La crisis en que se encuentra sumida la UE tras la reunión de Bruselas no es una más, sino un punto de inflexión de consecuencias potencialmente muy graves en la trayectoria de una organización teóricamente resuelta hasta ahora, bajo la dirección francoalemana, a caminar con firmeza en dirección a una mayor unión política y a un compromiso firme y eficaz de solidaridad continental.
Todo comenzó con el contundente 'no' de la ciudadanía francesa a la ratificación del tratado constitucional, seguido inmediatamente del de los holandeses, y se consumó en la cumbre de Bruselas merced a la postura intransigente y destructiva de Tony Blair, secundado por Holanda y Suecia. Para Reino Unido, el fiasco del referéndum francés constituía una ocasión de oro de cara a su propósito de desmantelar los objetivos políticos imperantes en la UE. Y, de momento, ha provocado un gravísimo “impasse” funcional del que los diez países recién ingresados son y serán los principales afectados.
“J’ai eu honte” (“He sentido vergüenza”), dijo el luxemburgués Claude Juncker en el balance de su triste experiencia, como presidente de turno de la UE, en el intento de lograr un acuerdo presupuestario que Reino Unido y sus aliados dieron muestras desde el principio de estar decididos a frustrar. Blair no sólo se negó a renunciar al vergonzante ‘cheque británico’, indecente privilegio carente de justificación a estas alturas, sino que rechazó también la simple congelación del mismo. Al final, ni siquiera la oferta de los 10 recién ingresados de renunciar a parte de las percepciones que se les asignaban sirvió para facilitar el acuerdo. Blair había ido a cargarse la cumbre y no tenía previsto reconsiderar tal postura.
Gran Bretaña aparece tras esta cumbre precisamente como Chirac la describe habitualmente: el caballo de Troya de Estados Unidos en la UE. Ni los isleños ni sus primos estadounidenses quieren la fortaleza europea. La prosperidad de ambos se ha basado históricamente, en gran medida, en la desunión, la guerra y la ruina de Europa. Esta afirmación puede parecer gratuita y demagógica, pero repasen la historia de los dos últimos siglos y sabrán de lo que hablo.
Cuestionar la priorización de la PAC (Política Agrícola Comunitaria) en los presupuestos de la UE, como hace Blair para argumentar su rechazo a la eliminación del ‘cheque británico’, no carece de sentido, pero es un mero recurso dialéctico. El proteccionismo europeo tal vez sea excesivo y pueda parecer egoísta desde la perspectiva de los países eminentemente agrícolas del Tercer Mundo. Sin duda debería ser reconsiderado, pero aún así la ‘ofensa planetaria’ que supone la PAC es ridícula comparada con la ofensa comunitaria que constituye el ‘cheque británico’. Con esos 5.000 millones de euros habría podido conformarse España, cuya economía está todavía en situación notablemente inferior a la británica.
Por otra parte, es una curiosa paradoja que Blair cuestione el proteccionismo agrario europeo si se tiene en cuenta que su patrón, Estados Unidos, aplica los mismos criterios proteccionistas en ese sector. La razón para ello, tanto en el caso estadounidense como en el europeo, no es sólo el clientelismo político o el egoísmo nacional. Cuando se habla de agricultura se alude a un sector de fundamental importancia estratégica, sea cual fuere su peso económico en cada país o en el conjunto de la Unión. De lo que se habla en definitiva es de alimentación, una necesidad primaria cuya satisfacción nadie quiere confiar de modo exclusivo o preferente (e imprudente) a cultivos o graneros ajenos y lejanos.
Pero sucede que Blair tiene un plan (quien lo tiene en realidad es EE UU, como aclararemos) y dicho plan, que se viste cínicamente de filantropía, será expuesto con grandes clarinazos y lujo mediático entre el 6 y el 8 de Julio en Gleneagles (Escocia), donde se celebrará la cumbre del G8, con el gran cínico británico como anfitrión y ‘brillante’ protagonista. Como Blair anunció en octubre de 2004 en Addis Abeba (Etiopía), este año va a ser para el opulento G8 “el año de África”. Los globalizadores, con Estados Unidos a la cabeza, están inquietos por la aparente imposibilidad de sumar al continente negro a la órbita ‘benéfica’ de la filosofía económica neoliberal. Esa situación no sólo tiene consecuencias políticas generalmente desagradables. También impide rentabilizar el capital humano y el potencial productivo -especialmente en el sector primario- de unos territorios cuyos habitantes han sido históricamente abandonados a su suerte y viven ajenos a la orgía de la sociedad de consumo.
