de la UE puso fin a dos años de estudios, reflexiones, dudas y cabildeos propios y ajenos sobre el nuevo sistema de Registro, Evaluación y Autorización de (productos) Químicos (REACH) que regulará más de 30.000 sustancias presentes en la vida cotidiana y cuyos efectos para la salud son prácticamente desconocidos. ¿Qué decidió? La duda ofende. Su acuerdo fue que sean las industrias las que demuestren que las sustancias que producen no son nocivas. Genial, ¿no?
Lo mismo hizo Estados Unidos con las tabaqueras porque el seráfico imperio, al igual que la UE, parece creer más allá de toda evidencia en la infinita bondad del hombre, al menos cuando éste se halla al frente de una empresa que genera pingües beneficios. El resultado de tan ingenua actitud es sobradamente conocido. La industria tabaquera estadounidense se autoexculpó totalmente mediante informes presuntamente científicos más falsos que un dólar con la efigie de Fidel Castro. Ahora, el Gobierno estadounidense ha visto rechazada su demanda por importe de 280.000 millones de dólares contra las principales empresas “por conspirar para defraudar a la población ocultando los dañinos y adictivos efectos” del tabaco. Nadie esperaba otra cosa. En definitiva, lo que pretendía la demanda gubernamental era poner fin a las reclamaciones individuales multimillonarias contra la industria criminal.
En cuanto a la UE, la filosofía que adopta en el recién aprobado REACH respecto a las sustancias químicas cancerígenas no tiene desperdicio en su clarificadora elocuencia: tales sustancias sólo se autorizarán cuando el fabricante pueda acreditar que están adecuadamente controladas, o cuando los beneficios socioeconómicos de su utilización sobrepasen a los riesgos.
¿Beneficios socioeconómicos o sólo económicos? ¿Quién y con qué criterios establece las prioridades en la vidriosa relación entre los riesgos para la población y los presuntos beneficios socioeconómicos? ¿Existe algún beneficio socioeconómico cualitativamente superior al de evitar todo riesgo a la salud pública?
Espero que ahora haya quedado suficientemente clara la filosofía imperante. Ni nosotros ni nuestra salud son lo más importante para quienes nos gobiernan. ¿O habrá que decir para los que mandan a los que nos gobiernan para que no quede duda de lo que quiero decir?
Resumiendo: nos toman el pelo.
Leer online: www.tierradenadie.cc
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