30 enero, 2004

La cabeza del mensajero

Lo sucedido a la BBC a raíz de la difusión del informe Hutton sobre el "caso Kelly", que también podría ser el "caso Blair" o el "caso armas de destrucción masiva", es muy revelador acerca de la deriva que lleva en el Occidente "democrático" la libertad de información. Matar al mensajero sigue siendo la bárbara "solución" para borrar del mapa las malas noticias que afectan al poder, que en este caso es un poder global aunque nuestra historia se centre, por el momento, en Gran Bretaña.

El juez Hutton, por supuesto, no entra en el fondo de la cuestión. Hacerlo tal vez hubiera equivalido a excederse en sus competencias, pero al abstenerse de considerar el contexto ha concluido lo previsible: en la medida en que no hay pruebas y el testigo de cargo se suicidó (o eso parece) fue una acusación irresponsable la que difundió la BBC afirmando que el Gobierno británico exageró deliberadamente su informe sobre la existencia de armas de destrucción masiva en el Irak de la preguerra y de su supuesta capacidad para desatar un ataque en muy poco tiempo. Consecuentemente, Hutton, tal vez temeroso de no ser suficientemente claro o leal, arremete contra la BBC, empresa estatal de información con un estatuto de autonomía hasta ahora ejemplar, y una trayectoria de servicio a la sociedad envidiable.

Y es de temer que las consecuencias de tan "ejemplarizante" contundencia no se van a limitar a las dimisiones ya conocidas de los más altos responsables de la BBC. Lo que se deduce del singular informe, que no parece cumplir otra función que la de exculpar a Blair y a sus fontaneros y ofrecer un chivo expiatorio alternativo, es que los medios informativos sólo deben difundir verdades absolutas, realidades escrupulosamente contrastadas y contrastables; que las fuentes no pueden ser secretas y que es mejor pensarselo setenta veces siete antes de difundir algo que perjudique al poder y sus intereses.

¿En qué lugar deja eso a los medios informativos en relación con el poder? En el de simples
gacetilleros, serviles transcriptores de ruedas de prensa y notas informativas, lacayos
descerebrados, extensiones acríticas de las manipulaciones y sesgos de la fuente que
proyecta toda la luz con ausencia total de sombras.

¿Quien necesita una información que sólo sirve a quien está en su origen? Estamos ante la antítesis del periodismo, o sea de la libertad de información y del derecho a ser informado libremente. Y por lo tanto nos hallamos ante algo mucho más grave de lo que parece a primera vista: un atentado nada anecdótico contra la democracia, ya que ésta es inconcebible sin las libertades necesariamente complementarias de información y expresión.

Dada la cantidad de tela que hay que cortar en este transcendental asunto de la libertad de información y, por ende, de expresión y puesto que llevo mucho tiempo planteándome afrontarlo a fondo, sirva este artículo como breve introducción. Continuará.

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