África es un tesoro en gran medida inexplotado y el propósito inmediato de los dueños del mundo (hablo de las multinacionales y de sus ‘representantes’ políticos) es ponerlo a trabajar, hacerlo rentable. La “modernización” y rentabilización de su agricultura es la prioridad por excelencia. En ese objetivo se viene trabajando y experimentando desde hace años por parte de las corporaciones especializadas en la manipulación genética de las semillas, entre las que destaca la por múltiples motivos justificadamente impopular Monsanto. La estrategia de tales compañías consiste en hacer a los agricultores excluyentemente dependientes de sus productos, convirtiéndoles así, simultáneamente, en forzados clientes fijos y en asalariados virtuales. El sueño de cualquier capitalista, que, una vez más, es una pesadilla para la dignidad y la autonomía humana.
Para que la ‘marca patentada’ Agricultura Africana SA funcione a satisfacción es preciso terminar con las políticas agrícolas proteccionistas y Europa, por obvias razones de proximidad geográfica, debe ser la primera en desarmarse. Ese es el ‘filantrópico’ plan que Blair alienta, en secreta representación y al mayor beneficio de Estados Unidos y del Club del Expolio, más conocido bajo las siglas FMI y BM.
El enemigo está en casa y se siente triunfante. A partir del 1 de julio, Reino Unido ocupará la presidencia de la UE. Será un mes estelar para Blair, por la coincidencia de ese protagonismo con el que le dará la cumbre del G8. Sin embargo, es de temer -mejor dicho: es de esperar- que la imagen de Blair en la Unión Europea estará por los suelos, pero eso no le preocupa ni a él. Su idea de Europa como un mero ente económico neoliberal puede no tardar en contar con el apoyo de quienes ahora son sus enemigos: Francia y Alemania. Así hay que temerlo si, como se prevé, triunfan en ellos las opciones que representan Sarkozy y Merkel.
Y ahora, inevitablemente, me pregunto qué celebraba la izquierda española cuando, tras fracasar su apoyo al 'no' en el referéndum español, acogió como un éxito propio o un premio de consolación el ‘no’ de los franceses. Aparte de la polisemia confusa de la negativa gala, que, a nivel partidista, sólo podrá ser rentabilizada por la ultraderecha, es evidente que dichos izquierdistas no han reflexionado suficientemente sobre lo que estaba y está en juego: pura y simplemente el futuro de los países europeos, algo que no se puede jugar alegremente a cara o cruz ni depender de un ‘quítame ese adjetivo’ del texto del Tratado. Lamentablemente, intentando huir de la pesadilla hay quien la agiganta y fortalece.
Si los países del viejo continente no son capaces de generar el cemento que estreche sus lazos políticos, económicos y culturales hasta constituir una entidad unida y sólida, no sólo se habrá perdido la oportunidad histórica de generar un alternativa válida de protección de cada país de Europa frente a las amenazas de la globalización, sino que también se habrá negado al mundo la posibilidad de contar con una gran referencia equilibradora frente a la praxis depredadora del imperio.
N. B.: No, no ha sido vagancia. Si no he escrito en todo este tiempo ha sido a causa de una avería en el ordenador que ha forzado a sustituir la placa y el procesador. No me voy a cebar en la impericia de los llamados técnicos de la cosa, pero, harto de dilaciones, tuve que arrancar el chisme de las manos del sedicente técnico que me cayó en suerte (desgracia más bien), que no lograba restablecer la conexión a internet. Tres días de brega me ha costado determinar la causa de la “imposibilidad”. Cuando ya estaba dispuesto a formatear el disco duro, instalar Windows XP (tras comprarlo, claro) y reinstalar pacientemente todos los programas se hizo de repente la luz. Por alguna razón que no se me alcanza el “tésnico” había puesto en alerta permanente al antivirus y este bloqueaba las conexiones a internet.
Como las desgracias nunca vienen solas y la ley de Murphy es implacable, ahora es el ordenador del estudio, mi casi flamante “superPC”, el que no arranca. Estoy hasta aquí de la informática.
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