Ayer, Ariel Sharon, que, además de ser un probado racista sanguinario, también parece ser un político corrompido y nepotista, explicó al amigo americano sus planes para la "desconexión" (vergonzante eufemismo) de los palestinos. Es bien sabido que, desde su nacimiento, Israel no da explicaciones más que al gran Goliat occidental y todo indica que tal subordinación no es más que un cómplice cruce de secretas señales entre tahures, concertados para burlar las reglas que la comunidad internacional viene tratando de imponer frente a los abusos del falso David de Oriente próximo.
Sharon jura y perjura -ayer también lo hizo- que está dispuesto a cumplir con lo previsto en la llamada "hoja de ruta", pero cuando se rememora la arrogante sucesión de incumplimientos de las resoluciones de la ONU que los gobiernos israelíes han perpetrado impunemente no cabe alimentar muchas esperanzas al respecto. Y aún caben menos cuando se contempla el ignominioso muro tras el cual se pretende encerrar a los palestinos.
Una imagen vale más que mil palabras y, además, Sharon apenas deja abierta alguna posibilidad de llegar a un acuerdo con Abu Ala. La "propuesta" de Sharon se expresa en términos de "estas son lentejas". Por ellas (las lentejas) Esaú vendió a Jacob la primogenitura, dice la biblia, pero no va a ser el caso.
También dice el libro que las trompetas de Josué derribaron las murallas de Jericó, pero es evidente que no ha nacido aún un sucesor de Moisés con los poderes necesarios para derribar el muro de la vergüenza con el que el Gobierno de Israel vulnera impúdicamente los derechos humanos y afrenta a la comunidad internacional.
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